¿Vuelve «El Niño De Los Colores»?... ¿Por Navidad?
- RUBENS PINTOS MARTÍNEZ
- 20 dic 2014
- 4 Min. de lectura

...Marc lo supo antes mismo de patear: «sus colores» , una vez más, no podían fallarle.
Era el último partido antes de la Navidad. Hasta ahora, desde inicio de la temporada, las alegrías en el seno del equipo habían sido más bien paupérrimas. Un solo triunfo jalonaba el haber de los éxitos, lo demás se contaban por derrotas. Últimos de la clasificación y hoy, si él no fallaba, podrían irse de vacaciones navideñas con un subidón de adrenalina y recogerse la autoestima de los suelos.
Detuvo largo tiempo su mirada sobre la pelota ovalada, como escudriñándola, buscando la inspiración y concentración necesarias. Pero no hizo falta, el pateo era su especialidad y «sus colores» le eran favorables. Dio tres pasos hacia atrás y dos laterales, escorándose a la izquierda. Se dispuso a chutar con la diestra. Tomó carrerilla para tomar impulso y de fuerte y precisa patada la pelota oval se elevó, describiendo una parábola perfecta que iría a colarse entre los palos superiores de la meta: anotación realizada. El tiempo se había agotado y el partido se había ganado.
Marc levantó los brazos en señal de victoria. Oyó gritos en forma de vítores y sintió abrazos múltiples que acabaron por derribarle, tirándolo al suelo, apiñándose cuerpos y más cuerpos sobre el suyo hasta completar el equipo. No le importó, ni los golpes ni la sensación de asfixia, merecía la pena estar viviendo todo aquello.
La adrenalina bien pudo con todo.
Evidentemente que era feliz por el triunfo, pero lo que más le había maravillado del lance, de ese pateo sublime, no fue la perfección de su ejecución, siquiera el goce de saberse ganador, sino lo que sus ojos verdes pudieron contemplar a través de «sus colores» . Nunca antes una cosa así le había sucedido. Como estela tras la pelota fue formándose un arcoíris con todos los colores del espectro luminoso. Colores inimaginables, siquiera soñados. Ellos fueron los que guiaron la pelota hacia los puntos y la victoria. Marc tenía el pleno convencimiento que, aunque hubiese chutado fatal, el tanto habría subido igualmente al marcador.
Y no porque lo guiará cual control remoto, sino por lo que transmitían, por lo que sus colores querían decirle, contarle, hacerle sentir y ver. De entre ellos surgieron todos sus seres queridos: Mamá, Ilde, Fernando, Bruno, Toni, el equipo, las Abuelas Carmen y Amparo… en fin, todos, que con el gesto conducían la pelota hacia la gloria sin dejar de sonreír. Tras ellos, en alfombras mágicas, insuflando ánimos a base de colores y luz, volaban alegres su «Niña Angie» y «Green» , «El Perro Portador de Luz» , el más feo, raro y verde del firmamento, pero el más mágico.
Marc sonrió, y algo a su derecha, justo en mitad del arcoíris, le llamó la atención. Como presidiendo la escena, se encontraban Papá y Tío Álvaro, fumando en pipa y con gorras de marineros pescaban peces de colores, como en el cuadro que presidía el comedor de la casa de la Abuela Carmen, allá en la aldea, y que él mismo había dibujado. Por sitio alguno podía divisarse ninguna leyenda, sin embargo, ahí estaba, nítida para quién deseara leerla: ¡Feliz Navidad!
Y Marc todo lo entendió.
Es bueno recordar la Navidad, que está ahí, entrañable como siempre. En principio tal pensamiento se le antojó algo cursi y demasiada frase hecha, pero se dijo que, aunque así fuera, no dejaba de ser lo que era, lo que en verdad significaba. Para muchos, como para él y los suyos aparentemente nada poco agradable. Y era comprensible, claro. Sin embargo, no podía menos que pensar que estaba en un error: la Navidad nada tiene de malo, nosotros somos quienes la convertimos en lo que tenemos de negativo.
Es bueno que haya días para el recordatorio. Como los cumpleaños, los aniversarios y hasta el día de los difuntos. Muchos dirán que no necesitan ningún día para tener presentes a sus seres queridos vivos o muertos, cerca o lejos. Que no hace falta reseñar ninguna data en el calendario para acordarnos de ellos, que lo que procede es recordarles todos los días del año.
Y es cierto.
Aún así es bueno que algo nos lo recuerde. Tal vez porque así no se nos olvide, y tal vez porque así se acuerden de nosotros. Que nos llamen por nuestro cumpleaños, que nos hagan rememorar el día que nos conocimos, para que «aquél coronel que no tiene nadie quién le escriba» tenga a alguien que le diga algo, para el amigo que dábamos por olvidado y que nos sorprende con un mensaje, que a nuestra memoria acuda ese plato vacío a la mesa como una devota oración dedicada el día de su aniversario, que sepamos que, aunque físicamente no estén, ahí están, y que, aunque de ellos nos acordemos todos los días del año, también los recordamos en días como esos.
Puede que no sean más que apariencias, pensó Marc. Pero, ¿quién no se fija en ellas?, se interrogó. Con ese pensamiento se durmió aquella noche de triunfo. Con el pensamiento y el arcoíris y sus colores.
Días más tarde, víspera de Navidad, en plena Noche Buena, volvería a hacer lo mismo, y Papá y Tío Álvaro sonrieron desde lo alto, y puestos en pie sobre la barca saludaron con la mano y, con sonrisa inequívocamente viva, desearon: ¡Feliz Navidad a todos, y no dejéis de recodar!
Marc se durmió y soñó con pateos mágicos entre peces de colores…
Euskadi-Galiza, decembro 2014.
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