




Songalego-Autor Literario
RUBENS PINTOS MARTÍNEZ





«CARTAS DESDE EUSKADI»

***
​
Mi Muy Sra. Mía.
Sin temor a que estas pocas palabras puedan hacerse públicas y que, además, convendrá conmigo – disculpando mi vulgar lenguaje –, a estas alturas de curso, poco o nada pueda avergonzarnos, porque todo tenemos y nada debemos en materia y concepto de sentimientos.
​
Tiempo ha, Mi Señora, de nuestro enamoramiento, de nuestra cercana pasión visceral y que, todavía hoy, perdura irracional, incontrolable, profunda e instalada a perpetuidad hasta el tuétano y la médula espinal. Porque quizá, Mi Señora, hayamos creado, no ya un amor eterno, sino inmortal.
¿Recuerda? Éramos unos críos, sin mayoría de edad, y supimos… más bien Usted, Mi Señora, supo que lo emprendido entre ambos no iba a ser fruto perecedero, sino empaque sin fecha de caducidad. Y a esto último me refiero, Mi Señora, a lo que el tiempo quita y da, lo que propone y descompone, siendo, en este caso, el nuestro, testigo mudo e imparcial de justa verdad: solo dio y propuso, sin quitar ni descomponer. Nos propuso el enamoramiento para darnos pasión y nos dio el amor para proponernos el respeto. El amor y el respeto que le profeso, la pasión que me devora y el enamoramiento que perdura.
El tiempo, Mi Señora, rápido y fugaz, veloz y sigiloso. ¿Cuántos años han pasado ya?... No, no lo diré… me quedo con haberlos vivido, y digo bien, ¡vivido! Me quedo con ellos, Mi Señora, ¿Usted no?... Sí, claro que sí. ¿Cuánto hemos aprendido juntos en tantos años y tampoco tiempo? ¿Cuánto ha sucedido?... Todo. Y es todo cuanto quiero.
No hay nada más, Mi Señora, porque todo aquel que haya vivido sin haber amado sin concesión alguna a nada que no sea amor, no ha vivido realmente. Hay a quienes la vida pasa por ellos y quienes pasan por la vida. Y me preguntará, Usted, entonces, Mi Señora, ¿qué es el amor? Pues ciertamente, no lo sé. Pero creo, sin que pueda pacerle un pedante, que se aproxima mucho a lo que yo siento por usted.
Y tú te preguntarás por qué te trato de Usted y te llamo Mi Señora. Y esta vez, sí, aunque te parezca un pedante, te lo explicaré. ¡Y vaya pedantería! Eres, Mi Señora, por ser quien eres, Ana, por lo que eres y, Mi Esposa, por lo que significas: Amor y Respeto. Te amo por ser quien eres, Ana, te respeto por lo que significas, Mi Esposa, y ambas cosas por lo que eres: Mi Señora. Te trato de Usted por respeto y de tú por amor, por respeto a ti y amor a Usted.
Y con esto me despido, Ana/Mi Señora:
Dicen que el Hombre es el único animal que bebe sin tener sed y come sin tener hambre… y no se sabe por qué… Al igual que ama… y no sabe por qué… o al menos yo.
Sin otro particular, permítame aprovechar la ocasión para enviarle, que es lo que en definitiva quería expresarle, mi más profundo, sincero y afectuoso: TE AMO.
Atentamente, siempre suyo/tuyo
rpm '12
Euskadi-Galiza, a 13 de abril de 2012
***
Mi muy Querida hija.
​
Eres ya una mujer adulta… Tiraré de tópico – como hasta ahora - y de frase hecha: ¡parece que fue ayer! Pues ya ves, a estos tópicos y frases hechas les pasa como al refranero: en muchos casos aciertan. Y este es el caso. Sí, fue ayer cuando te vi nacer y ya entonces quise decirte tantas cosas que no se me ocurrió ninguna; estaba, creo yo, con la certeza de lo demasiado ocupado que estaba con el profundo amor que me embargaba y que me embarga todavía. Es tremendamente difícil o, al menos, así lo es para mí – con la indefinición e imperfección del lenguaje humano en cualquiera de sus idiomas, cuando tales emociones invaden todo tu ser, agolpándose dentro de ti a empujones y, como dirías tú a tus veinticinco años, “de subidón” –, expresar oralmente lo que sientes. ¡Quieres hablar, besar, morder, gritar… y todo a la vez! Y nada haces. Pero eres feliz. Si la felicidad es un estado de ánimo, es fácil: cuando esta no acude a mí, pienso en ti, te recuerdo, te imagino.
Luego creces… y aquí, otra vez, volveré – como puedes observar, no soy muy ducho en inventar nuevas frases ni nada que se le parezca, a no ser que, al querer decirte una vez más tantas cosas, me vuelva a embargar el profundo amor que te profeso – a tirar de tópico: ¡los hijos crecéis demasiado aprisa! O quizá, seamos nosotros los adultos los que vivimos – si eso es vivir – demasiado aprisa. Y quise decirte tantas cosas que, a tanta velocidad, no fui capaz; bueno, en realidad, se me escapó el tiempo, me quebró, se me adelantó y le dejé huir. Cuando por fin creí alcanzarte – si es que alguna vez lo hice – quise decirte tantas cosas que nada pude pronunciar. Supongo que fue debido al resuello… ¡pero tenía tantas cosas que decirte!…
Y ya ves, ya tienes veinticinco años, un cuarto de siglo. La niñez ya es un recuerdo y atrás has dejado la adolescencia. Entras como mujer en la edad adulta y yo sigo queriendo decirte tantas cosas que, ahora mismo, siquiera a través de estas breves palabras, nada se me ocurre. Nada que no sea el expresarte, si es que en negro sobre blanco pueda expresarse, el profundo amor que te profeso. Ese que me embargó el día de tu nacimiento y el que me embargará el día de mi yacimiento. Otro tópico más: te amé desde el mismo día en el que naciste y te amo hoy en el mismo que has cumplido. Y te amaré. Te amaré eternamente.
Sé que quise decirte tantas cosas y nada te he dicho – por cierto, ni a ti ni a tus hermanos –, pero ya que me he puesto a escribirte estas pocas líneas, te diré lo que mi corazón siente, mi mente piensa y este torpe y pobre manuscrito no logra describir: eres fruto del amor, sangre de mi sangre, vida de mi vida. Nada me separará de ti. Eres mi camino hacia la eternidad, por ello tienes mi amor a perpetuidad.
​
Tenía tantas cosas que decirte que lo único que se me ocurre es decirte lo que tú siempre has sabido y que jamás has puesto en duda: el profundo amor que te profeso. Es un tópico: soy tu padre. Supongo que es el momento de despedirme. Sé que nada te he dicho y si acaso nada nuevo, aunque en verdad, esto tan solo ha sido un medio para alcanzar mi fin, una excusa para tan solo y tanto decirte: ¡Te amo hija mía!, ¡felicidades Almudena!
rpm '13
Euskadi-Galiza, marzo 2013.
***
Mi Muy Sra. Mía.
No es propósito de esta mi humilde misiva disertar acerca del tiempo, Mi Señora, ni aburriros con mi cháchara sobre el mismo – aunque tengo la impresión de que es prácticamente imposible eludirle, mismo de forma indirecta y/o involuntaria – sino de poneros al corriente, si Usted tiene a bien, de mi intención de llevar a cabo la idea y el hecho de que, en cada fecha de vuestro aniversario, de ahora en los sucesivos, me permita dedicaros unos renglones de mi poco virtuoso y locuaz dominio del lenguaje escrito, sin perjuicio de ponerlo en práctica, entremedios, – y deberá excusar mi lenguaje –, tantas veces como me plazca y me dé la gana. Porque sé que a ti, Ana, te gusta.
No es mi intención convertir lo expuesto en una norma, ni muchos en una costumbre, ni nada más lejos que en una rutina. Usted bien sabe, Mi Señora, que ni la norma ni la costumbre y menos la rutina han sido norma, costumbre o rutina en mi vida y, por ende, en la vuestra y, si acaso, inesperadamente, sin invitación se personó ante nosotros, como buenos anfitriones ante huéspedes indeseados, los hemos obviado y por aburrimiento siempre nos han abandonado. Ante la pregunta de mentes febriles y corazones obtusos de, ¿cómo hemos conseguido estar tanto tiempo y tan bien unidos a pesar de este último?, he aquí una de las respuestas, mejor dicho, de las razones. Hay más. Pero esta es una de las principales. Sí, Mi Señora, no nos hemos acostumbrado el uno al otro – a pesar del tiempo – ni hemos convertido nuestro amor en una rutina ni le hemos impuesto norma alguna, porque de ellas la vida está llena. Tú bien sabes de lo que hablo, Ana, y te reitero: no nos hemos acostumbrado el uno al otro, nos hemos unido el uno al otro. Porque dos, no son siempre uno más uno.
Y así nos ha ido, ¿verdad amor mío? Pues, en honor a esa misma verdad – y disculpe nuevamente mi lenguaje – ¡me importa un carajo! He vivido plenamente con Usted y vivo plenamente contigo. Contigo y con los míos. Con tus hijos y mis hijos. Con los nuestros. Puede que sin costumbres ni rutinas y hasta sin normas, pero con amor. Sí, esto último que tantas veces se profana. He amado y me he sentido amado. Amo y me siento amado. Amaré y me sentiré amado. Haya pasado el tiempo que haya pasado… Hablando del mismo, hace poco estuvieron por aquí «los ojos» – sabe a quién me refiero, ¿verdad? – y su mirada se paseó por entre Usted y yo y dentro de nosotros henchidos de orgullo y, apenas en un susurro, nos confesó su añoranza. Sin que al tiempo le diera tiempo instalarse, antes mismo de que partiesen «aquellos», ya sentíamos, como buenos gallegos, «saudades» de los mismos. No por norma, ni costumbre, ni rutina: por amor.
Ya ve, Mi Señora, empecé esta corta y humilde misiva advirtiéndole del no propósito de disertar acerca del tiempo e, inevitablemente, acabé hablando del mismo, y no por norma, que las impone él mismo, ni por costumbre ni rutina si no huyes de él.
Con el tiempo por norma y costumbre instaladas por rutina, se dice aquello de: «Hoy te amo más que ayer y menos que mañana» que en este caso sería, «más que hace un año y menos que dentro de un año». Pues yo la amo, sin más y sin menos.
Sin otro particular, quiero despedirme de Usted/Tú, Mi Señora/Ana, no sin antes aprovechar la ocasión para desearle/te un feliz cumpleaños.
Afectuosamente, suyo/tuyo.
rpm ‘13
Euskadi-Galiza, a 13 de abril de 2013
***
​
Muy Amada Hermana Mía.
Hete aquí que vienes a cumplir los cincuenta años de edad, el medio siglo de existencia, y no quisiera desaprovechar la ocasión para enviarte mis más sinceras y afectuosas felicitaciones, como es obvio.
Sé que no es nada elegante ni caballeroso ni tan siquiera de recibo que, en esta efímera epístola, haga referencia a tu edad: la de una Señora y una Dama. Mis disculpas. Pero, entre tú y yo, bien sabemos que tales protocolos de comportamiento ya no son siquiera secundarios, sino inexistentes. Sería del todo inadecuado postular aquí que ambos estamos por encima de semejantes hipocresías, aunque, tal vez, al menos a lo que a mí concierne, el amor que te profeso hace que protocolos, ademanes, dichos y dimes y diretes no estén en segundo plano: simplemente no existen. La reciprocidad en este caso – y entre otros muchos más casos que nos ocupan – es indiscutible: es dogmática.
​
Cincuenta años, y todavía te veo y te siento como en aquella ocasión – citando al más grande –, en un lugar lejano a nuestra tierra de crianza de cuyo nombre no quiero acordarme, creí, en mi infantil entendimiento sentimental, perderte; preguntando a todo cuanto ahí estaba presente: padres, tíos, primos y conocidos, y sin conocer: muebles, caminos y senderos; dónde, quién o qué te había separado de mí.
El desamparo más absoluto se apoderó de mí. Apareciste, claro. Y no éramos más que unos niños, pero lo que sentí entonces no tiene explicación con la simple imperfección del lenguaje hablado –que decir, entonces, del impreso negro sobre blanco – es lo que siento hoy, ya adultos, toda vez que se me dispensa el privilegio y el honor de volver a verte, y, con todas las imperfecciones inherentes a cualquier forma humana, decirte: Te amo.
Eres un ser hermoso, tengas la edad que tengas.
Llegados a este punto, uno empieza ya a hacer balance de sus cuentas, no las que debiera, pero es un comienzo. Sé que estoy perdonado porque sé quién eres, qué eres y cómo eres. No obstante, te lo imploro por todo cuanto aquello que consciente o inconscientemente te ha herido, te hiere y te herirá, por causas de mi acción u omisión, sea de la procedencia que sea. No busco consuelo, solo refugio.
Soy consciente de la brevedad de estas líneas, y quisiera observar un mayor poder de síntesis para poder expresar todo cuanto de emocional se me aparece en tan poco espacio. Pero si de ello se trata, pocos me ganarán en lo intenso.
Así que me despido con lo último expuesto, a ver si cuela y pueda transmitir lo pretendido: felicidades de parte de tu hermano que te quiere.
Afectuosamente tuyo,
rpm ‘13
Euskadi-Galiza, mayo de 2013
​
***
Mi Muy Señora Mía:
​​
​
​
​
​
​
​​​
Una vez más, un año, más me pongo en contacto con Usted a través de este foro y con esta misiva. Inevitablemente, y como casi siempre – todavía en mi anterior comunicación lo abordo –, me es prácticamente inevitable hacer referencia al tiempo.
​
Sí, Mi Señora, ese juez inexorable.
​
Será quizás porque no queda otra, porque me dedico a esto de comunicarme con Usted a través del lenguaje escrito, solo de cuando en vez, y eso, Mi Señora, despacha tiempo. De un aniversario a otro, de un recordatorio a otro, y aunque fuesen aleatorios los momentos escogidos para tal fin, no dejarían de tener su tiempo. Pero ya que estamos enredados en el mismo y, por lo que parece, poco podemos hacer al respecto, quisiera, si me lo permite y excusando mi pedantería, exponer mi poca y efímera teoría sobre el tema que nos ocupa y no preocupa.
​
Pues bien, el tiempo puede dividirse de muchas formas: en momentos, en recuerdos, en horas, etc. Como Usted bien sabrá, los griegos de la antigüedad distinguían entre dos tipos del mismo y, para ello, contaban con dos dioses: Kairós y Kronós. El segundo nos habla del tiempo que se puede medir, es decir, del cuantitativo; el primero – y estoy sintetizando todo cuanto me es posible – nos recuerda el tiempo como, «el momento», y no cualquiera de ellos, sino el «adecuado y oportuno»; en resumen: el tiempo cualitativo.
Como es obvio – y sé que Usted ya lo ha adivinado –, me quedo con este último. Si no, dígame, Mi Señora, ¿cuántos Kairós han existido en nuestro Kronós?... Una peseta trocando lágrimas por una sonrisa, una mirada asomada a la ventana esperando ser besada, un te quiero en «2 caballos» o una sala de cine… y esos, solo son el principio y no los más lejanos, porque Usted sabe, Mi Señora, que nos son comunes y cotidianos. Sí, en Usted, el Kronós se ha detenido para embriagarse de Kairós: eres mi momento en el tiempo, no te mido, te vivo, porque creo.
​
Tú eres mi fe.
​
¿Qué importa, entonces, cuánto vaya a cumplir hoy? Tan solo será un Kairós más, un momento más adecuado y oportuno. Si quiere, que venga Kronós y lo cuantifique, que lo mida. Yo, mientras, disfrutaré del momento, como siempre lo he hecho y lo seguiré haciendo.
​ Esa es mi teoría.
​
Y como Usted bien ha deducido, esta no es más que una creencia, una forma de entender las cosas, algo que se nos arraiga profundamente y que tomamos como filosofía de vida. Es un acto de fe, una verdad en sí misma.
​
Cuando pienso en todo esto y reflexiono sobre ello, no puedo dejar de recordar lo que – como ya le he comentado en anteriores misivas –, algunas veces, mentes febriles y corazones obtusos, osan preguntarme: después de tanto tiempo con tu mujer, ¿de qué podéis aún hablar? De nada, les contesto yo. Nosotros no hablamos, tenemos momentos, debería responderles; y para qué, si ellos no conocen ni creen en Kairós. Sé que se está riendo leyendo esto último y no hace falta que se lo pregunte… lo sé, porque creo: he ahí una buena respuesta.
Otro día, Mi Señora, le hablaré de fe y creencias. De esas que Usted tanto me inspiró a lo largo del tiempo con sus momentos. Los más adecuados y oportunos. ¡Y dejemos ya de cuantificarlos!
Felicidades, amor mío, y suma tu quincuagésimo Kairós a tu vida.
Te amo, Ana, tengas el tiempo que tengas.
Suyo/Tuyo, afectuosamente,
rpm ‘14
Euskadi-Galiza, a 13 de abril de 2014.
​***
​
​
​
Querido Irmán, Como tal che Falo.​
​
Despois dun tempo, que sen el non era, decidín-me dicirche ben pouca cousa a través do meu verbo escrito ben pouco expresivo e talentoso. Porén, terás que recoñecerme que máis vale tarde que nunca. Non ves! Non se me ocorre nada máis como escusa.
​
Fai uns días, miña dona, tamén estivo de aniversario — o pasado día trece deste mesmo mes — e na miña efusiva misiva facía-lle referencia ao tempo, non ao tempo climatolóxico, como ben adiviñaches, senón ao que transcorre e vai pasando, aquel que nos finta, pásanos e adianta. Pois ben, non quixera, tamén hoxe, mal teorizaren sobor do mesmo. Máis ben, aproveitándome del, falar do que nos quita e da, pero sobre todo, do que nos relembra.
​
Os entendidos na materia din que pasado un certo tempo, para lembrarnos de certas facianas, temos que maxinarnos situacións concretas. E dicir, se temos que relembrar as persoas que nos importan, teremos que revivilos feitos con elas. Como podes ires observando, sigo falando do tempo.
​
No caso que me ocupa — que es ti — cando te relembro, o primeiro que me ven a cabeza, son as lembranzas cheas de saudades que se instalan — que eu quixera que ficaran — pero que non acado reter, pero si manter. De todas elas, das máis nítidas, apareces-me nun campo de xogo: ti baixando unha bola caída do ceo cun control incríbel de peito e, de remate certeiro, eleva-los brazos en uve en claro sinal de vitoria, namentres pola banda atlética teu pai grita ao respectábel en francés “agalegado”: “C’est mons fils!”, ao tempo que este, teu irmán pequeno, quéimalle as mans de tanto bater nelas.
​
Con todo, e sen prexuízo de tódalas demais, o que con máis agarimo e ledicia agocho na miña alma, porque quizais sexa o que máis defíne-la personalidade e quen es, é o relembro que teño das festas de San Telmo de Tui, no que por primeira e derradeira vez, xunto- los dous, escoitábamos, abraiados ambos, a canción protesta dos que fuxían dos ventos a lombos apoloxéticos das inxustizas infrinxidas a nosa terra, esta, que tan descoñecida era para nos. Dende entón e até agora sei por que banda xogas: pola esquerda, a mesma que eu percorro á rebufo do meu irmán maior.​
Aquilo data do xa afastado abril de 1978.
​
Como ves retorno ao que casque sempre me move a escribiren estas misivas: o transcorrer do tempo, aínda que a verdadeira razón séxa-la escusa de manter contigo unha breve conversa en chave de relembro. Son un nostálxico, recoñezo-o, pero ti tamén deberás de admitirme que, nestes casos, pouca marxe de evita-lo temos. Así que, aínda que non toque nestas liñas, coma se dunha despedida formal tratárase, non quixera desaproveita-la ocasión para enviarche os meus máis sinceros e sinxelos parabéns polo día do teu aniversario. Non indicarei nestes intres o mal gusto do tempo vivido.
​
O que de verdade importa é vivir, e deste xeito poderes relembrar todas esas imaxes nas que tantas facianas revélanse noutros tantos momentos: eses que nos din quen somos, que nos fan recoñecíbeis aos ollos dos demais.
​​
Agora si chegaron as verbas para a despedida, mais no quixera face-lo sen dicires o que, en resumo, pretendía transmitirche dende o principio destas poucas liñas escritas: “Como un Irmán che Falo, ti, Meu Meirande”.
​​
Saúdos e até a vindeira.
“Como Un Irmán Che Falo”.
rpm ‘14
​
Euskadi-Galiza, a 18 de abril de 2014.
​
***
Amada Irmá Miña.
​
​​​
​
​
​
​ Como podes comprobar, nesta volta, escríbote na nosa lingua materna, a que chaman de «Castelao» ou de «Rosalía». Non por nada en especial, nin sequera concreto, máis ben creo que é consecuencia a prol da analoxía anterior. Naquela, disertei sobor do transcurso do tempo (algo moi recorrente e pouco ocorrente, cando a verdadeira razón derradeira destas poucas liñas son, en realidade, o descorrer do mesmo) e das secuelas, máis mentais que físicas, que debilitan a nosa memoria.
Contigo, iso, non me ocorre: ren téñome que maxinarme para relembrarte. Porén, hoxe non me apetece falar del (xa falei dabondo), senón de algo moito mías mundano, pero, en troques, máis complexo que non complicado: de sentimentos.
​
Dende que «presumo» de ser escritor — en todo caso, mediocre —, só obtiven, da túa parte, mostras de apoio e confianza, amén dunha que máis xenerosa crítica vertida neste mesmo espazo común. Non é o que poidamos denominaren un apoio físico-material (as mostras deste veñen dadas a carón do outro teu irmán, o Meirande, dabondo cheas), senón das que todos tanto queremos e necesitamos e das que moitos, desgraciadamente, carecen. Pois ben, carencias desta índole non figuran como asentamento no meu «debe» emocional: tendo a persoas coma ti o meu redor, é imposíbel. Amar é indescritíbel, e que tal acontecemento sexa rebotado como se dun eco tratárase, non ten parangón.
​
Amo e síntome amado, e nesta segunda parte, ti, miña irmá pequena, tes moito que veres e diciren, porque amosar velo facendo dende fai xa moito tempo: remóntase a nosa máis tenra nenez. Grazas por me amar incondicionalmente.
​
Que ninguén de todo canto aquel ou aquela que se asoma a esta misiva — sobre todo a quen teña una ligazón máis íntima comigo — se sinta excluído, entre outras razóns porque, en ningún caso, son exclusivo. Pero hoxe, tócate a ti, é o teu día. Xa o dixen: amo y síntome amado, e teño — non sei se bendita, pero si divina — a inmensa fortuna de contarte perante os meus seres máis queridos (neste caso utilizo o verbo querer, como para darlle unha «cor» máis de pertenza e, se cabe, de posesión), pero por riba de todo, de figuraren, eu, entre os teus. Es dos meus e síntome dos vosos.
​
Unha vez máis, grazas. Moitos dos meus soños e dúbidas non foron posíbeis sen ti.
Agora toca despedirse, e voltamos ao tempo. Dese que todos queremos fuxir, pero que ninguén acada. Ese que ten a ben dispor de que gocemos da túa presenza un ano máis nas nosas existencias.
​
Felicidades, irmá. Teu, afectuosamente,
​rpm '14
​
Euskadi-Galiza, 20 de maio de 2014
​
***​
Querido irmán, como tal che falo.
​​
De ren servirá, pero sentínme na obriga sentimental. Non sabía moi ben que dicirche, a miña ben pouca lúcida mente nada se lle ocorreu presa coma ficou das malas novas que me chegaron sobor do que che aconteceu este serán. Sei que non foron perdas persoais, só materiais, pero doe. Non pretendo, e lonxe estaría de tentalo, con esta reposición un anaco aldulterada, aflixirte con consolos. Pero se de algún xeito podo mermá-la túa mágoa, polo só feito de relembraren o amor que che profeso, dareime máis aló que satisfeito.
Os entendidos na materia din que pasado un certo tempo, para lembrarnos de certas facianas, temos que maxinarnos situacións concretas. E dicir, se temos que relembrar as persoas que nos importa, teremos que revivi- los feitos con elas. Como podes ires observando, sigo falando do tempo.
No caso que me ocupa — que es ti — cando te relembro, o primeiro que me ven a cabeza son as lembranzas cheas de saudades que se instalan, que eu quixera que ficaran, pero que non acado reter, pero sí manter. De todas elas, das máis nítidas, aparécesme nun campo de xogo: ti baixando unha bola caída do ceo cun control incríbel de peito e, de remate certeiro, eleva-los brazos en uve en crara sinal de vitoria, namentres pola banda atlética teu pai grita ao respectábel en francés «agalegado»: «C’est mons fils!», ao tempo que este, teu irmán pequeno, quéimalle as mans de tanto bater nelas.
​
Con todo, e sen prexuízo de tódalas demais, o que con máis agarimo e ledicia agocho na miña alma, porque quizais sexa o que máis define a túa personalidade e quen es, é o relembro que teño das festas de San Telmo de Tui, no que por primeira e derradeira vez, xunto-los dous, escoitábamos, abraiados, a canción protesta dos que fuxían dos ventos a lomos apolóxicos das inxustizas infrinxidas a nosa terra, esta, que tan descoñecida era para nos. Dende entón e até agora sei por que banda xogas: pola esquerda, a mesma que eu percorro á rebufo do meu irmán maior.
​
Aquilo data do xa afastado abril de 1978.
​
Como ves, retorno ao que case que sempre me move a escribiren estas misivas: o transcorrer do tempo; aínda que a verdadeira razón sexa-la escusa de manter contigo unha breve conversa en chave de relembro. Son un nostálxico, recoñezo-o, pero ti tamén deberás de admitirme que, nestes casos, pouca marxe de evita-lo temos. Así que, aínda que non toque nestas liñas, coma se dunha despedida formal tratarase, non quixera desaproveita-la ocasión para amosar-che o meu máis absoluto y sincero apoio e solidariedade polos duros intres nos que te atopas ti e os teus. A sorte é esquiva, meu irmán, mais ti es forte dabondo para volver a conquista-la.
​
Bicos e unha forte aperta.
O que de verdade importa é vivir, e deste xeito poder relembrar todas esas imaxes nas que tantas facianas revélanse noutros tantos momentos: eses que nos din quen somos, que fannos recoñecíbeis aos ollos dos demais.
​
Agora si chegaron as verbas para a despedida, mais no quixera face-lo sen dicires o que, en resumo, pretendía transmitirche dende o principio destas poucas liñas escritas: «Como un Irmán che Falo, ti, Meu Meirande».
​
Saúdos e até a vindeira.
​
Como Un Irmán Che Falo
rpm ‘14
​
Euskadi-Galiza, outubro 2014
​
***
Ahí vienen. Vienen hacia aquí. Lo siento, noto su presencia, como se van aproximando, como ocupan todo mi ser.
​​
​Ojos.
Ojos recién nacidos,
ojos crecidos.
Grandes, bellos, negros,
ardientes, luminosos, profundos,
temerarios, oscuros,
inteligentes, despabilados, atentos,
buenos, malos…
Hermosos.
Rostro de ojos.
Ojos en una cara, cara de ojos.
Ojos superlativos.
Ojos de los recuerdos
de la nostalgia de los tiempos.
De los tiempos venideros
y de lo que ven ahora los ojos…
No unos ojos, sino los ojos.
Que lo ven todo y a todos,
que hablan por sí solos,
que ríen por los codos.
Ojos enamorados
que nos tienen atrapados,
liados, entregados,
embargados, embaucados.
Ojos desubicados,
llorosos, ensangrentados,
desorbitados, rotos.
Ojos dormidos, ojos despiertos
pero que siguen siendo negros.
Ojos «despupilados » …
Ojos sin dueños
que nunca serán nuestros,
ni tuyos, ni de ellos…
tampoco serán míos.
Serán los ojos,
Ni pasados ni futuros.
Son eternos…
son los ojos.
​
"Ojos"
rpm ‘13
​​
Mi muy querido hijo.​
​
No sé si es el momento oportuno, ni deseable o adecuado, siquiera necesario para escribirte estas breves líneas, pero si con ellas puedo ayudarte y te sirvan, ya no de consuelo – porque en ellas no busco ningún tipo de compasión –, sino que otro que el de apoyarte y de que recuerdes, como tú nunca has olvidado, que siempre estaré a tu lado.
Tal como indica esta última frase, no quisiera caer en la fácil pero tentadora frase hecha por típica y tópica que, aunque llena más de lo que pensamos de sabiduría, verdad y realismo, no deja, por ser repetitiva, harta y vacía. Todo cuanto puedan decirte por este lado es más que sabido por todos, pero, sobre todo, por ti. Así que yo trataré de ser algo más ingenioso – aunque temo fracasar en el intento – y como padre y conocedor tuyo, ahondaré en los recuerdos y, con ellos, intentaré que veas las cosas desde donde, creo, debes verlas: somos lo que el pasado nos dicta. Tú no eres fruto de un día, tienes veintisiete años y eres Bruno.
Con todo lo que eso significa.
No serás mejor por ello, pero, sobre todo, no serás peor. Si buscas, encuentras. Y la mejor forma de buscar es en ti. Tú no has desaparecido por perder algo. Ni siquiera sabes si lo has perdido, pero aunque así sea, debes seguir hasta encontrar lo tuyo, como todos los demás hacemos. Y si todo está a oscuras, tú eres el interruptor de la luz: nunca dejes de ser quien eres, por hermoso.
Sé lo que me digo y lo que estoy escribiendo. Soy tu padre y sé quién eres. Te vi crecer y hacerte un hombre. Vi como un chico de apenas catorce años desafió a su entrenador porque este no supo confiar en él cuando aquel había sido el artífice del éxito del colectivo. Deseaste pérdida del equipo por mor de un timorato para lección a la gente sin confianza, lo que a ti te sobra. Te recuerdo salir al campo de juego enfundado a lo "Casillas" y porte "Valdés" en primera persona, y yo, desde la grada, gritarte, "¡Chulo!”, con el corazón desbocado por la emoción. Y tú, con aire "chulesco", dedicarme una sonrisa a lo "Bogart" plena de confianza y seguridad en ti mismo. Eras el líder y así todos te lo reconocíamos. Jamás vi que te achicaras.
Eres Bruno, así que ahora no es el momento. Debes de ser tú nuevamente y, si alguna vez has dejado de serlo, solo es cuestión de mirar hacia ti y ahí hallarás la solución: los hechos hablan por ti. Sé ese chico pleno de confianza, el que desafiaba el poder, el que se sostenía aunque el equipo se viniese abajo.
Eres Bruno, mi hijo que más se parece a su madre. Por eso sé lo fácil que es amarte, y lo hermoso también. Puede que otros así no lo vean, que se compliquen con tu sencilla complejidad: amarte es simple porque has nacido para amar y ser amado. Eres hijo de mi amor y con ello lo digo todo. Jamás amas por interés, ni nada pides ni esperas de los demás, como quien te parió. Por eso os amo tanto. Ya sé que a veces no todo se entiende del todo bien.
No te culpes ni culpes a nadie. Vuelve a ser el que siempre has sido y no lo olvides – y esta vez, sí, recurriré a la frase hecha –: un hombre no se mide por las veces que se cae sino por las veces que se levanta.
Eres Bruno, eres mi hijo y allá cada cual con su interpretación. Nosotros bien sabemos a lo que nos referimos.
​
Tu padre que te quiere y no te olvida.
rpm ‘14
​
Euskadi-Galiza, novembro 2014
​
***
Amigo Mío.
«¡Eh, amigo!, ¿cómo estás esta mañana, recuerdas algo de lo que te ocurrió ayer?…» Ya sé que no te importa, que tú sigues a lo tuyo y pocas son las cosas que te distraen. Supongo que la fuerza de la costumbre te ha hecho así y que en ella te has acomodado. Tienes alternativas, por supuesto, pero nada quieres saber de ellas. Como todos, y como yo mismo, defendemos la rutina, aunque tantas veces desechada, es en la que tantas veces buscamos refugio, y nos da más miedo renovar que morir, porque tememos lo nuevo. Lo nuevo nos desconcierta, nos saca de nuestro ensimismamiento y nos arrebata el control. Un control que nunca tuvimos y jamás tendremos, pero que con la rutina creemos poseer. Sin embargo, algo deberíamos movernos y, en menor medida de lo deseable, casi todo el mundo lo hace. Y cuando hablo del «mundo» es del mío y, claro está, tú estás en él, y tú eres el que menos se mueve. No es que no puedas, es que no quieres. Te pareces a ese «Dr. Sheldon Cooper» de la serie televisiva «Big Bang», por la que apostaría nada sabes de la misma, porque nada sabes de lo que no sea pasa en «tu mundo».
«En tu mente ya lo pone, todo tal como ha de ser…» Yo, por mi parte, lo he intentado y los resultados fueron los esperados y no por ello menos decepcionantes. Como al Coronel al que nadie le escribía, intenté mantener un intercambio mutuo y recíproco de conversaciones como estas, y tú te has rajado. Hasta pretendí que estos fueran inteligentes. Nada conseguí, sino el silencio.
Pero no desistiré en mi empeño, toda vez que la ocasión se me presente, como si de una de tus rutinas se tratase, insistiré en ello y el Coronel recibirá, en esos días señalados por las convenciones sociales que él tanto aborrece, su esperada carta. Esa en la que le recuerdan que todavía hay gente que se acuerda de él. Que aunque solo sea en esos días especialmente odiados, no dejan de formar parte de nuestra rutina vital y, de ella, amigo mío, difícilmente puedes escapar, porque siempre es bueno y hasta gratificante que alguien nos felicite, nos desee o pronuncie nuestro nombre.
«Ya sé que no te importa, tú tienes que seguir, tú debes conseguir…» Así te imagino yo defendiéndote, blandiendo argumentos como verdades absolutas. Solo las que a ti te interesan. Y dirás, «¡Sí, claro!, a qué otras, ¿si no?». Y creerás haber vencido. ¡Ay, amigo mío!, no te lo creas, porque ambos estamos equivocados. Yo por insistir y tú por desistir. Yo seguiré escribiendo al Coronel y este dará acuse de recibo con entrega al remitente. Se alegrará, tendrá un motivo para la reflexión en su soledad, pero nada le convencerá. Taciturno volverá a su ensimismamiento. Llegado la hora hasta se dignará tomar un café con quien le escribe, pero sin salirse nunca de su rutina: a su hora y en el mismo café... «¡Un café con leche!», y su camarera de siempre se lo servirá.
«En tus labios brilla una sonrisa que penetra en lo más hondo de mi ser…» Así te imagino, ahora, leyendo esto. Puede que meneado disconforme la cabeza, con gesto irónico y respuesta imaginaria sarcástica no exenta de cierto cinismo. Lo leerás, seguramente, mientras rutinariamente seguirás, entre las ondas de la red de redes, buscando el tema musical imposible.
Amigo mío, hoy me he acordado de ti. Por rutina, supongo. Porque cumplir años lo es, ¿o no?
rpm ‘15
Euskadi-Galiza, febreiro 2015.
***
A mí.​
Ayer fue mi cumpleaños. Ese que, dicen, es tu día.
​​
Tenía la intención de dedicarme, aunque solo fuera un poquito, unas breves líneas a mí mismo, cosa que, por otra parte, vengo realizando desde un tiempo a esta parte en mis «Cartas desde Euskadi», toda vez – en la mayoría de los casos – que uno de esos días celebre alguna persona algo, para mí, de significativa importancia. Pues bien, como hoy es mi día, quiero dedicármelo. Hacerme, si me permiten, una auto-regalo, aunque solo sea hablando de mí, lo que como presente poco valor tendrá por intrascendente. Iba a hablar de lo que casi soy. De lo que siempre estoy a punto de conseguir, sin lograr ese casi a punto de comérmelo todo. El que siempre se queda en el olvido de la segunda plaza.​
Esa es la percepción que tengo de mismo: ¡cuán equivocado estoy!
​​
Quería también exponer mis alegrías, en forma más bien de sueños realizados, y mis también algunas decepciones o desilusiones. Sueños como ver publicado mi primer «cativo impreso» – como me gusta llamarle – nombre que le fue dado por un anónimo comprador a mi «Niño De Los Colores», pero de que cuyo nombre sí siempre me acordaré por siempre jamás. Como de aquellos que, de una forma u otra, colaboraron en que este, mi sueño, sea ya una realidad.
​​
Por otra parte, las pequeñas decepciones o desilusiones… No, no tengo derecho a quejarme y menos a hablar de ellas. Debería avergonzarme con solo pensar en ello. Cuando en las redes sociales o cualquier otra forma de comunicación tan de moda en esta era de las comunicaciones, y otras más convencionales como la clásica llamada telefónica o, inclusive, la tradicionalmente personal, se ha versado, se me ha hecho llegar, se me ha comunicado, en definitiva, tantas muestras de afecto, de cariño y de amor; ¡perdón!, no es decente que pueda ejercer derecho a la queja: ¡soy la persona más afortunada del mundo! Gracias por estar ahí: ¡todos vosotros! Mis nuevos «seguidores», «lectores», los amigos de siempre y los nuevos… pero permitidme una mención especial a los «míos». Esos que, sin que todavía hoy llegue a entender el porqué – tal vez porque tenga la falsa creencia de que no sea merecedor de ello –, siempre permanecen a mi lado en los sueños y en las desilusiones y que, día a día, tantas muestras de amor me muestran. Solo puedo henchirme de orgullo y gratitud y corresponderos con lo que, en verdad, sí, vosotros merecéis: mi amor incondicional.
​​
Me dedicaré, de todas formas, ese pequeño obsequio. No tenía del todo claro cuál iba a ser, hasta que lo leí. Reconozco que pueda acercarse peligrosamente a una apología sobre mi persona y que es, a todas luces, del todo parcial por halagador y de proceder de quien procede. Pero como ya he comentado: si la felicidad es un estado de ánimo, yo estoy instalada en ella a perpetuidad.​
Todo lo expuesto hasta aquí, sobra: ni mi exposición ni cuanta retórica, utilice para expresarme, logrará superarlo. Si quería un auto-regalo, este es el mejor que podía haberme hecho.​
Gracias, Bruno! Te quiero, hijo!​
rpm’15
Euskadi-Galiza, febreiro 2015
​
Hoy 25 de Febrero:
Tal día como hoy, hace 53 años, nació él.
Para muchos es Rubén, para otros, «conocido», para unos pocos, «amigo», para muy pocos, «familia», para dos, «hermano», otros dos son «padres», pero para mí es, «papá».
Papá que hoy cumples 53 años de alegrías,
53 años de penas,
53 años de amor,
53 años de vida.
53 veces, si no más, en las que puedes sentirte orgulloso de ti.
53 años, en los que aprendiste y sigues aprendiendo.
53 años dando y recibiendo conocimientos.
53 años y nace un nuevo escritor, no de profesión, sino por vocación, más grande si cabe que la anterior, ya que el artista hace lo que hace por gusto y no por dinero, por mostrar y no por cobrar, por enseñar a los que vengan otras formas de ver las cosas.
53 años llevo disfrutando de mi padre.
53 razones para verme al espejo y querer ser él.
53 veces que podría decir que es mi ídolo.
53 veces mi padre.
¡Felicidades, papá!
Atrás queda el pasado y delante el futuro, detrás el camino andado y delante el que queda por caminar.
Pero hoy, para, solo para, mira a tu alrededor y disfruta de cuanto te rodea, hoy es tu día, saboréalo y celébralo.
El camino puede esperar, porque…​
«Caminante, son tus huellas
el camino y nada más;
Caminante, no hay camino,
se hace camino al andar.
Al andar se hace el camino,
y al volver la vista atrás
se ve la senda que nunca
se ha de volver a pisar».
Mañana será otro día para caminar, pero hoy, no.
53 veces felicidades, papá.
Bruno Pintos Blanco
​
***​
​
Hoy hace veinticinco años que naciste. Es, como puede deducirse, tu vigésimo quinto aniversario. Has cumplido ya un cuarto de siglo… suena distinto, ¿verdad? Has dejado atrás, según la ciencia, la adolescencia. Eres ya una adulta… toda una mujer, y estas pocas palabras aquí expuestas y mal compuestas, no tienen más objeto que el felicitarte: ¡FELICIDADES, HIJA!


Un año ha que, por última vez, le he escrito. Un año sin prisa y sin pausa. El tiempo, Mi Señora, ese gran aliado amigo y enemigo, juez y parte, que toma y da, que topa tu/su sitio y nos pone en él.

Fai pouco máis dun mes — o dezaoito do que se foi — adicáballe ó teu irmán — o outro, o Meirande — unhas cantas verbas mal «entintadas» negro sobre branco, pero ditadas dende o corazón e para o corazón, o mesmo o que hoxe quero facer contigo. Un costume, esta, que me propuxen alongar no tempo como si de unha obriga tratárase.


Mi Muy Querida Hermana.
​​
En mi último manuscrito de mi segundo libro que posiblemente se edite, en la «Nota de autor», venía a decir que tú eres mi «más ferviente admiradora». Estoy convencido de que lo llevarás con orgullo.
Permíteme que haya encabezado de este modo este mi pequeño obsequio en el día de tu aniversario: es para mí un honor que tú seas una «incondicional mía». A mí también me llena de orgullo, y tal como me lo sugeriste para mi «novela», te lo diré en primera persona: te quiero. Eres de las personas que más han significado en mi vida, y tú lo sabes.​
​
Como ya conocéis los que seguís, de alguna manera en mis «Cartas desde Euskadi» vengo dedicándoles unas palabras – entintando momentos compartidos por la caligrafía, invadiendo perímetros de una superficie anquilosada por el continuo devenir de sucesos… tal como escribiría un buen amigo mío –, generalmente en un día de cierta significación para el receptor, a todo aquel o aquella que, de una forma u otra, alguna significación también tienen para mí. No es fácil – o al menos a mí no me resulta – escribirle a alguien por el simple placer de hacerlo, más cuando, desde lo afectivo, poco o nada puedo añadir, pues lo que siento por ti bien es conocido por los dos.
​​
Entonces, sin querer, una idea ilumina tu mente a modo de recuerdo, por ejemplo, o de algo que, hasta ese instante, nunca habías tenido en cuenta. Sabías de su existencia, pero era como si no tuviese importancia alguna; que estaba ahí, como agazapada, a la espera de ser rescatada. De esos pequeños detalles – muchas veces emocionales – es con los que vamos rellenando nuestra existencia.​
Recordé que estás leyendo mi manuscrito de «Juegos, sexo y amo» – espero que te guste y que lo disfrutes – y supe entonces la importancia, en valor sentimental, que tiene para mí el que tú seas de las primeras en conocer mi «obra» de primera mano. Lo que eso significa. Porque, ¿quién si no estarían más cualificadas que las personas que más y mejor me entienden, que más significación tienen para mí, que puedan valorar lo que escribo? Tú eres una de ellas. Sé que no serás la más imparcial, pero sí la más sincera.
​
Cuando en tú «estado», ese apartado del «Facebook» en el que se expone en la mayoría de los casos banalidades por exceso de ocio y aburrimiento, escribiste tu «crítica» a mi primer «cativo impreso», «El Niño De Los Colores»; no cupe en mí de gozo sin control alguno sobre mis glándulas lagrimales: de dicha, lloré. Poco original, ya ves, mas, así fue.​
Que tú, una persona a la que admiro, elogie un insignificante trabajo literario escrito por un pseudo-escritor es, cuando menos, para este, gratificante, y si a esto le añadimos lo que representa, es decir, lo que significa (no quise reutilizar la palabra significación por no ser repetitivo), imagínate, pues, lo que pude llegar a sentir. Y ahora, resulta que la cosa no queda ahí: de ser yo tu más ferviente admirador a que tú lo seas de mí. Cuando en mi «Nota de autor» escribía eso, fue por la profunda admiración que te profeso. ¿Quién mejor que quien admiras se convierta en tu admiradora?
​​
No quisiera aburrirte con mis significados e insignificantes admiraciones y con ello estropearte el día. Lo único que pretendo realmente, en ocasiones como estas, es que quien reciba estas pocas líneas negro sobre blanco, sepa que me acuerdo de ella por lo que esta significa.​
Tu hermano que te quiere.​
rpm' 15
​
Eskadi-Galiza, mayo 2015​
***
Querido Pai Meu:
​
​
​
​
​
​​​​​​​​
​​
​
De ti, Meu Pai, podería mesmo escribir un libro só coas ensinanzas das túas variadas anécdotas, coma se de parábolas alegóricas «platonianas» tratárase. Así que o bo lector entenderá que, por máis que me esforzara nese intento, nin o tempo, e menos o talento, sería quen de acometer semellante empresa.
Coma ilustración só mencionarei un par de frases que tantas veces me repetiches: «Ah, mundo, mundo cabrón!», e: «Medio mundo está a foder a outro medio». Quen isto lea, rirase de quen as escribiu e de quen as dixo, deducindo, incluso, da falla de orixinalidade das mesmas. Pódese rir canto lle de a gana e pregoar os catro ventos (como así é) que as frases non son de seguro túas: pero o que nunca poderá negar son as verdades que nelas agóchanse. Lapidarias si, pero non por iso menos certas. E ti, Meu Pai, en canto a cantos, canteiras e pedras es un erudito.
Fillo de canteiro a túa ánima foi esculpida en pedra, e nela reflíctese a beleza da arte clásica, esa que se mantén inamovíbel no tempo, ese no que ren inflúe os trocos mudados en modas, mesmo por onde el vai pasando imperturbábel. Medraches nunha guerra que impediuche crecer coas súas consecuencias, pero que non acadou de que ti non foras capaz de teu propio desenvolvemento. Unha guerra onde medio mundo andaba a foder ao outro medio — esas dúas Españas da que tanto te quixeron convencer —, que víñate a confirmaren o cabrón que era só porque uns din unha cousa y e outros outra. Por moito falar e demasiado calar, por pouco entender e ren comprender.
E o mundo seguiu igual de cabrón aínda que disfrazado de pelexo de año. Ouvidos xordos, vacuas verbas de linguas viperinas coma secuencias dun vinilo raiado dunha cantilena até a saciedade repetida. E ti, Meu Pai, con pouca bagaxe educativa ditadas polas normas do sacro-santo estado, pero coa academia da vida por monteira, facía-lo parvo para que todos os cabróns pensaran que ti pensabas que, eles mexando, ti dirías que estaba chovendo. Co que non contaron foi coa túa incredulidade.
Te-lo moi claro: o mundo segue a ser un cabrón. Cos teus oitenta e cinco as costas, unha mente tan clara como a túa ten sobradamente despexada calquera dúbida. Poderán contarte misa e mesmo intentaren facerte comungar con rodas de muíño, asegurándote que o mundo trocou para ben. Ti, caladiño, ben sabes de mentiras, e ren ten de verdade. Agora máis que nunca, medio mundo anda a foder ao outro medio.
Xa na plenitude, rectificaches o dito, engadindo — esta vez si, para os das risas fáciles e parvas que nada entenden e menos comprenden — da túa colleita: «Antes, estaba medio mundo a foder outro medio. Agora, están tres cuartos a foder medio». Non te preocupes Pai, ti mesmo dicías-mo: «Antes facían o que querían; agora fan o que lles da a gana». Outra lápida a este mundo cabrón.
Xa ves, Papá, só quería felicitarte polo teu aniversario. Non sei por que, pero non atopaba que dicirche e saíume esta «cabronada»… co fácil que era dicir, PARABÉNS MEU PAI!... Pero xa sabes, eu son un máis daqueles que ren entenden e menos comprenden.
Oitenta e cinco anos, e honra e a honestidade continúan…
Un abrazo, Meu Pai, e até a vindeira.
rpm ‘15
Euskadi-Galiza, novembro 2015.
***
Mi Muy Querido Hijo.​
​​
​
​
​
​​
​
​​​​
​
Sin embargo, como comprobarás a continuación, en nada se asemeja con mi intención inicial lo que ahora he decidido decirte. Me acusarás – como yo mismo, por otro parte, más de una vez me he definido – de ser un nostálgico incorregible. Me gusta y ejerzo de tal, y seguramente en mí se hará patente aquello de que todo tiempo pasado fue mejor o porque, simple y llanamente, añoramos, como no puede ser de otra manera, aquello que ya no tenemos o de lo que no disponemos.​
Pues bien, hijo. Como bien tú recordarás, siempre por estas fechas, en casa, en el día de tu cumpleaños, lo más tardar, solíamos adornar de espíritu navideño nuestro hogar. La tradición, como bien tú supones – quien es nostálgico, es tradicionalista –, se mantiene. Así que, como un año más, y a falta de vosotros – sobre todo tu hermana – me puse manos a la faena y armé como torpemente pude el árbol de Navidad mientras mamá se ocupaba del resto de la decoración de la casa. En mi tono irónico-guasón, que podría malinterpretarse como sucedáneo de «a retranca galega», le dije a tu madre que estaba harto de repetir anualmente la misma y repetida tarea navideña, que para el año que viene iría a un «chino» y me compraría uno de esos abetos ya «montados» con lucecitas y todo, y así me ahorraría el engorro en el que siempre o casi siempre (¿?) me enredan o me enredo. Como siempre o casi siempre, tu madre dejó que el gruñón de su marido – que con los años acentúa el defecto – dejase escapar su gruñido. Y a continuación, en uno esos pocos ataques de lucidez que a veces tengo, mi memoria se vio inundada por los recuerdos que todavía hoy – creo que como siempre – me abruman.​
Sería fácil comprarse un árbol en los «chinos», y puede que hasta práctico. Entonces, sé que me haría – y tú también – la siguiente pregunta: ¿y el espíritu navideño?... es ñoño. ¿Verdad? Sí, ñoño, pero verdad. Una historia más de lágrima fácil, de esas que yo presumo siempre huir de ellas, pero que, sin embargo, siempre acabo irremediablemente cayendo en las mismas, como, por ejemplo, ya me ocurrió en mi primer «cativo impreso», «El Niño De Los Colores», al cual tacho, precisamente, de ñoño.
​​
No quiero, es más, me niego a renunciar a esos recuerdos que no dejan de ser en cierta forma nuestro legado, llenos de momentos intensamente vividos, los que yo, pedantemente, una vez desde esta tribuna, di a conocer a tu madre como los «Kairós». Te veo a ti, a tu hermano y tu hermana ayudándome a colocar las bolitas, guirnaldas y cordones de luces de colores entre intermitencias de risas y sonrisas de sana competencia fraternal para ver quién mejor y bello lo hacía; de la búsqueda del mejor musgo en los montes de Carracido para el mejor de los belenes; de los cantos graníticos de nuestra querida tierra; del serrín y virutas de los abuelos; del encuentro, en definitiva, contigo mismo y los tuyos.
​​
Si comprase un árbol en los «chinos», todo esto dejaría, de algún modo, de existir, porque sé que una vez que este se estropease (al primer año, sin dudarlo, porque así vienen diseñados), lo que haría – como todos –, sería tirarlo a la basura y comprar otro. Entonces, ¿adónde irían a parar los recuerdos? Seguramente al mismo cubo. Porque en cada ornamento que año tras año vamos conservando, guardamos un recuerdo, en cada luz que tintinea una historia que contar, en cada reflejo un «kairós» vivido…
Ya que empecé esta haciendo referencia al «Facebook», leí no hace mucho, sin que pueda recordar en qué «estado» ni el autor del mismo, el siguiente párrafo que venía a decir, más o menos, esto: Alguien le preguntaba a una octogenaria, que cómo habían, ella y su marido, conseguido mantenerse tanto tiempo unidos (cerca de 60 años ya). A lo que contestaba con ojos de sabiduría que solo los años dan: «Verá, es que yo viví en una época en la que cuando una cosa se estropeaba, se arreglaba, no se tiraba».​
Bueno hijo, ya no te doy más la lata ni con el islam – como has podido comprobar – ni con mis furibundos ataques de añoranza. Solo quería felicitarte por tu cumpleaños, y recuerda que, con él, todos los años, en casa, comienza la Navidad.​
Besos y abrazos de mamá y míos.​
rpm’15
Euskadi-Galiza, decembro 2015
We miss you.
​
***
Mi Muy Querido Hijo.
​
​
​
​
​
​
​
​
Sin embargo, la terca realidad vuelve a imponerse. Solo tú – como lo haríamos todos – has sido quien de lograrlo. Con la paciencia que nos da la virtud, poco a poco, con altibajos, con esfuerzo y entereza, recapitulamos comenzando a replantearnos lo que la vida nos va planteando desde otra perspectiva. Las personas inteligentes y emocionalmente equilibradas como tú, es decir, fuertes, tienen normalmente la batalla ganada de antemano. Sé que, a toro pasado, todo es mucha más fácil de analizar; y ya que hablamos de toros, estos, desde la barrera, se ven de modo diferente.​
Avisado has quedado cuando esto empecé a escribir: mi poco talento y elocuencia a la hora de querer decirte algo lo mínimamente coherente y, sobre todo, que te sea de utilidad y ayuda. Son tantas cosas que a mi ánima afloran cuanto hablo con cualquiera de vosotros desde la distancia, que se me hace difícil expresar todo cuanto quisiera poderos hacer entender, y que compartierais conmigo lo que mi mente piensa y mi corazón siente. Pero me conformo, como le dije a tu hermana en una de estas misivas que, si lo que redactamos lo hacemos desde lo más hondo de nuestro ser, sabremos hacer llegar lo que realmente deseamos a la persona o personas elegidas.
Doy por hecho que tú sabrás, mejor que nadie, interpretar mis palabras. Has vuelto a un nuevo amanecer, el día despierta y tú te desperezas con él y, como siempre, la luz vuelve a ganarlo todo, los pájaros cantan otra jornada más, la vida, en definitiva, no se detiene. Tú, como ser inteligente, sabes que así es, y tras invernar un tiempo, recobras tu fuerza vital para ir en pos de nuevas metas y que las viejas cicatrices, tan odiadas por dolorosas, te guiarán en los derroteros que decidas emprender.
​
Ya ves como no he sido demasiado ingenioso – una vez más, para no perder la costumbre – en lo que he intentado decirte. Me conformo, como ya me he expresado al inicio de esta, con la vanidad que me caracteriza, que lo poco o nada que haya podido hacerte entender, en algo te haya servido. Si con ello tan solo te haya reconfortado mínimamente a pesar de todas las chorradas expuestas, me sentiré colmado en mis intenciones, que no son, cómo tu bien conoces, otras que mis mejores deseos para ti. Nada me hace más feliz que verte feliz. Un tópico más a toda la suma de tópicos dirimidos en esta mi pobre exposición.​
Y hablando de la misma, es decir, de la felicidad, es hora que deje ya la mala literatura, que induce a la retórica y la demagogia, y diga, al fin, algo interesante: ¡feliz cumpleaños hijo!, que es por lo que, en primer término, hoy te escribo, la excusa perfecta que siempre encuentro para charlar con vosotros un rato desde la distancia con la palabra escrita.​
Tu padre que te quiere,​
rpm ‘16
​​
Euskadi-Galiza, xaniero 2016.
​
***
Mi muy querida hija.
​
​
​
​
​​
​
​
No pierdo la cuenta de los años que vas cumpliendo, sin embargo, soy incapaz de contabilizar aquellos que me señalan tu ausencia. Tal vez sea porque me niego a ello, y la añoranza sea probablemente la culpable. Te echo de menos más de lo que estaría dispuesto a admitir.​
No encontraba la manera de empezar estas pocas líneas mal impresas, así que decidí tirar de corazón, como siempre sucede, por otra parte, cuando se trata de uno de vosotros.
Lo primero que me viene a la cabeza cuando pienso en los años que has cumplido ya, es lo mayor que estos me hacen. A pesar, como dices tú, a instancia mía, que yo no cumplo años, sino que adquiero, con los mismos, sabiduría. Pues, en tu caso, podríamos aplicarle idéntico cuento. Hace un tiempo (ya he dicho que me niego a contabilizarlo) tomaste una decisión: la que te condujo a tu emancipación plena. Conozco bien tu desde siempre predisposición a tales decisiones, en una persona tan independiente como tú, no podía darse de otra manera. Habla de madurez e inteligencia, y por ello me congratulo. Sé que no fallarás y eso me hace ser el padre más feliz del mundo, porque tengo a la mejor de las hijas: jamás he temido no preocuparme por ti, y si lo hice, ha sido por exceso de celo.
​​
Tomaste una decisión y te fuiste, y con otra más, de las muchas que todavía te quedan por tomar, has abierto tu corazón a la persona de tu elección. Y vuelvo a congratularme por ello. Sin embargo, no puedo evitar sentir esa punzada de amor de padre que tantas veces confundimos con celosos sentimientos de posesión. Fuiste, eres y serás mi «niña», y ahora, celosamente, veo que ya no me «perteneces en exclusiva» – como siempre ha sido y debe ser –, primero te has ido, y luego otro corazón te comparte.​
Has hecho tu vida, y sé que no te equivocarás. Que la vivirás plenamente, que amarás y serás amada, que no anidará en ti temor alguno en tomar la dirección correcta que siempre has sabido elegir, que pase lo que pase seguirás sumando años de sabiduría, que con cada nuevo tropiezo te levantarás más fuerte y mejor persona de lo que lo eres ya, que con todo harás lo que siempre has hecho: mantener la mente fría, pero el corazón caliente. Quiero que sepas – si no lo sabes ya –, y todo aquel que se asome a este breve momento entintado por la caligrafía, lo orgulloso que me siento de ti. Soy consciente de lo poco original que estoy siendo, pero no trato de ser elocuente, sino que estoy siendo, única y exclusivamente, sincero. Y en todo.
​​
Ahora, solo me queda desearte lo mejor, como no podía ser de otro modo. Tu dicha es mi felicidad. Espero y deseo que te vaya bien con Gabriel, y si tú me lo dices, sé que es así. No le conozco, pero me basta con saber que tú lo apruebas. Que tengáis, como ya se lo comenté en una de estas tantas cartas sin sentido a tu madre, los mejores «Kairós» que podíais imaginaros siquiera, tal como nosotros presumimos de haberlos compartido: esos momentos, pero no cualquier momento, sino, «el momento»; el cualitativo, no el cuantitativo, como lo fue para nosotros el día que naciste. Y si me lo permites, dile a Gabriel que no te ocupe todo el corazón, que me deje un rincón en el que instalarme a perpetuidad en él, porque, aunque sepa que tú nunca dejarás de amarme, y por ende olvidarme, soy un ser imperfecto que se muestra como tal, y no puedo dejar de pensar, celosamente, que mi «niña» se me ha ido… Sé que no debo hacerlo, pero mi mente pocas veces ha regido las elucubraciones de mi corazón…​
Felicidades, Almudena, tu padre que te quiere y no te olvida.
rpm’16​
Eukadi-Galiza, marzo 2016
​
***
Mi Muy Amor Mío.
​
​
​
​
​
​
​​
​​​
​
Ya sé que llego con un día de retraso, y no es por olvido ni por despiste. No en este caso. La razón, en todo caso, es irrelevante.​
​
Ayer, precisamente, después de descubrirse dos de mis acostumbradas faltas de memoria, me reprochaste, amorosamente, que ya no me acordaba de ti, que, de alguna manera, te tenía algo olvidada.
Sabes perfectamente que eso es del todo falso.
​​
Te reconoceré, si quieres, que los años no ayudan en esto de la memoria y, como para algunos ya me voy haciendo mayor – no sé dónde radica el problema: todos nos hacemos –, pues, como así viene dictando la sabiduría popular, puede que esté perdiendo facultades tales como la falta de poder de retención. Otros, sobre todo los que más me conocen, entre los que te incluyo, no verían nada más que un comportamiento habitual inherente a mi persona, remitiéndose a mis ya legendarias distracciones mentales.
Sabes de sobra lo enormemente despistado que soy.
​​
No quisiera aquí aparecer como un ser cruel e insensible, ni que me estoy burlando de nada ni de nadie al nombrar enfermedades tan graves como la demencia senil o el Alzheimer, pues, que yo sepa, no padezco ninguna de ellas por el momento. En tono de humor podrá decirse que mi conducta con respecto a la memoria pueda acarrear cierta analogía con las enfermedades nombradas: soy capaz de recordar una fecha tan lejana como la de ayer, situada hace ya más de treinta años, y vivirla con la misma intensidad como entonces y, sin embargo, pasárseme por alto el recado del día. Aceptando, pues – que yo sé que tú concuerdas conmigo – estas dos premisas, me admitirás que pocas posibilidades y ninguna probabilidad tengo de olvidarte ni de no acordarme de ti: hace más de treinta años que te conozco; bueno, corregiré esta última afirmación: hace más de treinta años que nos conocemos.​
Dejando a un lado la ironía, si quieres, o este pequeño tono de humor que he querido dar a lo hasta aquí escrito – lo que estoy convencido no he conseguido –, tan solo puedo alegar en mi defensa que la verdad: jamás te olvido y siempre me acuerdo de ti. No pasa un solo día en que esto sea así. No quiero pecar con exagerar si digo que siempre te tengo en mi pensamiento y, siendo todavía más cursi y poco original, lo que para mí es más significativo: siempre te llevo en mi corazón. No se me ocurre ningún otro modo de expresártelo, como tampoco deseo que lo dicho sirva como excusa por mi, digamos, inexcusable conducta. Para ilustrar lo que torpemente intento transmitirte, te remitiré, y ninguna mejor ocasión que esta, a mi aquí entredicha memoria.​
​
Evidentemente, no reproduciré en esta «CARTA DESDE EUSKADI» toda la secuencia visual con los diálogos originales de la escena – solo diré que es muy emotiva – del film al que haré referencia, entre otros motivos, como cualquiera comprenderá, por poco relevantes y no convertir esta misma en un soliloquio tedioso y aburrido. La película se titula «El sexto sentido». Sabes de qué película te hablo, ¿verdad? Pues bien, finalizando la misma, el niño protagonista confiesa a su madre cuál es su problema estando atrapados ambos en un atasco de tráfico por mor de un accidente (creo recordar que unos ciclistas son atropellados). El «problema» del niño, como sabe todo aquel que haya visto la película, consiste en que es capaz de comunicarse con «el más allá» y conversar con los muertos. Para clarificar a su madre y sacarla de su estado de estupefacción e incredulidad, al niño no le queda más remedio que ilustrar su confesión con episodios pasados de la vida de su progenitora – con pruebas irrefutables –, haciéndola recordar que, cuando ella (sola) fue a visitar a su madre (la abuela del niño) al cementerio, había preguntado a la fallecida si se acordaba de ella, y si, de la misma forma, se sentía orgullosa, a lo que la difunta visitada contestaba: «Sí, todos los días».​
Quizá no sea el mejor ejemplo ni el más adecuado film escogido, pero si sirve para que tú entiendas lo que yo intento hacerte comprender, así es como te recuerdo y por lo que nunca te olvido: «Sí, todos los días». Y ten por seguro que, como en el largometraje, lo seguiré haciendo aún después de muerto: «orgulloso de ti».
Cuando hice referencia a los años que llevamos conociéndonos, que son los que llevamos juntos, adrede no los he cuantificado, pues sería de mal gusto recordar quien en el día de ayer cumplió años, y no porque no quiera desearle un feliz aniversario, sino que, tratándose de una dama, y además de ser nuestra amiga, a nadie más que ella misma y quien comparta cierta afinidad con la felicitada, le importa un carajo los años cumplidos.​
Felicidades, Mariló.
​​
Como todos los 18 de marzo, que vienen siendo todos los días de mi vida, me siento orgulloso de ti Ana; me acuerdo y jamás te olvido.​
​
rpm ’16
Euskadi-Galiza, marzo 2016
​
***
Muy Sra. Mía.​
La última vez que me dirigía a usted a través de la escritura, hacía mención de mi poca fiable memoria. Pues bien, tercamente volveré a fiarme de la misma. No concretaré la fecha ni siquiera la carta en la que me refería a lo que hoy quiero dejar expuesto, brevemente, negro sobre blanco. Si mal no recuerdo, lo que de alguna forma le prometía, era hablarle de creencias y fe.​
Se acuerda, ¿verdad?, fue en esa en la que mal disertaba sobre «Kronós y Kairós». No trataré aquí de mostrar sus equivalentes de creencia y fe en la mitología griega clásica, entre otras cosas, porque los desconozco, y tampoco estoy muy seguro de que existan. Si me lo permite, Mi Señora, formularé en este limitado espacio una plasmación corta de mi no menos limitada capacidad, para ofrecerle una opinión sesgada – por propia – y reducida de lo que creo son la creencia y la fe, y no cualquiera, sino la que, en ambos casos, le profeso.​
Se define como fe – no recurriré en este caso a mi memoria, sino que citaré de modo prácticamente literal –: como la confianza en una persona, cosa o deidad, opinión, doctrina o enseñanza, o como la creencia que no está sustentada en prueba alguna, en lo que bien podríamos entender como una promesa. Si queremos remontarnos, como en el caso de nuestros «dioses del tiempo», esta vendría a denominarse «pistis». No obstante, si quiere entender como yo la entiendo, tendremos, Usted y yo, Mi Señora, que remitirnos a términos más bíblicos.​
Como no podría ser de otra manera, Usted bien conoce lo poco adicto que soy a cualquier deidad, exceptuando, claro está, la suya. Yo más que tener fe en Usted, como una cuestión de confianza – que lo es –, practico lo que la bíblicamente se conoce como «Emuná»: una convicción innata, una percepción de la verdad que trasciende la razón. No solo me quedo en la creencia, sino que tengo una profunda fe («Emuná») en que esta verdad es parte integrante de mi propia esencia y mi propio ser.
Quien esto lea se llevará la pobre impresión de que no soy más que un fanático adorador suyo; y puede que no le falte razón. Sin embargo, si de algo le sirviera, le aclararía los conceptos, si es que estos no han sido del todo entendidos. Reconoceré, Mi Señora, que estoy siendo algo pedante, pero la aclaración bien puede que lo merezca. La afirmación de que la «Emuná» es algo innato, no admite discusión alguna y que, además, esta, aunque transcienda los límites de la razón, puede comprobarse a través del tiempo, la experiencia y la misma razón.
​​
No sé bien si esas mentes febriles y obtusas de las que, en algunas ocasiones, a bien seguro le comenté, les será suficiente la explicación dada. En todo caso, excusando la expresión: ni me ocupa, ni me preocupa. Es un acto de fe, y sé que Usted cree. Sería absurdo que así no fuera después de tantos años en los que Usted, Mi Señora, otras tantas veces me lo ha demostrado. Esas mentes obturadas pensarán que soy un ingenuo. Lo que ellos ignoran es que la ingenuidad no es solo una ausencia de malicia, un dejarse llevar por la inocencia, sino que es la creencia de aquel que tiene la «Emuná» de que nunca será engañado por quien es fuente de su fe. No intentaré, por tanto, intentar que me entiendan, me basta con saber que usted sí lo hace y que me comprende.
Ahí tienes mi fe, Amor Mío: Mi creencia absoluta en ti.
​​
Como siempre me ocurre contigo, suelo ser más bien poco apolíneo, dejándome arrastrar fácilmente por mis primitivos instintos dionisíacos, viendo en ti la esencia de la Belleza. Hay quien definió la Belleza como la manifestación de un estado adyacente sano: cada vez que te miro, más y mejor lo comprendo. Pero eso, Mi Señora, es otra historia, y la dejaremos para otro día.
​​
No quisiera desaprovechar la ocasión para desearte un feliz aniversario, Ana; que es, en definitiva, el motivo que siempre me mueve para mantener una comunicación que no sea siempre la verbal.
​​
Suyo/Tuyo afectuosamente,
rpm ‘16​
Galiza-Euskadi, marzo 2106.
​
***
Meu Querido Irmán Meirande.
​
​​
​
​
​
​
​
​
​
​
​
​
​
​​​​​
​
​
Máis que de falar de orixinalidade, cando con esta me refiro as persoas, en realidade, o que quero amosar das mesmas, é o que vense a chamar como a autenticidade. Dende a miña concepción non hai mellor xeito de ser orixinal que ser un mesmo, é dicir, ser auténtico. Todos nos, ben é certo, así temo-lo interiorizado. Permíteme, unha vez máis, que discrepe de tal afirmación ou, mellor dito, de tal crenza: na maior parte das veces, a nosa autenticidade venos dada dende o exterior, polo que se deduce que, poucas delas, xorden de noso interior. No teu caso, Meu Irmán Meirande, farei unha excepción.
​​
No mundo das «faladurías», do «dis que» ou «se di», onde a maior parte de nós non pensamos, senón que estamos a ser pensados, a autenticidade está a ser máis necesaria ca nunca. Persoas que, coma ti, pouco lles importan o que poidan diciren os demais, que en ren lles preocupa as modas e últimas tendencias, que non se someten ao adoutrinamento establecido por aqueles que nos pensan, que a súa opinión e autenticamente súa, que por moito que lles digan, eles sempre terán tamén algo que dicir, que, como se di na nosa terra, non comungan con rodas de muíño, que, en definitiva, ren aceitan sen antes pasar polo filtro do seu propio pensamento, son as auténticas de verdade. E ti, Meu Irmán Meirande, es unha delas.
​​
E non porque crea que es mellor os demais. Sequera diferente. A autenticidade non se basea nestas dúas premisas, senón que, sinxelamente, en ser un mesmo. E o primeiro que temos que facer para acadalo, é recoñecerse a un mesmo: coñecerse, saber quen é un, e, ante todo, coñece-las súas limitacións. Como podes comprobar, dixen, sinxelamente, mais temo que é moito máis complexo do que a simple vista semella. De aí o mérito de te-lo, como no teu caso, conseguido. Debo confesar que eu tentei-no, e só ficou niso: nun intento. A miña autenticidade só é un reflexo, un copia malparida do auténtico ser do meu Meirande Irmán.
Non tiña moito do que falarte e ren ocorríaseme neste día do teu aniversario, có fácil co tiña con felicitarte, en troques, xa sabes, só a min dáseme a «parvoeira» de enredarme en cuestións «filosóficas» sobre a autenticidade das persoas.
​​
Non me fagas moito caso, o único que pretendía, e ti sábelo ben, é felicitarte polo teu «cumpreanos» .​
Parabéns, Meu Irmán Meirande.​
rpm ‘16​
​
Euskadi-Galiza, abril 2016.
​
***
Mi Muy Querida Hermana.​
​
​
​
​
​
​
​
​​
​
​​
Tiro de nostalgia, y en mí permanecen nítidos los recuerdos de nuestras idas y venidas infantiles a los ya mitificados por nuestra memoria, École du Faubourg d’Ambrail y C.E.S. Clemenceau; de aquellos maestros que me tachaban con sus comparativas de estar siempre en la luna y que si mi hermana tomaba la línea recta como la ruta más corta, yo divagaba dejándome arrastrar por las curvas del sendero… menos mal que te tenía a ti… tomados de la mano como los enamorados, siempre me reconducías al camino correcto, a pesar de las instrucciones dadas que, como hermano mayor, me imponían el deber de protegerte… menos mal que te tenía a ti…
​​
Fuimos creciendo y yo seguí aferrándome a mi afición lunática a la dispersión, creyendo que, quizás así, nadie se daría cuenta de mis llegadas a deshora. Tú, a lo lejos y siempre con una sonrisa cercana, me sonreías probablemente para que me diera un poquito más de prisa. Apretaba el paso en un intento por alcanzarte a sabiendas de que jamás lo lograría. Me he conformado, desde entonces – y siempre –, con seguir tu estela, porque, desde temprana edad, pronto aprendí a saber que menos mal que te tenía a ti… tú, mi hermana pequeña, siempre has sido un referente para mí.
Llegó un día en que decidiste entregar tu corazón a quien, con esmero y mucha belleza, te conquistó con versos de Louis de Fontaines, prosa de Víctor Hugo y músicas de Moustaki, nuestra lengua, si no materna, sí adoptiva. En esta ocasión, y sin que sirva de precedente, te adelanté, aunque la experiencia demostraría una vez más que tomé el camino más sinuoso. Hoy, continuando al abrigo de la nostalgia, hecho la vista atrás y puedo afirmar que he sido feliz – lo sigo siendo – por muchas razones, de las que, sin atisbo de duda alguna, la tuya destaca con luz propia. He tenido la bendita suerte de tenerte, ya no solo como hermana, sino como amiga…
A mi hija, no hace mucho tiempo, en una de estas poco interesantes «CARTAS DESDE EUSKADI», venía a reclamarle, con total desfachatez, que me reservase un rincón de su corazón en el que me pudiese resguardar a perpetuidad… Del mismo modo te lo pido a ti, y dile a los que conmigo tengan el honor y el privilegio de compartirlo, que me obvien si así lo desean, que me haré tan pequeño e insignificante que apenas notarán mi presencia, o puede que me pierda dando tantas vueltas que, una vez más, seguramente llegaré tarde; pero, si me lo permites, adviérteles también que, si por un sea el caso, alguien intentara lastimártelo, acudiré, rauda y veloz, con puntualidad británica a hacer justicia y reparar los daños causados.
​​
Me dejo arrastrar por ti… y como siempre doy innecesarios rodeos para ir a parar a lo que, desde el inicio de esta, era mi objetivo: felicidades hermana. No dejaré aquí escrito cuantos cumples, ya que sería una total fatal de decoro decírselo a una dama, y no porque yo me considere un caballero, sino porque tú eres una de mis Grandes Damas.
​
Menos mal que sigo teniéndote…​
Tuyo, afectuosamente,​
rpm’16
​​
Euskadi-Galiza, maio 2016.
​​
***
​
​
​
​
​​
​
Mi Muy Sra. y Esposa Mía.​
Plantado ante la hoja en blanco, no se me ocurre nada y, sin embargo, no hago otra cosa que pensar en ti; y más si cabe en un día tan señalado para Ud. Mi Esposa y Sra. Mía, y para mí.
Conocedora como eres de mi poca ocurrencia, amor mío, no se me ocurre – valga la redundancia – otra cosa que buscar inspiración en lo ajeno, en este caso, en las notas «abrasileiradas» del maestro Serrat, cuando a mi alcance tengo tanto donde inspirarme. Tal vez sea – prosiguiendo con la misma fuente –, porque las musas me hayan abandonado y no quieran saber nada de mí, cuando la única ninfa original eres tú, la que me canta susurrando al oído todo cuanto es mi saber y entender, ocurrencia y elocuencia. Mi entender como hombre que es lo que me hace saber ser hombre, la mejor ocurrencia de mi corta elocuencia inspirada en ti.
Sería mucho más práctico, más entendible, menos oscuro, si se me permite tal modo de expresarlo, Esposa y Sra. Mía, recurrir al tan afamado comodín del tiempo en cualquiera de sus acepciones. Es a lo que suelo acudir cuando cualquiera de las nueve diosas de la inspiración pasan de mí y no se me ocurre nada a pesar de no hacer otra cosa que pensar en ti. Con todo, es un buen recurso, sobre todo para mí, cuando me he declarado en numerosas ocasiones un empedernido nostálgico sin visos de curación. Tú, mejor que nadie, amor mío, sabes de lo que estoy hablando.
No me retrotraeré demasiado, solo treinta y un años, los que Ud., Mi Sra., y yo llevamos conviviendo ante las testimoniales miradas de la comunidad. Treinta y un años, en los que Ud. viene siendo Mi Esposa y yo su marido, y lo más importante: treinta y siete con el mismo amor… y otros tantos que quedan por vivir… Tanto buscar inspiración en las musas y, como creo ya he dado a entender, la tenía aquí, al alcance de mi mano: tan solo es cuestión de pensar en ti, yo que nunca dejo de hacerlo… No me iré tan atrás, pero un día en que sí una de esas nueve inspiradoras se tomó la molestia de prestarme atención – no mucha, a tenor de lo que viene a continuación –, se me ocurrió dedicarte, amor mío, un «pseudo-poema» más elocuente que artístico y bien hecho, pero que, más henchido de amor, imposible.
A Ud. Mi esposa y Sra. Mía, le es de sobra conocido, y a ti, amor mío, todavía te sigue emocionando toda vez que al oído te lo susurro inspirado a través de los «meigallos sons» de nuestra amada tierra.
Nos intres que estou sen ti,
é todo o tempo que perdo
de non estar contigo;
porque se ti non estás aquí,
pregúnto-me: qué fago eu conmigo?
Porque sen ti, non sei o que fago.
Nos intres que estou sen ti,
comprímese todo canto sinto,
redúcese todo canto falo;
porque se non te escoito a ti,
pregúnto-me: con quén agora converso?
Porque sen ti, non sei o que digo.
Nos intres que estou sen ti,
é todo o tempo que esquezo
por non estares contigo;
porque se me maxino sen ti,
pregúnto-me: que senso teño eu mesmo?
Porque sen ti, non sei o que penso.
Nos intres que estou sen ti,
agóchase todo canto entendo,
amósase todo aquilo de canto dubido;
porque se deixo de confiar en ti,
pregúnto-me: con quén agora comparto?
Porque sen ti, non sei o que vexo.
Nos intres que estou sen ti,
é auséncia a tempo eterno,
preséncia conmigo mesmo;
porque sempre que é así,
pregúnto-me: estarei a caso tolo?
Porque sen ti, non sei o que é estar cordo.
«Nos Intres Que Estou Sen Ti»
rpm ‘02
«Una vez más he logrado entintar momentos compartidos por la caligrafía, invadiendo perímetros de una superficie anquilosada por el continuo devenir de sucesos»… y la hoja en blanco ya no me da miedo. He vuelto a recurrir a lo prestado y no me importa, siempre que tú lo hagas tuyo como lo has hecho conmigo.
Feliz aniversario amor mío, Mi Esposa y Señora Mía.
rpm ‘16
Euskadi-Galiza, agosto 2016
​
***
​
​

É curioso como dicimos e opinamos de tantos cousas das que maiormente ren entendemos delas — como para comprendelas — e, no entanto, calamos cando se tratar de falar do que más a beira temos. E coma si quedáramos sen verbas, como si fora tanto o que quixéramos expresar que a facultade da fala aturúlase na gorxa e as cordas vocais vense incapacitadas para emitires son algún. A min, a lo menos, ocórreme, e non só contigo, senón con todo aquel que máis debería coñecer. Cando así é, trato de recorrer á miña pouca fiable memoria e relembrar os feitos e mesmos as verbas das persoas das que desexo falar.


El otro día, a raíz de los atentados perpetrados por fanáticos fundamentalistas que dicen actuar en nombre del islam en París, leí con gran interés lo que tú, como coloquialmente se conoce, pegaste en tu «muro o estado» del «Facebook», lo que sobre ello opinas, y mi intención era, en esta, darte mi poca y mal formada versión al respecto. En otra ocasión, si te parece, disertaré profusamente sobre ello en otra de mis insensatas «CARTAS DESDE EUSKADI».
Hace un año que, con mi poco dominio del lenguaje escrito, te venía a decir lo orgulloso que me sentía de ti al ver cómo te ibas recuperando de los infortunios del corazón que la vida te dio. No soy tan ingenuo como para pensar que lo que a través – como ya he insinuado – de mi poca elocuencia a la hora de plasmar lo que pretendo transmitir negro sobre blanco, sea la causa de tu recuperación emocional, aunque la vanidad – que siempre anida en el corazón de un padre con respecto a sus hijos – me haga pensar que, infinitesimalmente, algo tuve que ver en ello. Eso, al menos, me gustaría pensar.




Un non sabe moitas veces como comezar cousas coma estas, é dicir, coma dicires cousas por escrito. É sinxelo, tan só é cuestión de poñerse a face-lo; resumindo, de poñerse a escribir. O que pasa e que moitas veces un quixera ser un pouco orixinal. Tiven a idea de empezar esta polo final, pola parte que normalmente gardamos para a despedida. Como ben entenderás, é unha idea absurda. De face-lo así, esta non existiría por carecer de inicio. Si se empeza polo final, onde está o principio?​
Con todo, o máis complicado — a lo menos no meu caso — e atopar de que falar ou, máis ben dito, de que escribir. Pois, mira ti por onde, o propio comezo desta vai me servir de introdución. Non é meu propósito aquí disertar sobre a orixinalidade, entre outras cousas porque no é o intre nin o formato axeitado para o caso e, sobre todo, non son a persoa máis indicada — pola súa pouca sabedoría na materia — para face-lo. Limitarei-me, se mo permites, a falar da mesma nunha franxa máis restrinxida, como es ti. Que non por ser máis restrinxida é menos importante.

Ante todo, quisiera que esta breve introducción sirva para disculparme. Soy consciente de mi tardanza – aunque solo sea por un día – y podría excusarme con esa frase hecha que dice que por razones ajenas a mi voluntad no he tenido tiempo a dedicarte un espacio, por ínfimo que fuese, por tu aniversario, a pesar de que en este caso sea esta realmente la causa. Con todo, reivindico mi derecho inexcusable a enarbolar la bandera de mi ya legendaria tendencia a la tardanza y la impuntualidad.
Mi Muy Querido Hijo.
​
​​
​
​​
​
Doctores tiene la erudición histórica como para realizar una amplia disertación sobre los hechos acaecidos aquel 8 de diciembre de 1585 en la isla de Bommel, en aquellas, entonces, lejanas tierras neerlandesas. Como bien habrás intuido, no es este el cometido de estas pocas líneas dedicadas a tu persona el día de tu cumpleaños, a pesar, como tú bien conoces, de lo mucho que me apasiona la Historia. Pero más me apasionas tú, y de ti, de tu historia es de la que me quiero ocupar. No voy a contarla toda ella por no tener cabida en una simple nota de felicitación, y porque a nadie le importa a no ser que a nosotros dos.
​​
Si a los ojos de aquellos soldados la victoria a la que se vieron abocados les pareció un milagro cavando una trinchera con la aparición casuística de una imagen flamenca de la Virgen de la Inmaculada Concepción, no menos me lo pareció a mí, cuatrocientos años después, el día en el que tú venías a este mundo. Puede que encuentres un motivo razonado en el hecho de que eres mi primogénito, es decir, que por primera vez era consciente del milagro de la vida: era padre y mi aspiración a la eternidad la proyectaba en ti. Pero la historia no se detuvo ahí, y más paralelismos pueden desprenderse entre esta, la tuya y aquella de hace hoy cuatrocientos treinta y un años.
​​
Es evidente que el contexto en el que te ha tocado vivir es menos dramático que el de aquel entonces. Ni has estado en batalla alguna (salvo la de la vida) ni a milagro alguno te has encomendado – aunque, en mi fuero interno, haga algo más que sospechar que alguna petición a la Providencia hayas hecho –. Con todo, no dejo de reconocer, y de admirar, tu valentía. No sé si comparable a ese Tercio Viejo, que, cercado y prácticamente aniquilado, no quiso rendirse, tal como quedó reflejado en las palabras del Maestre de Campo Bobadilla: «Los infantes españoles prefieren la muerte a la deshonra. Ya hablaremos de capitulación después de muertos».
​​
Dejando las connotaciones trágicas y de otras índoles a un lado, tú también decidiste, un día, un momento dado, echarle arrojo a la vida y, con la misma, te entregaste a un mundo que no siempre es amable y probablemente más hostil de lo que tú – debido a tu edad – habías podido imaginar. Venciste, tal vez ayudado por alguna inclemencia, no sé si meteorológica, pero, como esos bravos soldados aferrados a la fe, fuiste quien de vencer: no contra un enemigo físico en forma de cuerpo de ejército, sino en la lucha diaria a la que la existencia misma te reta; algo que, sin ser tan heroico como lo otro, tal vez tenga más mérito por no saber muchas veces contra quien o quienes combates.​
Como bien has podido comprobar, me he vuelto, como siempre, a enrollar más de la cuenta. Es curioso, siempre que este ejercicio de la escritura me viene a la cabeza para poder decirte todo cuanto quiero y muchas veces necesito contarte; llegado ese instante, de repente, me bloqueo, y nada de lo que tenía pensado y bien estructurado en mi mente soy capaz de plasmar negro sobre blanco. Me consuelo echándole la culpa a mi orgullo de padre, ese que siento por ti, por tu hermano y tu hermana… y que me deja la objetividad hecha añicos. Tal vez por ello quise recordarte y compararte con la efeméride citada del Milagro de Empel. Como ya te he dicho, tú eres mi milagro.​
Felicidades, hijo mío, «from Laguardia to San Francisco».
​​
Tu padre y tu madre que no te olvidan. «We miss you».​​
rpm ‘16​​
Euskadi-Galiza, decembro de 2016.
​
***
Mi Muy Querido Hijo.
Ante la evidente falta de ocurrencia que me asiste, me refugiaré por enésima vez en las cómodas, y por qué no decirlo, frases hechas siempre ellas tan recurrentes: han transcurrido treinta años y parece que fue ayer. La vida, hijo, es demasiado corta como para decir que ha pasado demasiado tiempo.
¡Y todo ocurre tan aprisa! Como tú. Hasta el día de tu nacimiento. Siempre deprisa, como si nunca fueses a llegar, como si todo te fuera a escapar de entre las manos… ya entonces te adelantaste a los cálculos ginecológicos llegando a este mundo antes de tiempo, antes siquiera de haber sido invitado. Recuerdo que llegué a casa tras mi turno de noche, y tu madre, sentada en la taza del W.C., aseguraba sujetarte la cabeza por las prisas que tenías por salir. El coche, transportado en volandas por un nervioso e inconsciente conductor y padre, fue a depositaros a ti y a tu madre a las puertas de la entrada de emergencias del vetusto hospital Xeral de Vigo, el único, si la memoria no me falla, hospital público por entonces de la comarca. Sin querer perderme nada, deprisa fue en busca de una plaza de aparcamiento a esas horas en las que empieza a despertarse la ciudad. Me fue fácil, apenas tardé (tal vez mi subconsciente, y por ende mi percepción de la realidad, si viese alterado por las prisas), y a los pocos minutos de dejaros a las puertas de emergencias ya me encontraba en la planta primera del complejo hospitalario, en «maternidad», como todos los que somos de la época la llamábamos. Me asomé al amplio pasillo y tú ya regresabas del paritorio: no me esperaste, tenías cosas más importantes que hacer, como las de tener que venir a este mundo. Había prisas. Tu madre me sonrió, y me dijo: «¡Ves cómo ha sido un niño!».
(Aunque haya quienes afirman demasiado a la ligera – sin conocimiento de causa – que me disgusté por lo anunciado, por ser niño en vez de niña como era mi deseo; nada hay más alejado de la verdad: bendigo el día en el que te convertiste en mi hijo, como del nacimiento de tu hermano y de tu hermana; nada hará que me arrepienta de semejantes regalos, ¡sois una bendición!; tal como comparaba a tu hermano con un milagro en mi anterior «CARTAS DESDE EUSKADI», lo sois los tres…)
Pero hoy toca hablar de ti y de lo aprisa que han pasado treinta años. Tal vez un tiempo acelerado por ti o, quien sabe, visto así desde mi perspectiva. Puede que te haya visto siempre como ese niño inquieto, incapaz de mantenerse quieto un momento, ese al que se le etiqueta de hiperactivo. ¡Ni a la hora de comer eras capaz de mantener tu culo pegado a la silla!... Y fuiste, como todos, creciendo, y en tu caso daba la impresión de que hasta los cumpleaños te llegaban antes que a los demás, y con ellos también tus experiencias vitales, como si quisieras vivir a toda prisa. Hoy, ya un hombre, mis sensaciones no han variado: sigo viendo a aquel chiquillo que quería devorárselo todo antes mismo de comenzar a comer. No lo tomes como un reproche, ni siquiera como una crítica a tu modo de encarar la vida. Es más, creo que es un rasgo positivo de tu personalidad por tu afán de conocer y experimentar. En todo caso, para no enrollarme más, estaremos de acuerdo en que la relatividad se expande a todos los ámbitos, así que el tiempo y la duración del mismo no escapan a la misma: «el tiempo calculado es largo o corto, mientras el tiempo vivido pasa de forma lenta o rápida».
Del mismo modo que me cuesta arrancar ante una hoja en blanco, me sucede cuando se trata de cerrar un soliloquio por escrito. Como bien puedes comprobar, no he sido demasiado original en la elección de la temática. Podría haber elegido algo más emotivo, más acorde con este día tan especial para ti, como algo más cercano a tu persona, pero fuera cual fuera el entinte dado a los momentos compartidos por la caligrafía, la verdadera razón – y si me apuras, única – por la que te dedico estas pocas líneas, no es más que la de felicitarte por tu treinta cumpleaños, y que el que está por llegar, a pesar de que esté cuantificado en un año, se te haga a ti lento, aunque vayas a toda prisa.
Tu padre que te quiere,
rpm ‘17
Euskadi-Galiza, xaneiro 2017
​
***
Á Meu Pai.​
Un home moi sabio, unhas desas mentes privilexiadas que de cando en vez deixasen caer por estes lares chamados Terra, de nome Blaise Pascal, escribiu, aló polo século XVII, unhas das cartas más emotivas e fermosas da historia despois dunhas tres semanas da morte do seu pai, e falaba nela, precisamente, desa parte da nosa vida que non aceptamos asumir.
No serei tan pretensioso en tratar de rivalizar con semellante talla intelectual, sequera tentaría-o por atrevido e ridículo, pero a casualidade, na que eu tanto creo, fíxome coincidir con el no tempo — no meu caso acurtouse en algo menos dunha semana — que me levou en adicarte unhas cantas verbas dende que non «estás». Serán, sen dúbida, moito menos fermosas e sabias que as de aquel, pero non así menos emotivas. O motivo polo que nada até hoxe puiden adicarte en verbas impresas, foi porque ren sentinme capaz de escribirche: non sabía que dicirche, eu que tanto tiña que contarte. Tres seráns de tres días levoume plasmar o que pode lerse deste afeccionado a escrita moitas veces «malparida», pasando longos e infinitos minutos a carón da pantalla en branco e aos meus miolos sen ren ocorréselle. Talvez agora pouco importa; agora non «estás», non «es», pero non por iso deixareite de falar.
Aínda me lembro das nosas longas conversas de sobremesa tras o xantar, no que ti me preguntabas sobre a orixe das cousas: «¿Quen foi o que fixo todo isto?». Eu, pouco dado a predeterminación, trataba de darche con meu minguado coñecemento e as miñas catro opinións de peto, unha probe e ben pouca científica explicación de tan complexa cuestión, para acabar rematando nunha desoladora conclusión: a nada. E de todos e coñecido que da nada ren se pode sacar. Logo, quedábame como baleiro, como orfo e baleiro me deixaches. Sorrías entón, con sorriso de retranca galega de Mona Lisa, como si eu nada soubese ó respecto e que ti tan claro tiña-lo na túa mente. Eu, fatuo, non acadaba entender que o único sabio que entre nos os dous non existía, era, precisamente, eu: ¡canto aprendín e canto me quedou por aprender de ti!... ¿Sabes?, o día mesmo que finaches, as dúas horas de que o teu neto Bruno comunicárame a fatídica «malanova», sumido na dor da perda e da incomprensión, busquei refuxio na sabedoría. Mellor dito: na súa lectura. E atopei parte do consolo que andaba buscando, unha especie de alivio rexenerador. Reflexionei sobre todas esas cousas que me dicías, todas esas verbas e frases que me puñas perante os meus ollos e repetíasme ós ouvidos sen que eu lles fixera caso por falta de atención, por non ter claras as cousas tal como ti as tiñas. Agora sei-no: non sei se sei algo, o que si sei e o que non sei. Aínda que o lin nos libros, aprendín-no de ti, porque ti es o que estes denominaríante coma un home de «finura», un home de mundo, bo conversador, capaz de emitires xuízos sensatos, o que sabe un pouco de todo e moito de nada.
Se me preguntasen con que verba, más exactamente con que virtude eu definiríate, a que de pronto, instintivamente, xurdiría dos meus beizos, sería a honradez. Non coñecín ninguén máis honrado que ti. Grazas a ela gañácheste o dereito a ser recibido no templo da virtude por antes haber alcanzado o da honra pola conquista do respecto que todo aquel que te coñeceu e te coñece, profesoute. Esa mesma honra auto-imposta e exixida por ti mesmo coma condición innegociábel de ser home, foi a que te levou a outras como a devoción pola túa familia e, sobre todo, da inexpugnabilidade da unión de tódolos seus membros. Nunca vin un «patriarca» máis ledo compartindo táboa e xantar, departindo e compartindo cos seus. Eu tentei-no Papá, e non fun quen... Hai moitas máis virtudes túas das que podería falar — de aí os infinitos e longos minutos a carón da pantalla en branco —, son tantas que, perante a humidade dos ollos e as lembranzas que semellan quererme arrollar por desbordamento, non son quen de numeralas. Confórmome con saber que aí están, e que sempre que queira botar man delas, ti estarás alí para mellor aconsellarme. Non falarei dos teus defectos, porque entón a tardanza tomaría proporcións bíblicas: ren viríame ós miolos.
Agora xa non «es», dende o pasado día dez, deixaches de «ser». Agora o fillo é quen ten que asumila responsabilidade da figura do pai, con todo o que esta representa. Como no caso do home sabio do que che falaba o principio desta, non tentarei rivalizar contigo nesa faceta, pero si farei todo o posíbel para que me poidas reclamar a túa beira no templo da virtude, que aos teus ollos poida alcanzar, aínda que sexa de lonxe, a túa honradez e gañarme ese respecto que todos ambicionamos e moi poucos acadades. Agora xa non «es», que non é o mesmo que non «estar». Para min sempre «estarás», e poida que, nun espazo-tempo non medíbel segundo as convencións terreais, volvamos a vermos; quizais no pacífico sur na compaña dalgún molusco ou dunha rara especie de alga ou, quen sabe, compartindo rocha cos percebes. Pero volveremos a vermos, estou seguro, e é máis que probábel que non nos recoñezamos, que ninguén dos dous saiba do outro... niso, espero ter certa vantaxe sobre ti: os centos, os miles, os millóns e até trillóns de átomos que conformaron o que ti, e só ti, fuches en vida, iranse formar «outra cousa», «outro ente», e eu, entón, recoñecereite, porque esas diminutas partículas que foron ti, non poderán dedicarse de ningún xeito a ningunha outra cousa que non sexa facelo ben. Pode que aquí teñas parte dalgunha explicación que me pedías nesas conversas de sobremesa despois de xantar — bótoas de menos, ¿sabes? —; pode que a eternidade exista: aquí te-la, neses átomos e nos teus fillos... Deixar de «ser» non é desaparecer. Seguireite escoitándote e oíndote, porque se somos materia e enerxía fundamentalmente, e estas no se poden destruíren senón tan só transformar, entón, tan só será cuestión de estares alertas e prestar atención.
Antes de despedirme, quixera volver a botar man dese home sabio do que che falei o comezo desta, e citarte algunhas frases nas que estou seguro ti concordarás comigo e que, para o caso que nos ocupa — e máis no teu —, son, o meu entender, moi apropiadas. E cito:
«Non fai falla que o universo enteiro ármese para esmagalo; un vapor, unha gota de auga bastan para matalo. Pero aínda que o universo o esmague, o home seguirá sendo superior ao que o mata, porque sabe que morre e a vantaxe que o universo ten sobre el, o universo non na coñece. Toda a nosa dignidade consiste, polo tanto, no pensamento. Dende aí é dende onde debemos erguermos e non dende o espazo, dende o tempo, que non saberíamos encher».
O dito, deica logo, Papá.
Á Meu Pai, 1930 – 2017.
rpm ‘17
Euskadi-Galiza, febreiro 2017.
​
***
Mi Muy Querida Hija.
​
Hablando de año, parece que este comienzo de 2107 viene algo cargadito desde el plano emocional. Primero fue mi padre, tu abuelo: todavía hoy me sorprendo soñando despierto con su rostro afable mirándome con afecto, como diciéndome que sigue ahí para lo que necesite. Parece real, ¿sabes? Está visto que mi orfandad paterna lejos está de ser superada. Luego, lo de tu otro abuelo, Hipólito. Sabes a lo que me refiero. Como si de un mal chiste se tratara, fue a coincidir, a entrometerse en la boda de su benjamín. Para mí, una de las bodas más cargada de emotividad que recuerdo… Uno de los recuerdos más indelebles que tengo de mi padre, es la capacidad que tuvo para hacer de los suyos un clan familiar basado en la inquebrantable unión de sus miembros; así, al menos, intenté transmitírselo en mi postrimero intento de hablar con él casi tres semanas después de su muerte. Yo, por mi parte, le confesaba que lo había intentado sin conseguirlo. La verdad es que creo que muy pocos lo logran…
Pues bien, esa unión, esa fuerza enraizada en el amor, pude sentirla el día de la boda de David entre los miembros de la otra parte de la familia de la que tú también formas parte tanto como de la otra, y con la que yo tanto me siento identificado. Ya lo había podido comprobar en otra ocasión – a la que no haré mención por ser esta demasiado dolorosa –, pero ese día en especial pude ver como esos lazos afectivos/familiares se apoderaron del evento y dejaron poco espacio a lo que no fuera la emoción de sentirse miembro de un clan. Me bastó el abrazo de Tito, por ejemplo. O de lo orgullosa que se sentía tu madre al ser la madrina de su hermano pequeño el día de su casamiento. O de la misma espontaneidad surgida al crearse un grupo de «WhatSapp»... (me parece que tú fuiste el artífice)… A propósito, esta mañana tu tío Carlos «colgó» en el «face» un video muy emotivo. Te lo recomiendo. Al verlo, supe sin atisbo alguno de duda que Tito y el abuelo son unos «Ashley» más de la vida y que, como ella, lo superarán.
Por otro lado, tampoco quisiera olvidarme del hecho que para el mes que viene trocaré estas «tierras foráneas» por las que me son propias. Vuelvo a mi amada y añorada Galicia. No es cosa menor, ¿sabes?... Tengo sentimientos, como suele decirse, encontrados. Me alegro, cómo no, de regresar a mi tierra, pero no puedo tirar por la borda catorce años de mi vida, así, sin más. Me llevo en el corazón una porción de este país: ¡Eskerrik asko Euskadi! De todo el País Vasco en general y, en particular, de la Rioja Alavesa y su capital comarcal, Laguardia. Seguro que nos vemos.
Creo que ha quedado demostrado que este comienzo de año ha venido cargadito de emociones; ¿tú qué opinas?... y de todas estas y de la que casi se me pasa por alto por hablar de otras, la que de verdad me lleva, como cada 3 de marzo de unos años a esta parte, a escribirte, es la de felicitarte por tu aniversario, un evento que cada doce meses me sigue produciendo la misma emoción que el primer día: la de sentirme el padre más dichoso del mundo por tener una hija como tú…
Te lo dije, esto va de emociones… Lo dejo, si no, me temo que romperé a llorar, si es que no lo he hecho ya.
Tu padre que te quiere,
rpm ‘17
Euskadi-Galiza, marzo 2017.
​
​​​​​
​
​
​
​​
​
​
O Noso novo Fogar
Mi Muy Querida Esposa y Señora Mía.
Eskerrik asko, Euskadi, Ikusi arte!
Ola de novo, Galiza!
Tiempo ha que no me siento ante la pantalla en blanco para que con mi torpe literatura vuelva a deciros algo que, a bien seguro, conoceréis de sobra. Nada más y nada menos que rebasados los tres meses aproximadamente. Siquiera por su cumpleaños, como venía siendo mi costumbre de unos años a esta parte. Me he tomado, como dicen algunos, un tiempo sabático en esto de la escritura; y no solo a lo que las misivas se refiere, sino en todo lo que tiene que ver con la misma. Debe de disculparme por ello. Son varios los motivos, más bien las justificaciones mal justificadas, las que podría esgrimir por tal comportamiento. Burdamente, intenté exponérselas, y Usted, Mi Señora, con su santa paciencia que hacia mi persona tanto la identifica, me reprimió con sonrisa de Mona Lisa de «retranca galega», y yo, obtusamente, como un niño al que se le niega su capricho, me refugié en la infantilidad de los «pucheros». Había pensado en dejarlo todo, y Usted tiene razón: nada debo dejar.
Bien es cierto que el comienzo de este año – como ya se lo comenté a su hija – ha venido cargadito de emociones y otras circunstancias que en nada han ayudado a tranquilizar el ánimo, ese que tanto me hace falta para poder pensar y plasmar negro sobre blanco lo que él me va dictando. Primero mi padre, luego esa boda tan emotiva que Usted amadrinó, y por último el traslado con todo lo que ello conlleva física, psíquica y emocionalmente. Débil como soy, escogí, cual avestruz, esconder la cabeza bajo tierra y dejar pasar el tiempo sin nada ver y que todo fuera diluyéndose como azucarillo en café, dispuesto, llegado el caso, a renunciar a parte de mí.
Menos mal que la tengo a Usted, Mi Señora.
¡Hasta de las redes sociales me desentendí!, y quiero, desde esta tribuna, pedir disculpas por ello. No soy un gran defensor de las mismas, siquiera un asiduo, ni tampoco es que tenga miles de «amigos y/o seguidores» – apenas unos centenares – pero he fallado a todos aquellos que me felicitaron como, por ejemplo, por mi cumpleaños o que contactaron conmigo a través de ellas, y yo no correspondí ni respondí. Aunque hubiese sido a uno solo, es imperdonable. Entre esa gente, hay quien me ha leído y me sigue leyendo. Lo dicho, imperdonable.
Pero he vuelto, Mi señora, y procuraré no irme nunca más. Y de lo primero que quisiera hablar, si me lo permite - antes de que se me vaya el santo al cielo - es de esas tierras que tan bien nos acogieron y que ahora nos hemos visto en la tesitura de tener que dejar al menos temporalmente, porque jamás será un abandono. Sería incapaz de tal acto, y me consta que por su parte lo mismo piensa.
¡Nos es un adiós Euskadi, seguro que nos vemos!
No trataré de ser original, así que, todo cuanto te pueda decir te sonará a frase hecha. Siempre te llevaré en mi corazón y desde el minuto uno ya te estaba echando de menos. No puedo por más que agradecerle a tus gentes lo bien que siempre me han tratado en general y, en particular, las de esa maravillosa comarca conocida como Rioja Alavesa, con su capital al frente, Laguardia. No quiero dejar sin mencionar a la ciudad de Vitoria, una de las ciudades más bellas y entrañables que he tenido el honor de conocer. En fin, catorce años viviendo entre los tuyos me han servido para conocerte un poco y descubrir que la nobleza es una de esas partes tuyas que mejor te define. No cambies, aférrate a tu «etxea» y sigue progresando, que tú, como nadie, lo sabes hacer. «Eskerrik asko!»
Y he vuelto. He vuelto a la tierra de la cual un día me despedí con un «deicalogo», porque la ida tenía fecha de caducidad impresa en el billete de vuelta. He vuelto a mi tierra, de la cual espero no tener que volver a despedirme por tanto tiempo. El recibimiento fue el esperado, como no podía ser de otra manera y, ahora, aquí estoy, en mi «nuevo hogar»; «mellor dito, no noso novo fogar, Miña Señora!» ¡Espero y deseo que todo cuanto nos queda por vivir, amor mío, sea aquí, en estos Lares de Montes, y que por fin hayamos dado punto final a esas nuestras mudanzas! Asentaré cabeza y prometo, por enésima vez – con la esperanza que esta sea la definitiva –, hacerle caso y volver por la senda de la tan denostada normalidad. He tenido tiempo para llorar, despedirme y reflexionar. Ahora me toca estar de vuelta, y aquí estoy.
¡Estamos de vuelta, Mi Señora!
Para ir cerrando, y antes de que pueda comenzar a aburrirla con mi poca convincente verborrea, quisiera, con vuestra aquiescencia, trocar el título genérico que venía dándole a estas misivas desde que un día decidiera ponerme a escribirlas. Como siempre mi originalidad quedará malparada y de «CARTAS DESDE EUKADI» ahora las titularé «CARTAS DESDE GALIZA».
Afectuosamente Suyo,
rpm ‘17
​
Galiza, xuño 2017
​
***
Amado Pai Meu.​
Nesta ocasión, a tardía cita co meu costume de manter estas Cartas (as que agora denomino «CARTAS DESDE GALIZA») con alguén próximo a miña persoa, nada ten que ver có esquecemento. Non me esquecín do teu aniversario; máis ben foi unha cuestión emocional: afogado polas lembranzas non fun quen de poder escribir ren que non fora coma imprimir vagas verbas sobre superficies acuosas, tal como agora mesmo temo-me estou a facer. Por outra banda, gusta-me pensar que a tardanza debe-se a miña imaxinaria e teimuda costume a desviar-me das, case que sempre e sempre recorrentes, convencións sociais; eu, que a fin, tan convencional resulto. Confeso, pois, que ren de ren do até aquí exposto: tan só foi o medo a dor.
A dor, Meu Pai, ten esas cousas. Pero ti nada tes que ver con ela, nin ren que se lle poida asemellar, porque ela é un medo máis doutros tantos que tanto nos angustian o longo da nosa vida; e ti, aprendiches-me a non ter medo. Logo de lembrarte sen medo, puxe-me a redactar o que agora estás lendo. Foi doado — moito máis do que o meu maxín erroneamente estaba a percibir —, tan só foi cuestión de substituí-la pola ledicia do teu relembro.
Agora xa non teño medo, Papá, a dor – aínda que, como mortal, resisto-me a abandona-la de todo – foi minguando. Sei que ti franqueache-la porta do templo da honra sen restricións nin condicionantes algúns, porque ti es a personificación mesma desta mesma, e fuches acollido no altar da virtude onde só os elixidos son convidados a «Estaren». Sei que deixaches de «ser», pero, coa mesma firmeza, afirmo que «estás». O que ti «fuches» espiritual e fisicamente (se queres, enérxica e materialmente, para non afondarnos dabondo na metafísica) e, como tal, abocado a transformación pero indestrutíbel, é a testemuña irrefutábel da túa eternidade. Por iso, Pai, é unha solemne estupidez relembrarte con dor: a ninguén que está e amamos lembramos con dor.
De seguires «sendo», o pasado día 20 dos correntes, houberas cumprido 87 anos de vida terreal. Agora isto xa nada importa para ti: trocaches números por eternidade. Os que aquí seguimos a contar houbera-nos gustado compartir contigo eses oitenta e sete, pero eu – non sei os demais – conformarei-me con seguir a contar ovellas ata o infinito a espera dun sono sen fin e, chegada a hora, sexa deses poucos elixidos no templo da virtude. Espero, Papá, contar contigo.
De tódolos xeitos, e volvendo cos pes a terra, dende aquí resístome imperfectamente a non desexarte un feliz aniversario. Pode que non sexa o máis apropiado e que o feito mesmo da felicitación faga-me – é máis que probábel – novamente caer no desconsolo da dor; porque eu, Pai, sigo a contar anos.
Xa ves!, quixen afastarme o máis lonxe posíbel das convencións e fun caer no máis convencional das felicitacións: parabéns, Papá!
Agarimosamente teu, o teu fillo que non te esquece.
rpm’17
Fornelos de Montes, novembro 2017
​
***
Mi Muy Querido Hijo.
El otro día, probablemente la semana pasada, me pasé por casa de mi madre, tu abuela; más que por otra cosa que hacerle una visita, ya que siempre se está quejando de lo poco que voy a verla. Hecho del cual discrepo: estimo que son más que suficientes las veces que gozamos de mutua compañía. Sin embargo, mis argumentos, y si me apuras, mis justificaciones, son más bien peregrinos; del tipo tan tópico y recurrente como la falta de tiempo por trabajo u otras circunstancias de índole personal. Si he de ser sincero, ni yo mismo me los creo por más que intento autoconvencerme. La pereza y otras pocas virtuosas y gratificantes filias son las causantes de todo ello, y mi madre tiene toda la razón en quejarse: sus quejas están sobradamente justificadas.
¿Por qué te cuento esto? Pues porque, después de estar con tu abuela, bajé para hablar con mi hermana, tu tía Olga; más concretamente con Carlos, su marido. Era hora en la que los que por estas galaicas tierras suelen almorzar, entre las dos y las tres de lo que nosotros estimamos es el mediodía. Y, casualmente, Olga y Carlos estaban comiendo. Y lo primero que vi al entrar en la cocina, la estampa que me dejó la escena, fue la de «soledad» de la que precisamente se queja tu abuela. Y yo también. Y me explico.
La soledad, como puede ser cualquier otra cosa, es relativa, eso lo sabemos; pero, además, como emoción que es, es un estado de ánimo. No he hablado con tu tía Olga ni con Carlos de lo que aquí te estoy contando. Si mal no recuerdo, hice un breve comentario al respecto en el instante – porque fue eso: un instante – en el que entraba en la mencionada cocina deseándoles un buen provecho, sorprendidos comiendo y en «soledad» (iba a añadir «total», pero tal vez sea exagerado: al fin y al cabo, estaban ellos dos en mutua compañía). Por otro lado, estoy convencido de que la pareja protagonista de esta estampa para nada se sentirá «sola», sino más bien todo lo contrario. Pero a mí, así me lo pareció.
Entonces reflexioné (yo tan poco dado a la reflexión y la que debería practicar con más asiduidad) o, mejor dicho, la estampa me hizo reflexionar. Y en ella mi vi reflejado a mí y a tu madre. Y desde hace algún tiempo más. Desayunando, almorzando, merendando y cenando solos, y no hay nada más triste que comer solo. Sé que tú lo estás entiendo, ¡qué te voy a contar que tú de esto no sepas! Tal vez por ello mamá afirme que Trebón y Rafa son ahora nuestra familia. La añoranza es muy poderosa y cometemos con demasiada frecuencia la frivolidad de menospreciarla e infravalorarla. A su manera – por ser precisamente una emoción y cada cual sentirla a su modo – tus otros abuelos se ven en análoga situación. Pero, como dice mi madre, ellos se tienen el uno al otro. Y la comprendo, ¿sabes? Como yo tengo a tu madre y Olga, a Carlos y viceversa. Pero ya no tengo a ti. Ni a tu hermana, y aunque Bruno esté cerca, hace tiempo que tampoco está… y no proseguiré por esta vía porque me temo asemejarme demasiado a tu abuela en sus quejas… Pero la entiendo, ¿sabes?
No quisiera que tomases esto como una queja (aunque me reconozca como un quejica o, para ser más exacto, un nostálgico con demasiado apego a la añoranza, síntoma sin lugar a dudas que me identifica con la tierra que me vio nacer) y mucho menos como un reproche. Nada más lejos de mi intención. Si yo te añoro y experimento esos vacíos por falta de tu presencia física, que entiendo como soledad en momentos puntales – lo que hago extensible a tu hermano y hermana –, estoy convencido de que los sentimientos, con los matices particulares de cada cual, son recíprocos.
Para el consuelo no queda otra que tirar, nuevamente, de topicazo: es ley de vida. Lo sé, yo que tanto os he animado a ser lo más autónomos posible, a que fuerais egoísta y consecuentes en vuestras propias elecciones vitales, el verdadero modo, entiendo yo (en mi poco entender), de ser libre… pero no puedo olvidar tu última visita y lo mucho que me gustaría tenerte con nosotros en estas fechas tan señaladas y, por qué no decirlo, entrañables en nuestro caso. A ti, a Bruno y a Almudena, y comenzar las Navidades con el pistoletazo de salida de tu cumpleaños… Sí, así era y así lo recuerdo. ¿Te acuerdas?... Estoy seguro de que también a ti, al leer esto, te invadirá la nostalgia y la añoranza: «a nosa enxebre saudade»…
Hablando de tu última vista (¿cuánto hacía que no nos veíamos, tres años?), lo que vi me sorprendió positivamente. Si en la anterior te elogié como persona que va madurando, en esta ocasión ni que decir tiene que las impresiones son a más y a mejor. Veo a un hombre que procura ser lo menos posible pensado. Lo que todos perseguimos y muy pocos alcanzan.
Bueno, antes de que vuelva a mis quejas y retorne a mi nostálgico mundo de las añoranzas, me despido no sin antes desearte un feliz trigésimo segundo aniversario. Espero que no te haya precisamente estropeado tu día por lo aquí expuesto. Si este fuera el caso, es fácil: obvia lo escrito y quien lo haya escrito.
Tu padre y tu madre que te quieren y que te echan un montón de menos.
Afectuosamente tuyo,
rpm ‘17
Vilagarcía de Arousa, decembro 2017.
​
***
Mi Muy Querido Hijo.
​
​
​
​​
​
​
Pues bien, puesto a pensar, quise indagar y conocer los motivos por los cuales, toda vez que quiero, deseo escribir, no solamente a ti, sino a todo aquel que conmigo pueda tener algún tipo de lazo, sobre todo afectivo, después de mucho pensar e indagar, ¡pues va!, y a ninguna conclusión racional he llegado. Te puedo asegurar que días antes, tal vez dos o tres, del día que corresponda y de ponerme a plasmar, teclado en mano, en formato «Word» lo que pretendo y deseo escribir para dedicárselo a la persona a la cual deba dirigirme, tengo en mi mente un «discurso» perfecta y totalmente estructurado y rematado. ¿No preguntes por qué, y menos el qué? El caso es que, llegada la hora de la verdad, me quedo con cara de circunstancias y, como ya te he dicho, la mente en blanco. Es como cuando planeas durante toda la semana una salida, un evento, como, por ejemplo, pasarte todo el día en la playa, ¡y va!, llega el fin de semana y se pone a llover. O mejor, para acercarnos más a lo íntimo, a lo sentimental, como cuando después de un tiempo, generalmente largo, sin ver a una persona a la cual quieres un motón – tu caso con respecto a mí, por ejemplo –, te juras y perjuras a ti mismo que cuando le veas le darás el abrazo de tu vida, ¡y va!, llegado el momento te desinflas y tu gozo en un pozo.
No sé explicártelo mejor, pero estoy convencido de que tú me entiendes y comprendes. Mi falta de inteligencia la suplo con la tuya. De todos modos, que tampoco esto sirva como excusa para disculpar mi falta de puntualidad. Intentaré, de todas formas, enmendarme lo mejor que se me ocurra, y ya que todo apunta a que mi cobardía a la hora de manifestar mis sentimientos se deba a la presencia física, a las circunstancias o a la finura mental, tal vez pueda en este espacio procurar mi salvación y, desde aquí, con estas pocas palabras probablemente mal escogidas, pero inequívocamente sinceras, darte un abrazo como nunca nadie podría haberte dado, sin excusas, sin pensamiento previo, como recién salido del corazón.
He ahí la respuesta: con los sentimientos, como con casi todo en la vida, la planificación no siempre se ajusta a nuestras expectativas. Lo mejor, en muchos casos, aunque suene a topicazo, es el aquí y ahora. Así que, siguiendo mi propio consejo bien poco elaborado, te deseo, sin preámbulos de ningún género, lo que al fin y a la postre es el verdadero motivo por el cual me dirijo a ti a través de las letras escritas: un feliz trigésimo primer aniversario.
¡Feliz cumpleaños, hijo!
Tu padre y tu madre que te quieren.
rpm’ 18
Fornelos de Montes, febreiro 2018.
​
***
Amado Pai Meu.
Na última misiva que che facía chegar por mor do teu oitenta e sete aniversario terreal, torpemente, se mal non me lembro, viña-che a dicires que ti xa non contas anos senón eternidade. Non sei canto tempo é un ano aló na eternidade, si é moito ou pouco, longo ou curto, pero os que aquí seguimos aferrados ao tempo faise-nos de abondo. Un ano sen ti, un ano sen temón. Cada quen agora trata de marca-lo seu rumbo, mais non é doado sen o teu consello. Do mesmo xeito que ignoro — como tantas outras cousas — todo canto atinxe a eternidade, nada sei do que senten os demais, só acado — de novo con torpeza — conxecturar algunha que outra suposición ou hipótese de pouco ou ningún valor. Pola miña parte, a cotío, cando me ergo, o que trato é de asemellarme cada día un pouco máis a ti. Non me importa figurar coma unha imperfecta copia túa, pero tentarei-no Papá: se cada día voume achegando ao que ti es en si, sei que cada día erguereime mellor persoa. Semella unha empresa sinxela, algo ao abrangue de calquera mortal, mais non nos trabuquemos: o chegar poida que non resulte tan difícil, pero manterse si que non é nada doado. Eu, pola miña parte, no sei se serei capaz, sequera se teño as virtudes necesarias para consegui-lo; pero, como xa dixen, tentarei-no, Papá.
Aquí, nos, os mortais, con iso de contar, temo-la costume de por referencias a esas mesmas contas. Senón, como poderiamos contar? Así, e continuando coas mesmos costumes, temos por tradición celebrar aniversarios. Ren de novo che digo sobor do seguimento que a túa Dona, que é miña Nai, profesa-lle as directrices rituais da Igrexa do Deus dos cristiáns, e é pola mesma que acordou adicarte un deses rituais coñecidos popularmente como «cabodano». Fixo-o, como ben ti sabes, como toda a súa fe e, o máis importante: con todo o seu amor. Bota-te en falta, ¿sabes?, máis do que cabería esperar.
É un xeito máis de relembra-los seres queridos, tan válido coma outra calquera. Ignoro se isto a ti chegarate e menos que te satisfaga, eu que tan pouco son dado ao determinismo. Penso que non. Non te chegara e, polo tanto, non poderá satisfacerte. Creo que aqueles que xa no contades anos por mor da eternidade, por estaren máis aló da comprensión mortal, non vos inmiscides nos asuntos terrais. Non quixera ser tan arrogante. Xa non estades aquí, adicádevos a outras angueiras... Iso é o que eu quero crer, coma crer na eternidade e, como non podo sequera maxinarma, utilizo os recursos que teño a man: a miña mente e o meu corazón. A mente para relembrarte tódolos días de aquí a eternidade, e o corazón para seguires alumeando o amor que por ti profesei cando estabas e agora que non estás: un amor a perpetuidade.
Pero imos acomodarmos a realidade, o que no fundo de verdade importa, sen pornos tan transcendentais. E hoxe fai un ano que non estás, e a túa Dona, miña Nai, adíca-te un cabodano con coro e todo. E seguindo a mesma tradición fixéronse imprimiren tamén uns recordatorios do evento, todo porque nos seguimos a contar. Nestes últimos quixen, inhabilmente — do mesmo xeito que agora o fago escribindo-te —, que neles ficaran unhas verbas a modo de dedicatoria elucubradas por min. Non son gran cousa, pero, como soe dicirse, saíronme do corazón como todo canto fago por ti. Escribinas na lingua dos duros acentos de Castela, porque, soberbiamente, creo face-lo mellor nese idioma, eu que nin sequera sei-no facer no que é-me propio. Descúlpame a torpeza. E cito:
«Abandonado el mundo mortal e imperfecto gozas, como solo los justos lo hacen, de tu lugar en la eternidad desde la atalaya del templo del honor reservado a unos pocos virtuosos. Ya nada te inquieta porque conoces la Verdad; la has contemplado y, maravillado, Ella clavó su pupila en tu pupila y respondió a tu pregunta: «- ¿Qué es la honradez?» «- Honradez eres tú», contestó.
Nosotros, los que aquí quedamos, no aspiramos a otra cosa que no sea imitarte.
Hete ahí tu legado».
Despídome de ti agora, Pai. Non sei ata cando, pero gustaríame que non fora até dentro dun ano. Supoño que a ti, esta pequena inquedanza, ren che importará, tes toda a eternidade para face-lo.
Teu fillo que te quere e non te esquece.
Respectuosamente,
rpm’ 18
Fornelos de Montes, febreiro 2018.
​​
***
​Mi Muy Querida Hija.
Te parecerá extraño que comience de este modo estas pocas líneas que, como viene siendo costumbre de unos años a esta parte, te brindo el día de tu cumpleaños. Omite esta mi pedantería y céntrate en lo que de verdad significa este gesto mío, el de escribir, que no pretende ir más allá que la de felicitarte por tu citado aniversario. Pero algo tengo que decirte para que este pobre escrito, además de carente en contenido, no sea del todo exiguo en continente. Y si se me dio por hablarte de la palabra, gracias, es porque, el otro día – el de mi cumpleaños – quise (al día siguiente) agradecer tanta muestra de afecto, y se me dio por hacerlo públicamente a través de la red de redes, en una de sus plataformas más reconocidas: el «Facebook». Y con mi ampulosidad habitual redacté un insignificante texto para tal fin. En él, resumiendo, venía a decir lo bien que uno se siente al dar las gracias y ser agradecido.
No es mi intención en este breve espacio ponerme a disertar sobre la mencionada palabra, pero, si puedo, me gustaría que llegases a comprender lo que quiero transmitirte. Soy una persona agradecida, porque me siento agradecido. Por ello doy las gracias. Y no como pueda pensarse, como un acto de sumisión, subordinación o pleitesía. Creo que, quien así lo piense, es un obtuso mental. Estoy agradecido, por ejemplo – y ya que es tu día, y en primer lugar –, por tenerte a ti. Porque tú, y no otra, seas mi hija. En esa gratitud podríamos envolver otras emociones como el orgullo y la satisfacción. Estoy agradecido por la vida y lo que esta me dio. Agradecido por lo vivido y por estar vivo. Por cosas como estas y por muchas más es por lo que tengo que dar las gracias. Hay quien se las da a un dios o a la providencia. Yo, poco dado a la determinación (como en más de una ocasión ya me he manifestado), no sabría muy bien a quien dárselas, pero si me apuras y lo que me exiges es una respuesta concreta, te diré que se las daría a la casualidad, esa que tantas veces tanto despreciamos por ser tan arrogantes al querer pensar que todo lo podemos controlar, o que alguien o algo ya lo hace por nosotros (esto último es peor, además de egoísta y cobarde).
Piénsalo bien. Lo agradecida que debes de estar por el simple hecho de estar aquí, por esa casualidad casi improbable de que estés viva, del mismo hecho de que hayas nacido. De que lo que te forma seas tú y no otra cosa. Dar gracias por haber llegado. Un simple fallo, un accidente insignificante en tu «árbol genealógico» y no existirías o serías una alga o una minúscula porción de arrecife en los mares del sur… Otro espermatozoide y no existiría Almudena, esa casualidad que haya querido caprichosamente ser tú y únicamente tú. Por eso yo también estoy agradecido y espero seguir dando las gracias muchos días, meses y años más, y que tú los compartas conmigo. Tenemos por costumbre contabilizarlo todo, como si ello nos tranquilizara, por ese miedo a perder el control, pero no reparamos en lo que de verdad importa, en esa casualidad de que podamos seguir contando. Tú contarás treinta años y puede que te entristezca por ser un año mayor, cuando lo que debería alegrarte es que casualmente sigues a cumplir años. Por ello debes dar gracias y nunca olvidarte de que la vida no es más que un casual regalo; por el cual, por el hecho de que sigas cumpliendo años, yo me sienta agradecido.
Como ves, parece ser que mi pedantería es enfermiza y no tiene visos de curación. Dije que no iba a disertar sobre el significado de la palabra gracias, y casi divago en un absurdo y pseudo discurso «filósofo-metafísico». A pesar de ello, me siento agradecido por poder charlar un poco contigo un año más el día de tu cumpleaños y compartir «estos momentos compartidos por la caligrafía, invadiendo perímetros de una superficie anquilosada por el continuo devenir de sucesos...».
Gracias hija, y felicidades. Tu padre y tu madre que te quieren y no te olvidan.
Afectuosamente tuyo,
rpm’18
Fornelos de Montes, Marzo 2108.
​
***
Mi Muy Señora Mía.
​
Nosotros, en todo caso, Mi Señora, como ya he señalado en otras ocasiones, nuestro tiempo se traduce en «kairós». Como en su momento lo he abordado y explicado, no viene al caso ser redundante. Centrémonos en este año. Un año intenso, pienso yo. Por estas fechas, días arriba, días abajo, se precipitaban los acontecimientos, que también por nombrados no me apetece volver a renumerar. Lo que sí me gustaría es recordar todo aquello que durante un tiempo – y este algo más largo que el hasta ahora expuesto como algo así como multiplicado por catorce –, tenía, no diría que olvidado, pero sí como arrinconado en algún lugar de las sensaciones. No le voy a discutir mi añoranza por el lugar, la tierra, en el que todo ese tiempo transcurrió: como dejé escrito en mi despedida, siempre la llevaré en mi corazón. Mantengo la esperanza de que algún día pueda volver a sentirla. De las sensaciones a las que me refiero – con las que prácticamente me crié –, pasaremos a continuación. No me deberían ser extrañas, y de hecho no lo son, en cuanto son propias de esta nuestra tierra, nuestra amada Galicia. Había perdido ese húmedo tacto con las sábanas al meterse en la cama, de abrocharse los pantalones como – digo yo – «meados» por la mañana, de estar permanentemente envuelto por la friaxe do noso orballo, de dejar de contar por aburrimiento los días de lluvia, de esperar desesperanzado alguna noticia del sol o de volver a notar el poder de un temporal atlántico. En cuanto a olores, ¿qué quiere que le diga? Si le soy sincero, desde mi relativa perspectiva, estos se me aparecen en la misma cantidad y proporción que los colores. Y usted, más que nadie, conoce sobradamente mi tara con respecto a estos últimos. De la lluvia y sus consecuencias, debo confesar, que poco tengo que alegar en cuanto a mi defensa: estoy en Galicia, y concretamente en Fornelos de Montes. Casi nada. Tenemos, Mi Señora, hoy día, el sabelotodo «Mr. Google». Es cuestión de consultar.
Hay más, muchas más sensaciones; pero no es mi propósito aburriros con todas ellas por ser las mismas unas conocidas suyas, Mi Señora. En cuanto a que si alguien se asomara a esta «CARTA DESDE GALIZA», diré: si fuera de esta tierra, le pasaría lo mismo que a nosotros dos; y si de un lugar allende nuestros lares, le diría que aquellas son demasiado «enxebres» como para poder ser comprendidas, porque lo más probable, Mi Señora, es que nos las atendiera ni las entendiera.
Ya ve, un año sí parece que da para mucho a pesar de que a mí se me haga corto. Como también se me hizo corta esta misiva que no tiene más objetivo que la de felicitarla por su aniversario y, si me permite, para finalizar, haré una última observación con respecto al tiempo: si es breve y bien, dos veces bueno. Fíjese, sino, cuan breve es la expresión, ¡feliz cumpleaños!, con que corto espacio de tiempo se pronuncia, pero que bien suena y que bien que hace.
Sin otro particular, reciba, Mi Señora; recibe, Ana, mis más sincero y profundo amor.
Afectuosamente, suyo/tuyo,
rpm’18
Fornelos de Montes, abril 2018.
​
***
Meu Querido Irmán Meirande.
​
​
​
​
​
​
Por outra banda, cando esta percepción foi esgrimida por min mesmo, nuns deses debates tan nosos por familiares, diante das túas fillas, estas, como cabía esperar, expresaron a súa desconformidade. Elas sostiñan que quen realmente aseméllase a Papá, es ti. Non serei eu quen negue tal afirmación. Non son ningún experto nestes temas — nin en ningún outro —, pero ocórreseme que o feito de que nalgunhas ocasións téñenme confundido — de pequeno máis dunha persoa chamábanme «pequeno Marcos» — contigo, algo terá que ver có noso parecido con Papá. Dito de outro xeito, se queres: se eu asemello-me a ti, e ti a el, os dous asemellámonos a el. Está claro que non fai falla seren moi listo para descubrir que isto moito ten que ver coa xenética.
É posíbel que eu posúa, como afirma a nosa irmá, un parecido físico con noso pai maior que o teu. Moitas veces eu mesmo sorpréndome con algún xesto que mo fai recordar, como cando vou conducindo e freto as xemas dos polgares de ámbalas dúas mans namentres agarro o volante pola súa parte superior. Lémbraste cando Papá facía-o? Pero non pasa de aquí, dunha semellanza física, dunha réplica dun xesto aprendido por repetitivo que ten tódalas probabilidades de non superar a simple imitación. A coincidencia no comportamento físico, e doutra índole, seica que ven dado o través de dúas vertentes: unha, a xenética; outra, por imitación. É dicir, unhas semellanzas son herdadas e outras simplemente son imitadas ou copiadas. No teu caso, se mo permites, é diferente. Non son o suficientemente observador para apreciar esas semellanzas físicas, esas formas de imitación dos xeitos e xestos, ese parecer só nas aparencias, na superficialidade. Pero si teño esa fina intuición de percibir o que agóchase de fundo. Ti es moito máis coma Papá era en si e de por si; do que en verdade importa, do que era coma persoa, que era moito é bo, que éncheme de orgullo por tervos por pai e irmán.
Os xestos, as maneiras, como xa quedou dito, pódense herdar ou imitar. O que un é, só se pode transmitir pola vía xenética, pola sanguínea se o prefires. E ti si que podes presumir de herdar a mellor parte da herdanza. De tódolos xeitos, non nos fagamos moitas ilusións. No fundo, ti máis eu, non deixamos — e sabémolo — de seren unhas copias da orixinal, como o é a palabra á idea e a escritura a fala. Emporiso, debo confesar que, con respecto a ti, teño que admitiren que ti, aínda que non es a luz mesma, si emanas da mesma, i eu, como moito, son parte da parte que desaparece envolta polas tebras e a escuridade; até pode que non pase de ser un facho que non pasa de ser unha simple e vulgar imitación.
Non sei como as veces — ou case sempre — acabo atrapado nestes «fregaos» ou meténdome nestes embrolla, eu que só son un principiante en idade embrionaria nisto do coñecemento. Como é posíbel que che veña agora con estas leas existenciais? A resposta é ben sinxela: até onde podo alcanzar, acado, a lo menos, felicitarte polo teu aniversario, que é, a fin de contas, o verdadeiro motivo — coma de costume — polo cal adícoche estas poucas verbas mal paridas e pode que até incluso tentadas de ser unha copia de alguén máis sabio que eu, o que, dito de paso, non é nada difícil. Porén, do que si pódoche dar garantías é de que as felicitacións coas que che agasallo sáenme do corazón... Non sei face-lo doutro xeito. Pode que como facía-o Papá... pero só pode.
Sen nada máis por agora que dicirche, recibe do teu irmán un agarimoso e sentido saúdo e unha forte aperta.
Como a un irmán che falo.
rpm’18
Fornelos de Montes, abril 2018.
​
***
​

En plena Guerra de los Ochenta Años, en aquellos tiempos en que los Tercios españoles imponían su terror como soldados imperantes del mundo conocido clavando picas en Flandes, tuvo lugar, el día 8 de diciembre del año del Señor de 1585, una batalla que vendría a llamarse «La Batalla de Empel» o más conocida como «El Milagro de Empel».

Parece que últimamente he adoptado la mala costumbre de acudir fuera de tiempo a mis citas por escrito y las que no lo son a través de este. De todos aquellos que bien me conocen, es bien conocida mi afición al despiste. Una vez más en lo que va de año llego tarde a una de mis citas con la escritura (como la de llegar tarde a la celebración de tu cumpleaños en el aeropuerto). Podría aquí exponer una serie de explicaciones y justificaciones a modo de excusa, pero de nada serviría y, sinceramente, creo que no es el caso. Con mi padre lo intenté, intentando emular nada más y nada menos que a Blaise Pascal, y como era lógico y previsible, fracasé. Contigo intentaré ser mucho más humilde y terrenal.
«CARTAS DESDE GALIZA»



No ibas a ser diferente a los demás, así que, puesto a retrasarme en esto de escribirle algo a quien algo esté celebrando, parece que me he propuesto hacerlo también contigo. Una costumbre, por otra parte, que pretende instalarse como tal. No es mi propósito, y bien tú lo sabes. Podría excusarme con que, en tu caso, la tardanza ha sido corta, pero tú y yo bien sabemos que llegar tarde es llegar tarde. Otra de las excusas, tan recurrida ella, sería la de falta de tiempo por trabajo y otras de índole semejante. Pero no, la verdadera razón por la que nada te he dedicado negro sobre blanco hasta ahora, es la que creo, si la memoria no me falla, he expuesto en más de una ocasión en estas cartas, sin importar a la persona a que vaya dirigida. No es más que la falta de «inspiración» que se apodera de mi persona y deja más que el papel en blanco: la mente. Yo que, con demasiada frecuencia, obvio el uso de la misma.


El D.R.A.E. otorga hasta 14 significados diferentes a la palabra gracia. Gracias, con la semántica de agradecer, proviene de la frase latina «gratias agere» (dar gracias). De este último, es el de que yo quiero hablar. Ese que proviene de raíz indoeuropea primitiva que nos quiere indicar «alabanzas, cantar laudes en voz alta», generando en el latín muy antiguo vocablos tales como «gratulabundus, gratosius, gratulor, congratulor, congratulatio, congratulationis, gratificatio, etc.» el que etimológicamente (gracias) se define como palabra que proviene del latín «gratia», la cual deriva de «gratus» (agradable, agradecido). En origen significa la honra o alabanza que sin más se tributa a otro, para luego derivar en el favor y reconocimiento de un favor.

Hace apenas un año estábamos todavía desembalando nuestra enésima mudanza. Tal como le comentaba a mi padre en su efeméride, no estoy muy seguro de saber si un año es mucho o poco tiempo para quienes, como nosotros, contamos años. La teoría de la relatividad sepultó definitivamente el valor de lo absoluto y todo está a disposición del prisma con el cual observemos la realidad: nunca un dicho tan gallego como el de «depende» se ha convertido en un aforismo tan versátil. Para mí, un año, desde luego, se me antoja muy poco tiempo; al menos en estas circunstancias, ya que como todos bien sabemos: el tiempo calculado es largo o corto, mientras que el tiempo vivido pasa de forma lenta o rápida. De todas formas, y si me lo permite, Mi Señora, y disculpando mi pedantería, citaré a San Agustín, quien decía aquello de: «¿Qué es el tiempo? Si nadie me lo pregunta, lo sé. Si debo explicarlo, ya no lo sé». Pero, dejemos el tiempo en paz, ¡ya!

A nosa irmá, Olguita, agasállame, fermosa e agradablemente, case sempre que con ela coincido, dicíndome que lle recordo moito a Papá pola miña semellanza física con respecto a el. Máis que esta devandita semellanza física, penso que o que quere expresar é que, aínda que esta non é nada deseñábel — segundo sempre a súa opinión —, o que de verdade é máis notábel é máis ben unha concordancia xesticular. É dicir, que o xesto, as expresións faciais e até corporais, coma o xeito de sorriren ou de erguerme dunha cadeira, falle relembrar ao noso finado e amado Pai. Eu, toda vez que así mo di, enchido de orgullo cústame manterme nos límites do xa máis que bondadoso perímetro dos meus pantalóns. Adoito responderlle a miúdo, a medio andar entre a brincadeira e a crenza por fe, que a min toucoume en sorte a mellor parte da herdanza paterna.
Mi Muy Querida Hermana.
​
​
​
​
​
​
​
​
​
​​
​
​
​​
​
​ Disculpa que haya comenzado la presente con esta pobre e insignificante – por ridícula – propuesta filosófica, pero de alguna manera tenía que empezar y no se me ocurrió otra cosa que hacerlo de este modo. El motivo es que al plantarme ante la pantalla en blanco, sin tener nada claro que contarte, de pronto, y no preguntes por qué, me acordé de lo que hace prácticamente un mes le escribía a nuestro – «O Meirande» – hermano mayor. Le hablé de los parecidos que él y yo, supuestamente, tenemos con Papá. Comencé, por ejemplo, por lo orgulloso que me sentía toda vez que tú me hacías notar ese parecido (aprovecho la ocasión para agradecértelo de todo corazón) en esa manera de gesticular que tanto te hace recodar a nuestro padre; o de como nuestras sobrinas discrepaban al respecto adjudicándole tal semejanza a su padre, nuestro hermano. En fin, como tú bien entenderás, es del todo absurdo entrar en debates de tal índole. Pero sí, si me lo permites, quisiera recuperar lo que en esencia quería expresar con lo dejado escrito en mi última «CARTAS DESDE GALIZA» y, por ello, el motivo de mi introducción.
No pretendo, claro está, siquiera intentaría, dar ninguna clase de filosofía. Pero puestos a filosofar, dejemos volar nuestra imaginación, tal como te propongo al comienzo de esta, y hagamos la siguiente analogía. Imaginemos, pues, que Papá sea esa primera partícula de luz, ese fotón originario y que de él devengamos nosotros y demás descendientes. Si nos atenemos a lo expuesto, diremos que cualquiera de nosotros tres ya no puede ser esa luz central primera y perfecta, sino una «degeneración» o «degradación» – disculpa, pero no se me ocurren otras palabras – de esa de la que devenimos. Pues bien, la comparación, ese devenir, mejor dicho, solamente ha sido cotejada en el caso de tus dos hermanos. ¿Y qué pasa contigo? ¿Es que acaso tú no formas parte de ese primogénito fotón? ¡Pues, claro que sí! O, eso al menos, es lo que debería ser. Sin embargo, yo observo, y te propongo, otra consideración.
Sigamos con ese ejercicio imaginativo propuesto, e imaginémonos que somos dos pensadores clásicos desentrañando los vericuetos de los parecidos o semejanzas por descendencia. Yo, por mi parte, estoy de acuerdo con esta primera teoría, si es que como tal pueda considerarse, y de la cual muy resumidamente te he hecho partícipe. Pero quiero ir más lejos y de, alguna manera, fusionarla con lo que a nuestro hermano mayor le decía el pasado día 18 de abril. No voy a repetir lo dicho entonces, pero sí rescatar lo que para esta ocasión pueda encajar con lo que ahora te estoy exponiendo. Podemos, y así lo estamos haciendo, aceptar que las semejanzas con lo primero y primigenio se hacen a modo de como aquí te he descrito, pero también de otras muchas maneras. Por ejemplo, simple y llanamente, de forma científica, recurriendo, que sería lo que en verdad toca, a la genética. Pero yo quiero seguir filosofando contigo, imaginando contigo…
Puede que Marcos y yo hayamos heredado ese parecido físico – y hasta de carácter – de Papá, pero no dejamos de ser una copia – al menos en mi caso – y una copia nunca podrá llegar a ser un original. Tal vez Marcos, sin ser el primer fotón, esté lo suficientemente cerca como para no «degenerarse» o «degradarse» en demasía y ser lo más próximo y lo más parecido a la primera e inicial partícula de luz. Pero las comparaciones también pueden darse por imitación y, tal vez yo, no sea más que esto. Puede que no pase de ser más que otra farola, otro haz de luz que pretende imitar al original… tal vez por ello tan bien lo imite, tal como tú me haces notar toda vez que gesticulo. Y faltas tú, y tú eres la luz en sí, esa que muerta y dejado de ser la prístina, tú te hayas convertido en ella, siendo ella misma en sí y por sí misma. He ahí lo que Papá dejó para ti. Es a modo como algunos filósofos describen la divinidad. Si él era auténtico, nadie puede ser más auténtica que tú.
No me hagas demasiado caso, hermanita mía, mejor ignora mis palabras, pero jamás lo hagas dudando del amor con las que están dichas. ¡Feliz cumpleaños!
Tu hermano que te quiere.
rpm’ 18
Fornelos de Montes, maio 2018.
​
P. D.: Dile a Joseph Roit Juhtte – que para eso, según me han soplado, tienes confianza con él – que algún día de estos le dedicaré algunas palabras probablemente mal escritas (todavía no le he dado las gracias por lo bien que se portó con Papá).
​
***
Mi Muy Señora Mía.
​
​
​
​
​
​
​
​
​
​
​
Y, sin embargo, repetiría todo el proceso sin dudarlo un instante. Sé que suena a frase hecha, pero si el amable lector tiene a bien ilustrarme con otra más ingeniosa, pero que encierre el mismo significado, seré todo oídos y/u ojos, y dedos prontos a teclear. Bien es cierto que hay unas cuantas cosas que son susceptibles de mejoría en el devenir de nuestra vida en común, pero, dígame, ¿acaso no está sujeta cualquier otra cosa, sea cual sea, a esa misma mejoría? Todo es perfectible. Conozco su respuesta, entre otras cosas, porque coincide plenamente con la mía. Además, no se puede estar viviendo permanentemente en el si. En el condicional, me refiero. Nada va a cambiar por más que queramos volver al pasado. Lo hecho con Usted, Mi Señora, hecho está; ¡y no me arrepiento! ¿Cómo voy a estarlo? Me siento un afortunado además de un privilegiado. Tengo la fortuna de haberte conocido y casarme contigo, y el privilegio de compartir mi vida con Usted desde entonces. ¡Qué más se puede pedir?
Los años, inevitablemente, pasan factura, mellan y dejan huella. Y en tampoco tiempo, ¿verdad? Pero yo creo, sinceramente, que solo en apariencia. Solamente en lo que nos envuelve. Ahí en donde los cambios más se agudizan por convencionalismos artificialmente inventados por nosotros. La arruga deja de ser bella y los años, más que los kilos – que también y por idénticos motivos –, son un lastre. Las canas ya no platean, sino que envejecen camufladas entre tintes prefabricados. Y luego nos atrevemos a hablar de belleza interior, porque lo que es hablar de la belleza en sí nos viene demasiado grande. A mí también, así, si me lo permite, Mi Señora, probaré – porque a más no alcanzo – discurrir sobre la primera parte de la oración justamente anterior a esta.
Es evidente que hemos cambiado; que todos cambiamos, pero yo probaré ceñirme al cambio interior como lo hicieron los grandes de la filosofía – y disculpe mi atrevimiento, pedantería y falta de humildad, Mi Señora, y de paso mi ñoñería –, a lo que nos sucede por dentro, a lo que nos pasa por el alma. Así, pues, me quedo con su nueva persona, más justa, más templada, más fuerte, más prudente, en definitiva, más sabia. Una nueva persona que moldea una nueva forma que, a pesar de verse expuesta a las distorsiones propias de la realidad social imperante, no deja de ser nada más que una nueva forma diferente a la anterior (en eso consisten básicamente los cambios), pero en ningún caso mejor o peor, sino, en esencia, la misma. Pero puestos a elegir, con qué se queda, ¿con la justicia, la templanza, la fortaleza y la prudencia que le otorga más seguridad y sapiencia a una existencia dichosa y virtuosa y estable, o más bien con una forma supuestamente bella, cambiante e inestable? La respuesta es suya.
Yo la miro, Mi Señora, y más que nunca la amo y la admiro. Nunca un dicho se ha hecho tan real: hoy más que ayer y menos que mañana. Contabilícelo, si lo desea, y haga la suma en amor de treinta y tres años juntos. Lo misma fórmula cabría aplicársela al respeto. O a la admiración. Hoy más que nunca la miro y sé apreciar su persona en toda su extensión. Más que nunca reconozco su valor, lo que supone y significa para mí. La miro sin añoranzas del pasado, sin condicionantes absurdos, sin pesares ni penares; y lo que veo me gusta, me satisface, me llena. Más que nunca sé quién eres, y ya que empecé por hablar del matrimonio, corríjame si me equivoco, esto es en lo que de verdad consiste: en conocerse mutuamente. Solo así llegamos a conocernos un poquito a nosotros mismos, por aquello que nos hace ver quién permanece a nuestro lado.
Una vez más, y van ya demasiadas, me pierdo en mis elucubraciones «pseudo-filosóficas», cuando seguramente hubiese sido más sencillo recordarle con dulces palabras de amor nuestro aniversario, porque, en definitiva, es lo que desde el principio me motivó para dedicarle estas pocas palabras: ¡felicidades amor mío!
Afectuosamente Suyo/Tuyo,
rpm' 18
Fornelos de Montes, agosto 2018.
​
***
Amado Pai Meu.
Por non perde-la costume sigo mantendo a tradición, si que esta pódese considerar como tal, de escribirche polo teu aniversario. Pode que quen se asome a estas poucas verbas que che adico, tácheme de frívolo e até de morboso. Son consciente da túa ausencia, de que xa non es e non estás e que, polo tanto, escribirche de pouco ha de servirte. É, o que poderíamos chamar, unha quimera. Entón, preguntaraste, como é que sigo a face-lo? Tentarei, se mo permites, expoñerche as miñas razóns, se é que tal exposición entra dentro do racional.
Dende este último punto de vista nada ten de racional todo canto agora estouche a escribir. Ti, que es una persoa intelixente, te-lo advertido dende a primeira letra. Cando alguén fala, fai-no para sexa escoitado, cando alguén escribe, fai-no para seren lido, i eu estou a falarlle a través da escritura a quen xa non é nin está, aínda que o escribir sexa unha consecuencia da fala pero menos perfecta. Con todo, quero seguir falando contigo, seguir escribíndote para, deste xeito, seguir preto de ti, senti-la túa presenza a traveso dun soliloquio de tolos que din os sabios é síntoma de intelixencia.
Sei que non me podes oír e menos lerme, pero quero pensar que as verbas, máis as faladas que as escritas, en algures van parar. Non sei onde, seguramente debido a miña supina ignorancia, pero quero crer que, coma os millóns de átomos que foron ti, as voces, coma ondas conformadas da mesma enerxía que foches ti, iran, quen sabe, a parar nalgún recuncho dos mares do sur ou pode que fiquen atrapadas en estancias máis próximas do que nos maxinamos, e, xa postos, deixémonos levar por andares menos racionais e que a mística nos envolva, e talvez atopemos o consolo — polo menos eu — que fai aproximadamente ano e medio estamos a buscar. Maxinémonos que hai un Ceo, un Lar dos Xustos, como me gusta dicir, no que ti sen dúbida debes de estar por méritos acadados ó longo de túa virtuosa vida, e que, nestes intres, estás a observarme, e por riba do meu lombo estás a ler o que che estou a escribir. De seguro que estaraste a rir ou, polo menos, a sorrir con ese sorriso de Mona Lisa tan tipicamente asentado no acervo da retranca galega. Se a min me fora posíbel poder verte, é probábel que me sentira molesto, consecuencia novamente da ignorancia, por crer que estarías a rirte de min. «— Non é tal, fillo — diríasme –. O que me fai gracia é que seguides a pensar que os de acó, seguimos a pensar como os de aló». Entón, xurde en min a meirande confusión e non acado distinguir, coas miñas imperfectas e mortais facultades, o racional do sensíbel, o místico do metafísico. Logo, só, invadido polo abismo da ignorancia, non son quen de obter resposta algunha. Déitome cos ollos abertos en branco e tento mergullarme na escasa claridade dunha realidade tan mentireira coma calquera conto de fadas e só chego a unha conclusión: con todo, Pai, necesito falar contigo, e por se acaso venme face-lo só e non me toman por intelixente, para disimular, escribote, que é un xeito de face-lo ó través de quen me le e que pasa máis inadvertido.
Xa ves!, é un paradoxo. Teño tanto que dicirche que pouco máis ocórreseme escribirche polo de agora… Polo demais, sería unha ledicia de conto de fadas marxinarte lendo o que aquí o meu corazón, que non a miña mente, quere transmitirte, e que co teu sorriso de Mona Lisa e retranca galega dérasme a túa aprobación.
Para finalizar e mante-la cordura, non te presentarei os meus parabéns polo teu aniversario, xa que este é imposíbel que se de na eternidade.
O teu fillo que non te esquece,
afectuosamente, Coma a un Pai che falo.
rpm’18
​
Fornelos de Montes, novembro 2018.
***
​
​
Mi Muy Querido Hijo.
Este mes, es decir, diciembre, es sin duda el mes en el que más festivos disfrutamos. Entre otras cosas, por una cuestión puramente aritmética, ya que se trata de uno de los meses con más festivos marcados en el calendario. Empezando por el día 6, ese en el que los españoles conmemoramos nuestros valores y modelo de convivencia que, por lo que una supuesta mayoría cree y en su día refrendó como constitución, viene a coincidir como el mismo día que, también para mí, siendo un niño, significaba el arranque de las fiestas de diciembre, es decir, las fiestas navideñas. Unas fiestas que, también al parecer, por una mayoría de gentes – entre las que yo me incluyo – son calificadas de entrañables. Por entonces, y si nada ha cambiado sustancialmente, en la tierra que me vio crecer, la Lorena francesa, el 6 de diciembre, también marcaba el arranque de las Navidades. Era, y supongo que seguirá siendo, el día de San Nicolás, del Santa Klaus en otras latitudes, es decir, de Papa Noël. El que venía a visitarme a mí y a todos los niños de mi mundo conocido. Le entregábamos nuestras cartas y le formulábamos nuestros deseos para que la madrugada del 24 al 25 todos se nos fuera cumplido, todo se nos fuera otorgado, porque así nos lo merecíamos. Si para ello era necesario pasar frío con nieve hasta las rodillas y tuvieras que dejarte arrastrar de la mano de tu padre o de tu hermano mayor para poder ver el desfile que se organizaba en honor a tu santo más amado, el sacrificio bien merecía la pena. Aquí, en Galicia, este día 6, como en el resto del estado, los desfiles y las solemnidades tienen un propósito bien distinto. Se me ocurre, si me lo permites, encuadrar lo expuesto hasta ahora en la categoría de las tradiciones.
Las tradiciones, como es obvio, no tienen por qué ceñirse solamente al ámbito de un pueblo o, si lo prefieres, al de las multitudes. Pueden ser perfectamente unipersonales y, cómo no, familiares. Modestas o grandilocuentes, no pasan de ser, para quien o quienes las instituyen y pasan a celebrar, más que tradiciones, costumbres. Sin embargo, poseen a mí entender más virtudes que defectos que las que sus detractores – que también los hay – intentan hacernos creer. Si son algo, como lo son las festividades navideñas que, no nos equivoquemos, vienen a ser unas tradiciones más, son entrañables; es decir, son producto de las entrañas, son viscerales, las que directamente nos tocan la fibra sensible. De ahí, se me ocurre, aunque no me hagas demasiado caso, su polaridad: o las amas con toda tu alma, o las odias con todo tu corazón. Yo pertenezco al primero de los dos grupos.
Y como tal, ejerzo algunas de ellas. Y si quieres hasta podría decir que me he tomado la libertad de crear algunas de ellas. Mucho más modestas que las descritas, claro está, pero igual de significativas. En mi caso podrían definirse como hábitos adquiridos, como lo es lo que en estos momentos estoy haciendo y que, como ya he comentado en otras ocasiones, no es otra cosa que la costumbre de escribir, a quien para mí tiene una significancia especial, algo en un día que espero sea también especial para el receptor de lo escrito. Es mi manera de acordarme de él, de hacerle saber que me acuerdo de él o ella, que todavía lo tengo, la tengo presente. Sé que en esta práctica me dejo a alguno o alguna por el camino, pero es lo que tiene la tradición, no siempre colman las aspiraciones de todo el mundo. Y si nos centramos y concretamos en estas insignificantes, particulares y peculiares – como las que puedan ser de cualquiera de nosotros – costumbres en el mes referido, hay una que, por razones obvias, inicia las demás. Y no porque yo me la haya inventado, siquiera elegido, porque en nada en ese sentido he participado, salvo en el hecho de que sea tu padre. Es, como bien has adivinado, el día de tu cumpleaños, y que no deja de ser, en resumidas cuentas, nuestra primera y, si me apuras, más íntima tradición. Con ese día, las fiestas navideñas, cada año, quedan inauguradas en nuestro hogar.
Los detractores a estas tradiciones, y más concretamente a las navideñas, alegan, entre otras cosas, pero como ha quedado demostrado también desde las entrañas – lo que le resta peso argumentativo a la misma alegación –, que no son partidarios de estos festejos por rememorarles hechos tristes o, cuando menos, desagradables, ocurridos normalmente por estas fechas. Pues bien, aunque no lo parezca, ellos también se aferran a la tradición. Con el paso del tiempo es inevitable que eso suceda: siempre habrá quien no asista a la celebración por el motivo que sea, pero que siempre comparte la ausencia. A nosotros, por ejemplo, ya, en un par de ocasiones, se nos viene ausentando el que más tuvo que ver en el mantenimiento de nuestra más sagrada costumbre, que no es otra que la unidad familiar. Lo echamos, todos, de menos.
Para mí, en concreto, desde hace ya algún tiempo, más del que yo hubiera deseado, vengo celebrando estos últimos diciembres sin parte de los míos. Me alejé demasiado de vosotros y ahora estoy pagando las consecuencias, yo que tanto os insistí en vuestra libertad, como lo fue en tu caso. Por ello, cuando antes de ayer me anunciabas que por fin volvías a casa por Navidad después de tantos años de exilio tradicional, no pudimos, tu madre y yo, más que emocionarnos: un nudo recorrió nuestras gargantas y apretaron obsesivamente nuestras glándulas lagrimales. Ni con todo ese vacío que a veces siento, renuncio a mis, si quieres, insignificantes tradiciones, pero que tienen la virtud de llenarme el espíritu de ilusión y esperanza. Alguna vez, esta se sacia y aquella se cumple.
¿Sabes?, hoy también, como suele ser habitual, he montado el árbol de Navidad… y me he acordado de ti… por eso, y porque es tu aniversario. Es hermoso que alguien se acuerde de ti, aunque sea por tradición
¡Feliz cumpleaños, hijo mío!
Tu padre y tu madre, que te quieren y no te olvidan.
rpm’ 18
Fornelos de Montes, decembro 2018
P. D.: No vemos llegado el momento de tu llegada a casa por Navidad.
​
***
Mi Muy Querido Hijo.
​
​
​
​
​
​​
​
​​
​
Soy muy consciente de que mi amor paterno distorsiona cualquier apreciación u observación que haga sobre tu persona. Intento que no sea así en la mayoría de los casos, aunque no resulte nada sencillo, y menos cuando me dispongo a realizarlo ante el folio en blanco. Me digo a mí mismo que, por hacerlo una vez al año, debo concentrarme en las virtudes del receptor y no poner el acento en lo negativo. Para la severidad nos resta el resto del año, y soy de los que opina que el reproche por el reproche nunca conduce a nada de provecho. Así que me aplico mis recetas y me pongo a divagar con el único propósito de apuntalar, a través de la palabra escrita, los lazos de una relación que no quiero perder por nunca haber sido rota.
​​
Olvidemos, pues, la divagación y volvamos a retomar lo que, al inicio de esta, te estaba diciendo; y no te imaginas, siquiera, cuanto me alegra verte sonreír de nuevo. Sobre todo porque esta sonrisa que ahora luces, en nada se asemeja a la especie de mueca a la que me refería, y que tanto tiempo has sufrido y los demás soportado. Esta, la de ahora, es la que siempre presente has tenido en tu mente, esa que te identifica con la positividad, con el muchacho, el niño que conocí que nunca se rendía. Ese que desafiaba a entrenadores en favor de la justicia, que no se sometía ante la arbitrariedad de nadie ni de nada, ni siquiera ante esa malentendida moral paterna que yo tan desastrosamente intentaba imponer por no entender como ejercerla. Y te saliste con la tuya, por estar tu sonrisa bien fijada en tu mente, sin muecas malentendidas.​
La suerte favorece a los audaces, o eso dicen. No seré yo quien dude de tal afirmación, entre otras cosas, porque este no es el motivo por el que te dedico estas breves líneas y, por la misma razón, no trataré de provocar discusión alguna al respecto. Pero si lo de ser audaz se refiere a una persona que no desespera, que tiene bien claro cuáles son sus prioridades y hasta sus principios, y que no se doblega ante lo que se entiende como convencional y comúnmente aceptable, entonces, estaré de acuerdo. Y, obviando cualquier connotación referente a lo que te he comentado sobre el amor paterno, creo sinceramente que tú eres una de esas personas que atesora esa clase de audacia. Y si nos referimos a esta como sinónimo de valentía, quede bien claro que, en tu caso, podríamos encuadrarla en la que los sabios denominaron término medio, porque la temeridad no es precisamente la que en tu mente se dibuja, sino más bien la prudencia de quien sabe esperar – otra forma más de valentía –; la de un audaz oyente que se reconoce escuchando a sabiendas de que, quien sabe escuchar, es mucho más sabio que quien solo sabe hablar.
​​
Lo dicho, reitero mi alegría, y espero y deseo que sigas sonriendo. Que esa sonrisa dibujada en tu mente no se marchite jamás y que la mueca no sea más que una muestra de audacia ante los mediocres de espíritu, los cobardes. Y, ¿cómo no?, desearte en el día de tu aniversario que cumplas muchos, muchísimos más.
​​
¡Felicidades, hijo!, tu padre, que te quiere.
​rpm ‘19​
Fornelos de Montes, xaneiro 2019.​
P.D.: Tu madre se suma tanto a las felicitaciones como al sentimiento.
***
Mi Muy Querida Hija.​
​​​
​
​
​
​
​
​
​
​
​
​
​
Pero no lo soy, solo soy tu padre; un ser imperfecto que intenta lo que él entiende es ser un buen padre. No el mejor, porque es una quimera a la que todos nos sumamos y ninguno alcanzamos. Ni siquiera ser un espejo en el que mirarse, porque sería demasiado presuntuoso querer imitar a los dioses, porque con uno como yo ya es suficiente, porque creo en la diversidad y no en la predeterminación. Tampoco soy guía para nadie, porque siempre abogué por que cada cual trace su propio camino. En cuanto al ejemplo, solo los originales son los que permanecen, porque las copias no son más que lo que son. Por todo ello y por mucho más no soy Superman, porque él es un hombre de acero que no llora al ser elogiado y acepta las alabanzas como parte de su merecimiento. No soy Superman, porque soy imperfecto, porque soy humano, porque un superhéroe de ficción jamás sustituirá a un padre que de verdad se sienta padre. Y mejor así, ¿no crees?​
Cuando leí lo que tu hermano me dedicaba por el día de mi cumpleaños, toda mi fachada de superhéroe se desmoronó, y los lagrimales, en el que yo quise ver un acto totalmente involuntario, se vieron desbordados por lo que se supone deben producir. Lo peor de todo, es cuando actos como estos se intentan reprimir y el nudo en la garganta se hace tan intenso que difícilmente controlamos el dolor. Entonces, crees que lo peor ya ha pasado, hasta que lees lo que tu hija te tenía reservado desde hacía tiempo, y el nudo en la garganta va extendiéndose hasta anudarte el pecho al punto de asfixia. Y es curioso, el dolor no es efecto directo de la desdicha, sino de la dicha más completa que uno pueda padecer, porque tal cúmulo de felicidad no se experimenta, se padece. ¿Ves cómo no soy Superman?
​​
No es la primera vez que me dedicáis palabras por el estilo, que son, al menos para quien esto suscribe, desproporcionadas e inmerecidas. Tal vez tú creas que no, teniendo en cuenta como me tienes como Superman, por ello, y si me lo permites, dejaré volar mi imaginación, y que tú lo hagas conmigo, y jugaremos a que yo soy tu superhéroe quien de todo te protege, que te guía y aparta de las injusticias; pero, sobre todo, imaginaremos que soy un superhéroe atípico que te ama como nadie nunca jamás te amó, te ama y te amará en todo el universo. Este ha sido mi verdadera fuente de energía, la fuerza con la siempre os he querido conquistar: la fuerza del amor. No hay nada más grande, te lo aseguro, hija; y si algún día, disculpando mi falta de modestia, quieres llegar a ser una superheroína, no busques otra forma de serlo, nada puede más que el amor.
​​
Tenía preparada otro tipo de composición, algo con más contenido, más racional, si es que en mí cabe, pero me he dejado arrastrar por las simplezas de los recovecos emocionales y me salió lo que estás leyendo. Y como todas estas cartas, unas más racionales que otras, esta no es más que una excusa para felicitarte por tu cumpleaños; unas felicitaciones que, como siempre, salen de las más superprofundidades de mi corazón. Así como todo superhéroe tiene su krytonita, este corazón que te ofrezco carece de cualquier punto débil y jamás se detendrá en el amor que te profesa.
Tu padre y tu madre - que por encima de mi hombro esto lee -, que te quieren.
rpm’19
Fornelos de Montes, marzo 2019
​
P.D.: - Soy plenamente consciente de mi retraso en la felicitación, pero a Superman, intemporal como es, bien se le puede perdonar nimiedades de esta índole.
​
***
Mi Muy Señora Mía.​​
​
Mil novecentos noventa e nove
e semella que choven
as lembranzas que non se moven,
namentres o meu corazón sinte
o que a miña mente retén
daquel ano setenta e nove.
[…]
​
Así comienza lo que en su día pretendí fuera un poema que evocara nuestro comienzo. Un comienzo que se remonta al ya remoto – o esa sensación me da – año setenta y nueve. El pasado día dieciocho de marzo cumplió su cuarenta aniversario. Tenía que haberte escrito algo, y no trataré de disculparme peregrinamente a estas alturas de curso. Sírvase, pues, estas pocas líneas como compensación.
En todo aniversario es inevitable hacer referencias al tiempo, va implícito, intrínseca y semánticamente en la misma palabra. Por ello, siempre que alguno de ellos celebremos, nos obligamos a recordar con mirada nostálgica, a materializar como dogma la máxima de que cualquier tiempo pasado fue mejor. Como bien Usted conoce, me reconozco un nostálgico, si bien, no por ello no sé apreciar el presente; al fin y al cabo, este es fruto de aquel.
​​
[...]
semella que choven / as lembranzas que non se moven
[...]
Así es, una lluvia incesante de recuerdos se fijan en mi memoria al recordar ese ya lejano año setenta y nueve. Lo vivido juntos con todo cuanto nos rodeó, ese nosotros y nuestras circunstancias. Y no solo las referidas a las más cercanas e íntimas, esas pequeñas cosas que conforman la vida en común, sino también los, y permítame el vocablo, macro-acontecimientos. Lo que la historia, Mi Señora, nos deparó o, tal vez, nos tenía reservado. Por citar alguno de esos macro-acontecimientos, sin pretender caer en el tedio, a la generación de la que Usted y yo formamos parte, le ha tocado vivir el fin del franquismo, la transición, la entrada en Europa, un cambio de moneda y el principio del denominado cambio climático. Esto en cuanto a lo tangible. En lo intangible, y por lo tanto más sujeto a la interpretación de la opinión y, por consiguiente, a la subjetividad, quisiera, si me lo permite, aportar mi pequeña versión.
​​
Es evidente que los tiempos han cambiado, los hechos así lo confirman. No juzgaré si para bien o para mal, ¿quién soy yo para juzgar nada? Sin embargo, tengo la impresión de que de joven se parte equivocadamente del convencimiento absoluto de nuestras creencias para ir, con el tiempo, moderando según vamos cumpliendo años: lo absoluto torna a relativo. Cualquier generación cree haber inventado, creado un nuevo mundo, una nueva percepción, un nuevo pensamiento en contraposición a la anterior. La nuestra no fue una excepción. Creímos ser diferentes y, lo que es más osado, mejores. Lo nuestro, por ejemplo, Mi Señora, fue la historia de amor más grande jamás vivida. Y no negaré que así ha sido, porque de esta forma Usted y yo lo creemos, y no seré yo quien pierda la fe. Sin embargo, convendrá conmigo, que historias como la nuestra son bastante comunes, que no iguales. He ahí la diferencia y lo que las hace a todas y cada una de ellas distintas, propias, intransferibles. Son historias de amor, y en el amor cabe mucho.​
En los años sesenta, por citar un ejemplo, se habló del amor libre; nosotros – y más en este país – quisimos ser sus paladines. Hoy, a eso, lo llaman poliamor. Una palabra presuntamente de nuevo cuño que nos pretende hacer entender que el amor puede y es plural, como si hasta ahora no se supiese. Sinceramente, Amor Mío, creo que la falta de concreción en las definiciones son las que llevan inevitablemente a la confusión. Establecer como sinónimos amor y sexo es un craso error, y no digo nada nuevo, ni que se sepa si así lo expongo. Sin embargo, tengo la impresión de que así ocurre. A qué se refiere el poliamor, ¿a amar a varias personas a la vez o, según he podido escuchar, a mantener relaciones con varias personas al mismo tiempo? Estupefacto, hay quien afirma que a eso se le llama libertad. Yo, por mi parte, pienso que amar a varias personas a la vez siempre se ha hecho; si no cómo explicar lo nuestro o lo de cada padre y cada madre, lo de cada hija y cada hijo, lo de, en definitiva, cada uno y una de todas y todos de nosotros. En cuanto a lo de mantener relaciones con varias personas a la vez ya se inventó con el amor libre, además de depender de a qué tipo de relaciones nos estamos refiriendo. Sé que, al leer esto, un bosquejo de sonrisa asomará a la comisura de sus labios: ¿qué van a enseñarnos los inventores de diseño del poliamor? La libertad, nada tiene que ver con ello. Esta, si le apetece, la dejaremos para otro día.​
No me extenderé más, Mi Señora, bastante la he aburrido ya con mi cháchara sin fundamento. Sé que sabrá disculparme. Déjeme, para finalizar, hacerla cómplice de nuestro amor que, poli o no, sigue intacto y en aumento, que es lo que en verdad importa.​
Sin otro particular, no quisiera desaprovechar la ocasión para felicitarle por su cumpleaños, que ha sido, en resumidas cuentas, la verdadera razón que me impulsó a entintar negro sobre blanco, lo que espero sea de su agrado.
​​
[…]
Cariño? Vai ficando lonxe o setenta e nove.
Verdade?
​​
¡Felicidades, amor mío!​
rpm’19
​​
Fornelos de Montes, abril 2019.
​

Imagina un haz de luz, como una farola que alumbra la calle. Debe hallarse, en su centro, el inicio de toda su iluminación, es decir, esa primera chispa luminosa incandescente de la cual parte toda la luz que proyecta, esa primigenia partícula sin la cual luz alguna existiría. Y debe, como no podría ser de otra manera, ser el fotón con más luz – el más luminoso – de todos cuantos devienen a partir del mismo. Sería, entonces, el más perfecto de los miles de millones de cuantos el haz de la farola contiene y proyecta. Y que, al partir del mismo, si no me equivoco, los demás fotones irán rodeando esa partícula pura e inicial, pero, claro está, sin poder ocupar el centro absoluto, sino bordeando y alejándose paulatina y sucesivamente del mismo. Cuanto más cercano a él, mayor luz proyectarán, y cuanto más alejados, menos, y así hasta desaparecer; es decir, de la perfección lumínica inicial a cada vez más imperfección, hasta que esta vaya diluyéndose hasta desaparecer para acabar perdiéndose en la oscuridad.

Apenas un soplo, un mero suspiro, separan estas pocas líneas del día en que contraje matrimonio con Usted; apenas unos grisáceos formularios en papel «A4» tipo formato contrato. Unos papeles que, como mis cabellos, también son víctimas del inexorable paso del tiempo: de más a menos blanco y a la inversa, respectivamente. Un soplo, un mero suspiro que dura ya treinta y tres años. Sin tiempo a nada, cuánto ha ocurrido, ¿verdad Mi Señora?

Por fin, después de un tiempo, te veo sonreír. Bien es cierto que nunca dejaste de dibujar esa especie de mueca que te identifica como una persona positiva, de esas que siempre ven el vaso medio lleno, de una profunda inclinación por lo positivo, resultado de una no menos convicción. El Sr. Troncoso de Triana, ya nos lo advertía: en tu mente brilla una sonrisa / que penetra en lo más hondo de tu ser […] En tu mente ya lo pone / todo tal como ha de ser… luego continuaba con alusiones a una lucha, esa que todos mantenemos con nuestra propia existencia, en la que muchos nos rendimos por agotamiento de lo larga, dura y, sobre todo, aburrida que se nos presenta. Tú, sin embargo, eres de los que nunca se rinden.

Ojalá fuera Superman y, con mis superpoderes, como el Superhéroe del cómic lo hiciera para salvar a su amada Lois Lane, rotar la tierra en sentido contrario para retroceder en el tiempo y recuperar todo cuanto del mismo no pude ni supe dedicar a lo que de verdad importa, que sois vosotros. Ojalá fuera Superman, el Superhéroe que a nadie defrauda, para no haberos fallado tanto. Ojalá fuera Superman, el que todo lo sabe y ve, y haber estado allí en todos esos momentos que más me necesitabais. Ojalá fuera Superman, el protector de todos, y haberos podido evitar tantos sinsabores. Ojalá fuera Superman, el más paternalista, para poder haber sido el mejor de los padres.

