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«A quien corresponda»

Actualizado: 25 ene 2021


Delitos legal, legítimo y moral


«La burguesía se ha dado buenas trazas para que todas las actividades y capacidades sociales concurran a la caza de la riqueza». Ha sentado como axioma que para ser buen político, empresario, banquero o para la práctica de cualquier poder es un estorbo la abundancia de conocimientos. «Ha reducido a máquinas de trabajo a los productores. Ha convertido en sirvientes a los artistas, intelectuales y hombres de ciencia. Ha suprimido al hombre sustituyéndolo por el muñeco automático. El resultado ha sido fatalmente la multiplicación de las nulidades con dinero. Nos gobiernan los imbéciles». Los que delinquen legal, legítima y moralmente. «El triunfo es totalmente suyo».

La delincuencia legal es harto conocida. Pulula sin vergüenza y con total descaro, es omnipresente, despreciando cualquier atisbo de honradez con argumentos torticeros maquiavélicamente inducidos por los poderes «in-divididos» de las nuevas sociedades globalizadas. De aquéllos y de quienes los sustentan. En cuanto a la legítima, es consecuencia de la legal: que sea precisamente esto último, no quiere decir que sea legítimo. Ante todo debe imponerse la legalidad moral con la que también trafican sin costes de aduanas ni aranceles tributarios, sino más bien con métodos inmundos y barriobajeros. No mienten, ¡que sí lo hacen!, no omiten, ¡que sí lo hacen!, no engañan, ¡que sí lo hacen!, sino que, lo que en resumen hacen es, manipular. ¡Son los magos de la manipulación! El delito en el que más recaen y que todos ellos más cometen es el de la prevaricación. A sabiendas de que están delinquiendo siguen indolentes y obturados metidos entre sagas de corrupciones en cuevas de ladrones. «No es necesario repetir que se llama ladrón al que se apodera de algo que necesita y hombre honrado al que diariamente sustrae a los demás hombres que para él trabajan una parte considerable del valor de su trabajo».

«La moral de los códigos y de las leyes es una moral de malvados. Supone y reconoce las mayores monstruosidades voluntarias». Con ellas y por ellas. Primero con la religión y luego con la política, pero con el miedo como estandarte. Está presente a lo largo y ancho del mensaje educativo. Es cautivador y en él nos refugiamos con demasiada frecuencia y, sino, nos empujan al libre albedrío, que no a la libertad. Del esclavo al feudalismo hasta llegar al explotado del capital, pasando por entre otras etapas subordinas y dirigidas siempre al control de las masas, al adiestramiento y aleccionamiento del rebaño por los pastores del miedo ¡O es que acaso ignoramos que «son los maestros de la charlatanería política y social los que conocen y manejan bien los resortes de la sencillez popular!¡Los que hablan elocuentemente a los atavismos heroicos que hacen del pobre el perro guardián del rico!¡Los que despiertan los convencionalismos rancios de la honradez servil, de la lealtad humillante, y cuando la rebeldía popular estalla, la historia magnánima consigna la santa virtud revolucionaria que guarda los bancos, las grandes propiedades, los personajes del rebaño y fusila al miserable que cree llegada la hora de comer y abrigarse!»

«Nuestro asombro en las grandes crisis, es nuestra acusación». Somos reos de culpabilidad impuesto por los Tribunales del Medio. Y cuanto más pequeños seamos y más miedo tengamos, más culpables seremos. Nos acusamos y acusamos, sin elementos de juico ni juicio de valores, henchidos de perjuicios y prejuicios todos ellos vástagos del miedo amparado en el orgullo. El orgullo del pobre que se ve sin remedio abocado al miedo presente desde la leche y la lengua maternas. Esta es nuestra hipoteca, y cuando por fin creemos tenerla saldada nos recuerdan que es vitalicia, engendrada en el pecado original, castigándonos con las siete plagas. Una de crisis. Si no se producen se inventan y hasta se crean acusando y acusándose a las clases menos favorecidas de las sociedades.


Hete aquí los grandes delitos. El delito moral del miedo legalizado convertido en legítimo. Sustentados, camuflados y, lo que es peor, amparados por la legalidad envestida de legitimidad, otorgada y justificada por los poderes públicos subordinados y subyugados a intereses particulares de imposición moral, a saber: los Poderes Legislativo, Ejecutivo y Judicial. La norma es consecuencia del hábito y la moral que, una vez consensuada, debe ser ejecutada ante los preceptos de la justicia.

rpm'13


Galiza-Euskadi, febreiro 2013

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