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Un ramito de violetas

Actualizado: 24 sept 2022


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NOTA DEL AUTOR

Un buen amigo mío, cuando por su Ferrol natal fue en busca de mi primera novela, El Niño De Los Colores, se topó con un coleguilla suyo, librero a la sazón, quién le aseguró que si alguien escribía un libro y le gustaba lo que hacía, le entraría el gusanillo de la escritura y ya nunca más la dejaría: – «– Si ha escrito un libro, repetirá», sentenció.


Cuando Pancho me lo contó en la puesta de largo de mi primer cativo impreso – como me gusta llamarle –, no le hice demasiado caso. En mi fuero interno intentaba engañarme diciéndome que con la publicación de esta primera ya daba por colmada cualquier aspiración literaria de esa magnitud que pudiese desear, y que, si se diese el caso de tener que emprender un nuevo proyecto de análogas características, lo haría pasado cierto tiempo, entendiéndose, como tal, un periodo nunca inferior al año. Apenas un año después me veía presentando mi segunda novela, Juegos, sexo y amor. Evidentemente la sentencia del librero ferrolano se hizo realidad, y por más que intento proponerme tomar un tiempo sabático en esto de la escritura, la verdad es que el gusanillo me invade y más y más ideas, historias, cuentos se originan en mi cabeza, y el deseo de compartirlas.


Mi intención, como fuera la primera vez, era poder dedicarme, antes de enrolarme en un nuevo proyecto, al perfeccionamiento del arte de la escritura. Consciente de mis limitaciones, decidí, con buen criterio, prepararme lo mejor y más posible para mis nuevas aventuras literarias. Obviamente, semejante asunción requiere su tiempo y dedicación, más en mi caso, si cabe. Pues ni por éstas: hoy me veo abocado a mi tercer trabajo novelístico sin más preparación que la de mis inicios. Soy un atrevido, lo sé, pero también me reconozco un adicto.


Un ramito de violetas, ésta, mi tercera novela, va en la línea con mi segunda, Juegos, sexo y amor, aunque, en mi modesta opinión, no posee la misma agresividad sexual, yo diría que se ajusta más a la temática romántica tradicional aunque no esté exenta de pasajes fronterizos entre la delgada línea existente entre el erotismo y la pornografía. El amable lector, juzgará.


Tampoco, como su predecesora, está escrita en primera persona. Entre otras cosas, porque la protagonista de la historia es una mujer, y yo, ingenua y descaradamente, he intentado escribir esta obra desde ese punto de vista. Tal vez porque desde mi escaso conocimiento he podido comprobar que ellas son las que más leen y escriben sobre estos temas. Como en otras muchas cosas, nos vuelven a ganar la partida. Sin ir más lejos, en un principio, la idea era escribir algo mucho más subido de tono, similar a la anterior, pero poniendo como protagonistas a una fémina y la red de redes. Hasta le había puesto título y todo. El proyecto me lo robó, cómo no, una mujer. Una colega escritora que conocí a través de la mencionada red, a la cual le he leído la obra que tenía que haber sido mía. Se adelantó y fue mejor así, ya que de haberlo hecho yo, seguramente lo hubiese estropeado todo. Sólo me queda felicitarla y darle la enhorabuena por su buen hacer, y desearle lo mejor.


Terco, no desistí, y con algunos retoques pude, al fin, embarcarme en lo que a continuación expongo. Como en todas mis obras, no trato aquí de enredarme en tramas y supuestos y un final sorprendente, lo único que pretendo es contar una historia sencilla que encierra cosas sencillas, que son las que, en definitiva, forman la esencia de nuestra existencia. Ya lo he dicho una vez, y lo repetiré las veces que sean necesarias: el amable lector juzgará.


Por último, no quisiera despedirme de ésta «Nota del autor», sin antes repartir los oportunos y más sentidos agradecimientos. El primer lugar, por no romper la norma y porque así se lo merece, a mi esposa, compañera y amiga, Ana: sin su empuje, aguante, compresión y tenacidad, nada de esto sería posible. En segundo, a mis hijos: Ramsés, Bruno y Almudena; especialmente a ésta última que, como siempre, me hará mejorar con sus siempre agudas críticas. En tercer – aunque la clasificación se tenga que hacer por el mero hecho de ordenar lo que voy escribiendo – quiero nombrar a mi hermana Olga, la cual, en anteriores ocasiones, nombré como mi más sincera e incondicional admiradora. Y, cómo no, a su hija, mi sobrina Nerea, de la que estoy convencido un día triunfará en eso de las artes interpretativas. A mi hermano Marcos también le debo un hueco especial, sin su concurso, lo que hasta ahora he plasmado negro sobre blanco tal vez no hubiese podido darse a conocer. Con todo, no quiero excluir a ningún miembro de mi familia, que son, en definitiva, los que nunca fallan.


Para finalizar están los amigos y todos aquellos que, de una forma u otra, siempre están ahí, alentando, apoyando e instándome a seguir en la brecha, al que incluyo, como no podía ser de otra manera, al amable lector.

Gracias.


Fornelos de Montes, outubro 2018.


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