«CARTAS DESDE GALIZA»
- RUBENS PINTOS MARTÍNEZ
- 3 mar
- 3 Min. de lectura

Mi Muy Amada Hija.
Es fácil observar que uno de los más grandes males que nos acecha, es el deseo. El deseo en todas sus vertientes y acepciones. Es el que nos conduce, en no pocas ocasiones, a la ruina moral. Es lo que aseveran, cada cual con sus matices, la mayoría de los grandes del pensamiento. No pretendo – sería una osadía descomunal – rivalizar en sabiduría ni muchos menos pensar como lo hicieron ellos, pero, si me lo permites (y como en los tiempos que corren, toda opinión parece ser respetada y tenida en cuenta), quisiera, o desearía, aportar mi pequeño, o pequeños matices.
El primer de los deseos, y tal vez el más corrosivo si no se canaliza y gestiona de forma adecuada, es nuestro empeño en ser reconocidos. Reconocidos por los demás, se entiende. Queremos que los demás reconozcan nuestra distinción, nuestra singularidad, lo que nos hace diferente al resto. Si lo que pretendemos con ello es mostrar una supuesta superioridad, con la que de algún modo creer poder dominar, sea de la índole que sea, seremos víctimas de nuestro ego y nos equivocaremos. Si, por el contario, solamente hacemos notar nuestra diferencia como seres únicos que somos, mostraremos a los demás nuestro yo más íntimo y, a pesar de que de esto pueda pensarse que nos debilita y nos convierte en vulnerables, soy de la opinión que lo que en verdad nos convierte es en seres más auténticos. Como en tu caso, hija mía: nada hay más auténtico que tú.
El segundo de los deseos que de la misma manera nos arrastra al vacío (y cuanto más de él poseamos, más grande será el vacío), es el deseo de tener, poseer, acaparar cosas. Tangibles e intangibles, materiales e inmateriales, creadas, inventadas y hasta no realizadas, el caso es poseer. El problema que de tanto desear poseer, hará que poseeremos más de lo inútil y menos de lo útil, más de lo que no importa y menos de lo que de verdad importa. Nos detendremos contemplado nuestras efímeras posesiones sin desear nada más que lo próximo a poseer y, cuando lo poseído supere lo deseado, ¿qué nos quedará? Yo, lo único que deseo, y en ello pongo todo mi empeño, es amar. Amar y ser amado, pues el amor tal vez sea el único deseo deseable. Solo deseo amarte y que tú me ames, hija mía.
El matiz que deseo introducir aquí, es el deseo de poder volver a verte, abrazarte, tenerte conmigo, conversar contigo sin que nada medie entre los dos. En estos momentos, en este mismo instante en el que tecleo negro sobre blanco, el mayor de mis deseos es que estuvieras aquí conmigo, leyendo por encima de mi hombre con sonrisa de Monalisa lo que deseo quisiera me entendieras: el profundo amor que te profeso.
Probablemente, pudiéramos platicar y extendernos mucho más sobre el deseo, sus derivados, derivadas y consecuencias. Pero no es ni el lugar ni el momento por más que desee seguir hablando contigo. Así que lo dejaremos para cuando volvamos a vernos, no sin antes formularte un último deseo antes de despedirnos: te deseo el mejor de los aniversarios posibles.
Felicidades, Almudena.
Tu padre que te quiere y no te olvida.
rpm ‘25
Fornelos de Montes, marzo 2025
Comentarios