top of page

«CARTAS DESDE GALIZA»

Actualizado: 22 ago

ree

Mi Muy Querido Hijo.

El otro día, probablemente la semana pasada, me pasé por casa de mi madre, tu abuela; más que por otra cosa que hacerle una visita, ya que siempre se está quejando de lo poco que voy a verla. Hecho del cual discrepo: estimo que son más que suficientes las veces que gozamos de mutua compañía. Sin embargo, mis argumentos, y si me apuras, mis justificaciones, son más bien peregrinos; del tipo tan tópico y recurrente como la falta de tiempo por trabajo u otras circunstancias de índole personal. Si he de ser sincero, ni yo mismo me los creo por más que intento autoconvencerme. La pereza y otras pocas virtuosas y gratificantes filias son las causantes de todo ello, y mi madre tiene toda la razón en quejarse: sus quejas están sobradamente justificadas.

¿Por qué te cuento esto? Pues porque, después de estar con tu abuela, bajé para hablar con mi hermana, tu tía Olga; más concretamente con Carlos, su marido. Era hora en la que los que por estas galaicas tierras suelen almorzar, entre las dos y las tres de lo que nosotros estimamos es el mediodía. Y, casualmente, Olga y Carlos estaban comiendo. Y lo primero que vi al entrar en la cocina, la estampa que me dejó la escena, fue la de «soledad» de la que precisamente se queja tu abuela. Y yo también. Y me explico.

La soledad, como puede ser cualquier otra cosa, es relativa, eso lo sabemos; pero, además, como emoción que es, es un estado de ánimo. No he hablado con tu tía Olga ni con Carlos de lo que aquí te estoy contando. Si mal no recuerdo, hice un breve comentario al respecto en el instante – porque fue eso: un instante – en el que entraba en la mencionada cocina deseándoles un buen provecho, sorprendidos comiendo y en «soledad» (iba a añadir «total», pero tal vez sea exagerado: al fin y al cabo, estaban ellos dos en mutua compañía). Por otro lado, estoy convencido de que la pareja protagonista de esta estampa para nada se sentirá «sola», sino más bien todo lo contrario. Pero a mí, así me lo pareció.

Entonces reflexioné (yo tan poco dado a la reflexión y la que debería practicar con más asiduidad) o, mejor dicho, la estampa me hizo reflexionar. Y en ella mi vi reflejado a mí y a tu madre. Y desde hace algún tiempo más. Desayunando, almorzando, merendando y cenando solos, y no hay nada más triste que comer solo. Sé que tú lo estás entiendo, ¡qué te voy a contar que tú de esto no sepas! Tal vez por ello mamá afirme que Trebón y Rafa son ahora nuestra familia. La añoranza es muy poderosa y cometemos con demasiada frecuencia la frivolidad de menospreciarla e infravalorarla. A su manera – por ser precisamente una emoción y cada cual sentirla a su modo – tus otros abuelos se ven en análoga situación. Pero, como dice mi madre, ellos se tienen el uno al otro. Y la comprendo, ¿sabes? Como yo tengo a tu madre y Olga, a Carlos y viceversa. Pero ya no tengo a ti. Ni a tu hermana, y aunque Bruno esté cerca, hace tiempo que tampoco está… y no proseguiré por esta vía porque me temo asemejarme demasiado a tu abuela en sus quejas… Pero la entiendo, ¿sabes?

No quisiera que tomases esto como una queja (aunque me reconozca como un quejica o, para ser más exacto, un nostálgico con demasiado apego a la añoranza, síntoma sin lugar a dudas que me identifica con la tierra que me vio nacer) y mucho menos como un reproche. Nada más lejos de mi intención. Si yo te añoro y experimento esos vacíos por falta de tu presencia física, que entiendo como soledad en momentos puntales – lo que hago extensible a tu hermano y hermana –, estoy convencido de que los sentimientos, con los matices particulares de cada cual, son recíprocos.

Para el consuelo no queda otra que tirar, nuevamente, de topicazo: es ley de vida. Lo sé, yo que tanto os he animado a ser lo más autónomos posible, a que fuerais egoísta y consecuentes en vuestras propias elecciones vitales, el verdadero modo, entiendo yo (en mi poco entender), de ser libre… pero no puedo olvidar tu última visita y lo mucho que me gustaría tenerte con nosotros en estas fechas tan señaladas y, por qué no decirlo, entrañables en nuestro caso. A ti, a Bruno y a Almudena, y comenzar las Navidades con el pistoletazo de salida de tu cumpleaños… Sí, así era y así lo recuerdo. ¿Te acuerdas?... Estoy seguro de que también a ti, al leer esto, te invadirá la nostalgia y la añoranza: «a nosa enxebre saudade»

Hablando de tu última vista (¿cuánto hacía que no nos veíamos, tres años?), lo que vi me sorprendió positivamente. Si en la anterior te elogié como persona que va madurando, en esta ocasión ni que decir tiene que las impresiones son a más y a mejor. Veo a un hombre que procura ser lo menos posible pensado. Lo que todos perseguimos y muy pocos alcanzan.

Bueno, antes de que vuelva a mis quejas y retorne a mi nostálgico mundo de las añoranzas, me despido no sin antes desearte un feliz trigésimo segundo aniversario. Espero que no te haya precisamente estropeado tu día por lo aquí expuesto. Si este fuera el caso, es fácil: obvia lo escrito y quien lo haya escrito.

Tu padre y tu madre que te quieren y que te echan un montón de menos.

Afectuosamente tuyo,

rpm ‘17

Vilagarcía de Arousa, decembro 2017.


Comentarios


Vuelve pronto
Una vez que se publiquen entradas, las verás aquí.
bottom of page