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«CARTAS DESDE GALIZA»

Actualizado: 22 feb 2023


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Mi Muy Querido Hijo.

Antes de ayer fue tu cumpleaños. Podría alegar que nada te escribí entonces porque nada tenía que decirte. Hay quienes, quizás, esgrimirían tal excusa porque en realidad creen o piensan que, entre dos personas que de sobra se conocen la una a la otra, nada queda por decir pasado un tiempo. Ese no es mi caso, y sé que tampoco es el tuyo. Yo siempre tengo algo que decirte y que deciros, porque creo en la palabra. ¿Por qué entonces no te escribí el día de tu cumpleaños? Si te soy sincero, como siempre procuro serlo contigo, con vosotros, no lo sé. Además, ¿qué importa el motivo? Entre tú y yo sobran las disculpas.


Estos últimos tiempos no han sido los mejores para la familia. De ello también le hablaba a tú hermano en mi última «CARTAS DESDE GALIZA» dirigida a uno de vosotros. Para nada soy en experto en el tema - ¿y quién lo es? – pero creo ser consciente de lo que me rodea, de lo que sucede a mi alrededor. Tú también lo eres, pero lo serás todavía más a medida que vayas transitando por lo que, los Tribunales del Miedo, como les llamo yo, denominan valle de lágrimas. Espero y deseo que así sea, pero hijo, hazlo sin miedo. Afronta lo mucho que te queda con dignidad, aprendiendo a vivir para saber morir.


Te voy a contar una anécdota que creo nunca te he contado, ni a ti ni a tus hermanos, lo que confirma lo expuesto al inicio de ésta. Siendo niño, tal vez con doce años, en uno de esos momentos en que nuestra naturaleza impone sus necesidades fisiológicas, sentado en la taza del wáter y ejerciendo la fuerza necesaria para evacuar de vientre, mi vi sorprendido por el gato de casa de cuyo nombre no puedo acordarme. Lo que sí recuerdo es que era negro. Para los cenizos, todo un presagio de mal augurio. Me asusté, claro, pero eso no fue lo que más me sorprendió. Lo que de verdad me sobresaltó fueron mis pensamientos. O mejor dicho, mi pensamiento. Y más que el pensamiento, la idea, la idea de la muerte. Por primera vez, en mi corta existencia, tomé plena conciencia de mi finitud.


Tú dirás que todos somos finitos y que todos los sabemos. Y es cierto. Pero a lo que yo me refiero, es a ser plenamente consciente de ello, como cuando nos proponemos ser conscientes de todo cuando hacemos aún con las mayores nimiedades de cada día, de aquello que surge inconscientemente, de los actos que llamamos involuntarios o reflejos, como por ejemplo el respirar: todos sabemos que lo hacemos, pero en contadas ocasiones somos conscientes de ello. Y cuando digo conscientes, digo plenamente conscientes. Es un ejercicio, éste, muy útil. Muy útil y saludable.


Desde el lejano pero tan próximo susto con el gato, nunca he dejado de tener presente a la muerte, como si ella viviese conmigo. En realidad, vive con todos nosotros. Suena a morboso, pero no lo es, y no te asustes como yo con el gato, pues es la mejor forma de aceptarla. Soy de los que pienso que la mejor manera de dejar de temer – o de atenuar el miedo – lo que no entendemos, es aceptándolo como parte de nuestra vida y de lo que somos.


Te preguntarás por qué te cuento todo esto por el día de tu cumpleaños, aunque hoy no lo sea. Puede que aquí encuentres la razón por la que no lo hice en su día. El motivo es por lo que ya te comenté sobre los últimos acontecimientos acaecidos en la familia y, tal como me sucedió de niño en un retrete, quiero ser plenamente consciente de ello. Ser consciente que tú – vosotros –, al cumplir años, me haces mayor, pues ahora, al irse mis mayores, yo ya soy el mayor. Me toca a mí ejercer de tal.


Como siempre digo en estas «CARTAS» sin sentido, a modo de despedida, no me hagas demasiado caso y que, lo único que pretendo, es felicitarte por tu aniversario. Tú sigue ejerciendo de lo que eres, que yo lo haré de mayor.


¡Felicidades, Bruno!


Afectuosamente, tu padre que te quiere.


rpm ‘23


Fornelos de Montes, xaneiro 2023.


P. D.: Mamá me indica que nunca olvides de ser plenamente consciente de lo mucho que te quiere, además de sumarse a las felicitaciones.


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