«CARTAS DESDE GALIZA»
- RUBENS PINTOS MARTÍNEZ
- 23 ene 2023
- 3 Min. de lectura
Actualizado: 22 feb 2023

Hipólito.
Si de por sí ya me resulta difícil escribir algo a alguien, más me resulta hacerlo contigo, pues temo no estar a la altura. Por dos razones: la primera por lo que representas para mí como persona en cuanto a jerarquía social y, la segunda, por lo que representas para mí como persona sin más. La primera es obvia, has sido mi padre político; la segunda: siempre me has tratado como a un hijo. Pero hay una tercera, que es, para mí, sino la más importante, sí la más interesante, la más significativa: lo mucho que he aprendido de ti; entre otras cosas, la curiosidad por el saber, el conocimiento. Lo primero, lo mantengo, lo segundo, está lejos todavía de alcanzarse. Siempre he procurado rodearme de gente de la que sacar provecho por su sapiencia, y tú has sido de los más sabios que he conocido.
Tu imagen enjuta, adusta y seria, de barba cana y ojos soñadores pero despiertos, siempre me remitió a la figura del ficticio hidalgo caballero andante D. Quijote o al no menos errante y real compositor-poeta George Moustaki. Figuras, ambas, que admiro, tanto como te admiro a ti. Y no una admiración cualquier, sino aquella que surge de lo vivido, de lo experimentado, de lo aprendido, la que surge de la convivencia. Con pocos he aprendido tanto como contigo.
Nunca llegué a entender del todo cómo la gente más allegada a ti no se haya aprovechado más de tu inmensa sabiduría. Lo he comentado en más de una ocasión con algunos de esos más allegados - sobre todo con la que hace posible nuestro parentesco político - , advirtiéndoles de la oportunidad que se les presentaba y de la ocasión que se perdían. Algo te han escuchado, algunos más que otros, pero ninguno lo suficiente, incluido yo. Echo de menos aquellas tardes de charla, de disertaciones al calor de los libros y tu ilimitado conocimiento. No importaba el tema sobre lo que versaran, tú siempre encontrabas una respuesta a las preguntas que planteaban, una explicación, un matiz, un saber. Y yo te escuchaba embelesado. Me parecía increíble. Me lo sigue pareciendo. Traté de imitarte sin conseguirlo a sabiendas que toda imitación no es más que una vulgar copia, y nunca una copia será un original por más que se lo proponga.
Y pasó el tiempo, y sin saber cómo fuimos abandonando nuestras charlas… solo me quedó el consuelo de algún que otro momento en el que, puntualmente, acudías a mí para salvarme de mi ignorancia, matizando y corrigiendo lo que yo daba por sentado. Recuerdo especialmente uno de esos momentos, una tarde de primavera de cuya fecha no logro acordarme de hace ya unos cuantos años, estoy seguro, en la que te me apareciste y me preguntaste qué estaba leyendo. Nada te contesté, simplemente me limité a mostrarte el título del libro: Ética nicomáquea, de Aristóteles. Toda una osadía por mi parte. Creo que tú percibiste mi desconcierto ante lo que pretendía leer sin entender, y trataste de aclarármelo. Iniciativa que desembocó en una amena charla, como una de aquellas que yo tanto añoro. De la ética a la moral y de esta a la teología, al infinito y el más allá. Entonces, maravillado, pude escuchar de tu boca la versión más hermosa que jamás he leído ni oído sobre Dios y la eternidad. No expondré aquí dicha versión, pues no es ni el momento ni el lugar. De hacerlo, correrían los Tribunales del Miedo serio riesgo de que todo su tinglado se les fuera al carajo. Te diré que a un agnóstico, descreído y escéptico como yo, casi lo convences.
Por vez primera te tuteo, me niego a seguir usando los convencionalismos establecidos contigo. No quiero una separación disfrazada de respeto, pues el mío te lo has ganado con creces hace tiempo y no por ser lo que fuiste – sigues y seguirás siendo – con respecto a mí, sino por cómo eres para mí, lo que en sí eres.
Todo esto, ahora ya nada importa, ¿verdad? Ahora ya te has ganado un lugar en la eternidad, y espero y deseo que la disfrutes en compañía del dios que fuere y de tu amada en el paraíso que tú tan bellamente me describiste una tarde de primavera de cuya fecha no logro acordarme de hace ya unos cuantos años.
Es difícil despedirse, más cuando sabemos que lo hacemos para siempre, pero me consuelo pensando que eso es lo que en verdad nos envidian los dioses, incluido el tuyo.
Afectuosamente, tu yerno.
rpm ‘23
Fornelos de Montes, xaneiro 2023.
Comentarios