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«CARTAS DESDE GALIZA»

Actualizado: 21 feb 2023





Mi Muy Querida Hija.

Toda vez que nos referimos a un hijo o una hija, siempre hacemos mención de lo que un padre o una madre han hecho y de lo que están dispuestos a hacer por ellos. Yo, si me lo permites, quisiera abordarlo desde el otro punto de vista: lo que los hijos hacen o han hecho por sus padres. En lo que a mí consta, te aseguro que, por ejemplo, lo que tú has hecho por mí hace treinta y cuatro años es... no sé cómo describirlo... increíble... Y solo por hablar de tu caso, porque toca. Cualquiera de vosotros tres produjo una profunda metamorfosis en mí. Cada uno a su manera. De no ser así, estoy convencido, dejaría de ser padre. Mejor dicho, no sabría sentir lo que es ser padre. Me lo habría perdido, y por nada hubiese querido perderme semejante experiencia.


Ser padre es una sensación única e inigualable, y si, además, tienes la fortuna de serlo de tres criaturas maravillosas, es indescriptible. Como te toca a ti, no me extenderé contándote lo que sentí cuando nacieron tus hermanos. Aunque hay quien afirma que el sentimiento es igual para todos y en todos los casos. En lo que a mí respecta, debo confesar que hubo diferencias, por ser, cada uno a su manera, sencillamente únicos. Es como decir que amas a todos por igual. No puedes. Amas al individuo, amas a la individualidad que significa. Y no por ello la amas más o menos. Al amor no se le mide en medidas de cantidad; no hay forma de medirlo. Ninguno de vosotros tres puede decir que yo amo más a uno que a otro. Como mucho, sentirá que es amado de forma diferente. Del mismo modo que intenté educaros de distintos modos acorde a los que yo entendí erais como individuo, así os he amado. Hay tantas formas de amar como personas, como seres, incluso como cosas y situaciones; y por mucho que te empeñes nunca sabrás a quién o a qué has amado más. Hay tantas formas de amar como de educar. Y ninguna de ellas es más o mejor que la otra. Intentar igualarlo todo es coartar la individualidad, por lo tanto, restringir nuestras decisiones, que es lo mismo que recortar nuestra libertad.


Pero hoy te toca a ti. Cuando tú naciste fue, como ya te he comentado, increíble. Tal vez la única sensación que pueda equipararse en cualquiera de vuestros distintos casos. Tu bien conoces y, si no, te lo confirmo ahora, de las ganas que tenía de tener una hija. Después de dos varones... Fueron tantas las ganas que, al parecer, todo aquel que nos conoce no puede más que reconocer nuestro parentesco. Tu parecido a mi me llena de orgullo, aunque yo soy de la opinión que tú mejoras el original. De no ser así, hubiese fracasado. Mi educación machista, y por lo tanto mi machismo, me llenó de orgullo patriarcal, de proteccionismo, de por fin ya tenía «mi niña» a la que proteger. Y lo prometí: protegerte para siempre. No sé si lo he logrado. Quiero pensar que sí, aunque, si te digo a verdad, contigo jamás llegué a ejercer de protector, pues siempre he confiado en ti por otorgarme tú esa confianza. ¿Pero sabes una cosa?, verte nacer fue increíble, pero verte crecer y convertirte en la mujer que ahora eres, es... indescriptible,... creo que esa palabra, también, ya la he utilizado. Ya ves que mi vocabulario es poco extenso para estos menesteres, pero no encuentro las palabras para expresarlo mejor. Siempre me pasa lo mismo con vosotros...


Sé que lo escuché o leí en alguna parte: «No me preocupa tanto dejar el mundo que dejamos a nuestros hijos, lo que me preocupa son los hijos que dejamos a este mundo». Yo espero que de los buenos. No lo mejores, pues los mejores se lo dejo a quien se lo crea. Yo lo que intento es hacer lo mejor para dejaros lo mejor. Nunca pretendí daros lo mejor, sino hacer lo mejor para sacaros lo mejor. Suena a pretencioso, lo sé, pero quiero pensar que, de algún modo, aunque no del todo, lo logré. Esa, al menos, ha sido mi pretensión. Para remate, te diré que mi vanidad también aflora al tratarse de vosotros, y especialmente contigo por ser según comentan la que más se me parece, por lo que no me iré preocupado por lo hijos que dejo a este mundo.


Bueno, hija, me repetiré como en otras ocasiones recomendándote que me no hagas demasiado caso, pues lo aquí expuesto no son más que desvaríos pseudo-filosóficos de alguien que pretende saber de todo sin entender de nada. Quién sabe, pueda que me esté haciendo mayor.


Felicidades, Almudena.


Tu padre que te quiere.


rpm ‘22


Fornelos de Montes, marzo 2022.


P.D.: Por encima del hombro y susurrándomelo al oído, mamá te envía un beso enorme y un fuerte abrazo... «¡Felicidades, Almudena!», dice que te grite para que la oigas bien.

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