«CARTAS DESDE GALIZA»
- RUBENS PINTOS MARTÍNEZ
- 2 feb 2022
- 3 Min. de lectura
Actualizado: 21 feb 2023

Mi Muy Querido Hijo
Bien conoces, en esta ocasión, los motivos de mi tardanza. Las circunstancias, por más que nos empeñemos en que así no sea, son las que mandan. A veces son soportables, incluso deseables, pero en el mayor de los casos vienen a entrometerse en nuestras apacibles (o de ese modo nos las imaginamos) y casi siempre – salvo excepciones, ratificadoras ellas de la regla – anodinas existencias, desplazándonos de nuestras zonas de confort, provocando una pérdida de control mayoritariamente ficticia. En lo que a nosotros nos concierne, son del todo indeseables, pero inevitables: de todos es sabido que el paso del tiempo siempre pasa factura.
Lo que no logro entender es por qué no nos hacemos a la idea y no nos preparamos para ello con todo lo que supuestamente controlamos. El miedo puede ser la causa. Y yo me pregunto, ¿miedo a qué? Bueno, el miedo es irracional: siempre tememos a lo desconocido, a lo que pueda venir, pasar. Un devenir que por supuesto desconocemos, algo que pasará y no sabemos cómo, dónde ni cuándo. ¡Es incongruente, ridículo, estúpido! ¿Cómo puede temerse a algo del que nada sabemos, del que nada conocemos, del que nada hemos experimentado? o, lo que es peor todavía: temer lo inevitable. ¿No es acaso mejor vivir en base a lo conocido y de ello sacar conclusiones para lo que pueda ocurrir? Estar preparados, anticiparnos si es necesario. Saber que, ser plenamente conscientes de que por más que hagamos nada hay qué hacer. Yo creo que sí, hijo. Y, sin embargo, a lo mucho que acudimos es a la improvisación y al miedo, lo que genera todavía más confusión. Una confusión que nos infunde pavor a lo que aún está por venir, por suceder, sin tener ni idea le lo que vendrá. Si jugamos a los adivinos, lo más probable es que fracasemos. Soy de los que piensa que lo más que podemos hacer es predecir no en base a lo que creemos, sino a lo que sabemos y conocemos.
Bien decía mi padre aquello de, «O malo e facerse vello!». Yo no sé si es malo hacerse viejo, pero lo que es evidente es que nadie escapa a ese hecho. Y contra los hechos nada puede hacerse. Simplemente, e insisto, lo más que podemos hacer es prepararnos lo mejor posible para ello. Ya lo decía el sabio: «No trates de ser el mejor, trata de ser lo mejor».
Tú mismo te haces viejo. No sé si viejo es la palabra más adecuada, ahora que tanto se lleva todos estos tipos de lenguajes inclusivos, positivos, negativos, etc., pero lo obvio es que cumples un año más; jamás cumplimos uno menos. ¡Y nos felicitamos por ello! ¿No te parece una incongruencia más que se suma a las decenas y miles de incoherencias que ya de por sí heredamos y otras tantas adquirimos? Hay quien responderá que nos felicitamos por cumplir un año más. Y eso es bueno. Entonces, ¿por qué temer cumplir, temer la vejez?, ¿temer la muerte?, pues el cumplimiento de los años nos llevará inexorablemente a ella.
Pero bueno, ¡qué estoy haciendo? Te escribo para felicitarte por tu aniversario y yo aquí dándote el coñazo con mis elucubraciones existencialistas. Ya sabrás perdonarme, pues tú bien me conoces, como empezaba esta misiva, y sabes que probablemente mi ánimo esté afectado por los momentos – puntuales, espero y deseo – que está atravesando parte de nuestra familia. Nada que no tenga que ver con lo aquí expuesto. Pero te escribo por tu cumpleaños, y debería hablarte de cosas mucho más positivas y más alegres. Como, por ejemplo, la alegría que me da verte cumplir años siendo quien tú eres: me colma de felicidad. Y espero que cumplas muchos más y, a pesar de la frase hecha, que los cumplas sin miedo: yo no te he criado para que vivas con miedo. Disfruta del momento, aprende de lo vivido y prepárate para el futuro, es lo mejor que puedo desearte.
¡Felicidades, Bruno!
Tu padre que te quiere.
rpm’ 22
Vilagarcía de Arousa, xaneiro 2022.
P.D.: Mamá se suma a las felicitaciones.
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