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«CARTAS DESDE GALIZA»

Actualizado: 17 abr

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¡Va por ti, hermana!

Mi Muy Querida Hermana.

¿Sabes?, ayer me pasé por el tanatorio. Sabes bien por qué y por quién. Al entrar, fui objeto de varios abrazos y felicitaciones por parte de los más allegados a nuestro amado primo; abrazos y felicitaciones que otorga la espontaneidad de la emoción. Habían leído la «CARTA DESDE GALIZA» que había dedicado al que malogradamente estábamos despidiendo. Me comentaron que se la leyeron en voz alta ante todos los presentes. Al parecer, la incontinencia emocional fue la nota predominante. Fue para mí, como puedes imaginarte, un honor, pero lo que de verdad me hubiera gustado es que Él la hubiese oído, y más si hubiese sido leída por mí, pero sobre todo haberla Él mismo leído. Eso fue lo que le desee a través de la mampara fúnebre. Tuve la sensación de que, una vez más – y van ya demasiadas –, volví a llegar tarde.


Estoy enormemente agradecido, como le comentaba hace pocos días por su cumpleaños a Carlos, por la gente que llena mi vida. Lo mejor de ello no es ya solamente amar, sino sentirte tan amado. La gratitud, al menos en mi caso, no es un sentimiento baladí, ni algo que quiera poner en valor desde el punto de vista del protocolo de la buena educación, algo con que cumplir expediente. No, es una sentimiento profundo y sincero, el mismo que a ti te profeso. Te aseguro que esa sensación es equiparable a la que antes hice mención, a la de sentirse amado. Puede que se me malinterprete, como le pasó a uno de mis lectores quien, cuando leyó «El Niño De Los Colores» le sorprendió que en la «Nota de autor» del libro, yo me excediera en dar las gracias, que era como si quisiera «excusarme», «pedir perdón» por escribir. Me acabó diciendo que nada tenía que agradecer, que yo tan solo había escrito algo y que, quien quisiera leerme, que me leyera. No sé, pero yo sigo estando agradecido por todo aquel o aquella que me lee. No puedo evitarlo, ni tampoco quiero. Que ayer, por ejemplo, sirviera lo escrito por mí para poner de manifiesto lo que siento y que ese sentimiento fuera compartido, no pudo, entre otras emociones, más que provocar en mi persona una, repito, sensación de enorme gratitud, de paz interior. Tal vez mis pecados me persigan con más insistencia de la deseable.


Lo mismo me sucede contigo. Bastaría con decirte: ¡gracias por formar parte de mi vida!, pero sería una frase demasiado breve y convencional para resumir la verdadera gratitud que te profeso. La gratitud, hermana mía, es como casi todo en esta vida – como el respeto, por poner un ejemplo –: la gratitud se gana. Y tú te la has ganado con creces. Y no me vengas con que lo que has hecho para ganártela ha sido porque así has querido. Es cierto, no abrigo ninguna duda al respecto, pero no menos cierto, además de lo correcto, es reconocerte lo hecho, y eso solo se te puede reconocer dándote las gracias; y no esas que se dan por un favor indeterminado e insignificante que tantas veces reproducimos a lo largo de un día cualquiera, sino las que de verdad son dignas de ser tenidas en cuenta. Además, como sé que eres inteligente, sabes tan bien como yo que dar las gracias es, obviamente, un signo de buena educación, pero sobre todo es un rasgo de buena cultura: una persona educada, que sabe cuándo y cómo dar las gracias, es una persona culta, una persona que camina hacia la virtud.


Sé que tu modestia – un rasgo más emparentado con la inteligencia – insistirá en que lo que has hecho y haces para con los demás es fruto de la volición, que nada ni nadie te obliga a ello. No te lo discutiré, sin embargo, precisamente por ello, creo que las gracias son más merecidas si cabe. No es aquí, ni el momento ni el lugar de hacer acopio de tus bondades (entre otras cosas por ser una lista muy larga), pero para ilustrar, si me lo permites – y porque pueda que mi torpeza en el campo de las letras me impida expresarme con más claridad –, te pondré como ejemplo lo que en estos últimos tiempos, y debido a la situación extraordinaria en la que estamos inmersos, viene produciéndose desde los balcones: aplausos de gratitud para quienes nunca pidieron tal honor. Por más que queramos justificar su dedicación y entrega (abnegación, diría yo) mediante la obligación derivada de su trabajo, a nadie – o al menos al bien nacido – se le escapa que merecen todo nuestro agradecimiento. Estoy convencido en que estarás de acuerdo conmigo.


Así que, una vez más, ¡gracias por formar parte de mi vida! Será muy difícil, por no decir imposible, devolverte «tanto favor». Sirvan estas pocas líneas y mis felicitaciones por tu «nosécuántoaniversario» como agradecimiento.


Tu hermano que te quiere.


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Fornelos de Montes 2020

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