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«CARTAS DESDE GALIZA»

Actualizado: hace 6 días




Mi Muy Querido Hijo.

Este mes, es decir, diciembre, es sin duda el mes en el que más festivos disfrutamos. Entre otras cosas, por una cuestión puramente aritmética, ya que se trata de uno de los meses con más festivos marcados en el calendario. Empezando por el día 6, ese en el que los españoles conmemoramos nuestros valores y modelo de convivencia que, por lo que una supuesta mayoría cree y en su día refrendó como constitución, viene a coincidir como el mismo día que, también para mí, siendo un niño, significaba el arranque de las fiestas de diciembre, es decir, las fiestas navideñas. Unas fiestas que, también al parecer, por una mayoría de gentes – entre las que yo me incluyo – son calificadas de entrañables. Por entonces, y si nada ha cambiado sustancialmente, en la tierra que me vio crecer, la Lorena francesa, el 6 de diciembre, también marcaba el arranque de las Navidades. Era, y supongo que seguirá siendo, el día de San Nicolás, del Santa Klaus en otras latitudes, es decir, de Papa Noël. El que venía a visitarme a mí y a todos los niños de mi mundo conocido. Le entregábamos nuestras cartas y le formulábamos nuestros deseos para que la madrugada del 24 al 25 todos se nos fuera cumplido, todo se nos fuera otorgado, porque así nos lo merecíamos. Si para ello era necesario pasar frío con nieve hasta las rodillas y tuvieras que dejarte arrastrar de la mano de tu padre o de tu hermano mayor para poder ver el desfile que se organizaba en honor a tu santo más amado, el sacrificio bien merecía la pena. Aquí, en Galicia, este día 6, como en el resto del estado, los desfiles y las solemnidades tienen un propósito bien distinto. Se me ocurre, si me lo permites, encuadrar lo expuesto hasta ahora en la categoría de las tradiciones.

Las tradiciones, como es obvio, no tienen por qué ceñirse solamente al ámbito de un pueblo o, si lo prefieres, al de las multitudes. Pueden ser perfectamente unipersonales y, cómo no, familiares. Modestas o grandilocuentes, no pasan de ser, para quien o quienes las instituyen y pasan a celebrar, más que tradiciones, costumbres. Sin embargo, poseen a mí entender más virtudes que defectos que las que sus detractores – que también los hay – intentan hacernos creer. Si son algo, como lo son las festividades navideñas que, no nos equivoquemos, vienen a ser unas tradiciones más, son entrañables; es decir, son producto de las entrañas, son viscerales, las que directamente nos tocan la fibra sensible. De ahí, se me ocurre, aunque no me hagas demasiado caso, su polaridad: o las amas con toda tu alma, o las odias con todo tu corazón. Yo pertenezco al primero de los dos grupos.

Y como tal, ejerzo algunas de ellas. Y si quieres hasta podría decir que me he tomado la libertad de crear algunas de ellas. Mucho más modestas que las descritas, claro está, pero igual de significativas. En mi caso podrían definirse como hábitos adquiridos, como lo es lo que en estos momentos estoy haciendo y que, como ya he comentado en otras ocasiones, no es otra cosa que la costumbre de escribir, a quien para mí tiene una significancia especial, algo en un día que espero sea también especial para el receptor de lo escrito. Es mi manera de acordarme de él, de hacerle saber que me acuerdo de él o ella, que todavía lo tengo, la tengo presente. Sé que en esta práctica me dejo a alguno o alguna por el camino, pero es lo que tiene la tradición, no siempre colman las aspiraciones de todo el mundo. Y si nos centramos y concretamos en estas insignificantes, particulares y peculiares – como las que puedan ser de cualquiera de nosotros – costumbres en el mes referido, hay una que, por razones obvias, inicia las demás. Y no porque yo me la haya inventado, siquiera elegido, porque en nada en ese sentido he participado, salvo en el hecho de que sea tu padre. Es, como bien has adivinado, el día de tu cumpleaños, y que no deja de ser, en resumidas cuentas, nuestra primera y, si me apuras, más íntima tradición. Con ese día, las fiestas navideñas, cada año, quedan inauguradas en nuestro hogar.

Los detractores a estas tradiciones, y más concretamente a las navideñas, alegan, entre otras cosas, pero como ha quedado demostrado también desde las entrañas – lo que le resta peso argumentativo a la misma alegación –, que no son partidarios de estos festejos por rememorarles hechos tristes o, cuando menos, desagradables, ocurridos normalmente por estas fechas. Pues bien, aunque no lo parezca, ellos también se aferran a la tradición. Con el paso del tiempo es inevitable que eso suceda: siempre habrá quien no asista a la celebración por el motivo que sea, pero que siempre comparte la ausencia. A nosotros, por ejemplo, ya, en un par de ocasiones, se nos viene ausentando el que más tuvo que ver en el mantenimiento de nuestra más sagrada costumbre, que no es otra que la unidad familiar. Lo echamos, todos, de menos.

Para mí, en concreto, desde hace ya algún tiempo, más del que yo hubiera deseado, vengo celebrando estos últimos diciembres sin parte de los míos. Me alejé demasiado de vosotros y ahora estoy pagando las consecuencias, yo que tanto os insistí en vuestra libertad, como lo fue en tu caso. Por ello, cuando antes de ayer me anunciabas que por fin volvías a casa por Navidad después de tantos años de exilio tradicional, no pudimos, tu madre y yo, más que emocionarnos: un nudo recorrió nuestras gargantas y apretaron obsesivamente nuestras glándulas lagrimales. Ni con todo ese vacío que a veces siento, renuncio a mis, si quieres, insignificantes tradiciones, pero que tienen la virtud de llenarme el espíritu de ilusión y esperanza. Alguna vez, esta se sacia y aquella se cumple.

¿Sabes?, hoy también, como suele ser habitual, he montado el árbol de Navidad… y me he acordado de ti… por eso, y porque es tu aniversario. Es hermoso que alguien se acuerde de ti, aunque sea por tradición

¡Feliz cumpleaños, hijo mío!

Tu padre y tu madre, que te quieren y no te olvidan.

rpm’ 18

Fornelos de Montes, decembro 2018

P. D.: No vemos llegado el momento de tu llegada a casa por Navidad.

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