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«CARTAS DESDE GALIZA»

Actualizado: 6 sept

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Mi Muy Señora Mía.

Apenas un soplo, un mero suspiro, separan estas pocas líneas del día en que contraje matrimonio con Usted; apenas unos grisáceos formularios en papel «A4» tipo formato contrato. Unos papeles que, como mis cabellos, también son víctimas del inexorable paso del tiempo: de más a menos blanco y a la inversa, respectivamente. Un soplo, un mero suspiro que dura ya treinta y tres años. Sin tiempo a nada, cuánto ha ocurrido, ¿verdad Mi Señora?

Y, sin embargo, repetiría todo el proceso sin dudarlo un instante. Sé que suena a frase hecha, pero si el amable lector tiene a bien ilustrarme con otra más ingeniosa, pero que encierre el mismo significado, seré todo oídos y/u ojos, y dedos prontos a teclear. Bien es cierto que hay unas cuantas cosas que son susceptibles de mejoría en el devenir de nuestra vida en común, pero, dígame, ¿acaso no está sujeta cualquier otra cosa, sea cual sea, a esa misma mejoría? Todo es perfectible. Conozco su respuesta, entre otras cosas, porque coincide plenamente con la mía. Además, no se puede estar viviendo permanentemente en el si. En el condicional, me refiero. Nada va a cambiar por más que queramos volver al pasado. Lo hecho con Usted, Mi Señora, hecho está; ¡y no me arrepiento! ¿Cómo voy a estarlo? Me siento un afortunado además de un privilegiado. Tengo la fortuna de haberte conocido y casarme contigo, y el privilegio de compartir mi vida con Usted desde entonces. ¡Qué más se puede pedir?

Los años, inevitablemente, pasan factura, mellan y dejan huella. Y en tampoco tiempo, ¿verdad? Pero yo creo, sinceramente, que solo en apariencia. Solamente en lo que nos envuelve. Ahí en donde los cambios más se agudizan por convencionalismos artificialmente inventados por nosotros. La arruga deja de ser bella y los años, más que los kilos – que también y por idénticos motivos –, son un lastre. Las canas ya no platean, sino que envejecen camufladas entre tintes prefabricados. Y luego nos atrevemos a hablar de belleza interior, porque lo que es hablar de la belleza en sí nos viene demasiado grande. A mí también, así, si me lo permite, Mi Señora, probaré – porque a más no alcanzo – discurrir sobre la primera parte de la oración justamente anterior a esta.

Es evidente que hemos cambiado; que todos cambiamos, pero yo probaré ceñirme al cambio interior como lo hicieron los grandes de la filosofía – y disculpe mi atrevimiento, pedantería y falta de humildad, Mi Señora, y de paso mi ñoñería –, a lo que nos sucede por dentro, a lo que nos pasa por el alma. Así, pues, me quedo con su nueva persona, más justa, más templada, más fuerte, más prudente, en definitiva, más sabia. Una nueva persona que moldea una nueva forma que, a pesar de verse expuesta a las distorsiones propias de la realidad social imperante, no deja de ser nada más que una nueva forma diferente a la anterior (en eso consisten básicamente los cambios), pero en ningún caso mejor o peor, sino, en esencia, la misma. Pero puestos a elegir, con qué se queda, ¿con la justicia, la templanza, la fortaleza y la prudencia que le otorga más seguridad y sapiencia a una existencia dichosa y virtuosa y estable, o más bien con una forma supuestamente bella, cambiante e inestable? La respuesta es suya.

Yo la miro, Mi Señora, y más que nunca la amo y la admiro. Nunca un dicho se ha hecho tan real: hoy más que ayer y menos que mañana. Contabilícelo, si lo desea, y haga la suma en amor de treinta y tres años juntos. Lo misma fórmula cabría aplicársela al respeto. O a la admiración. Hoy más que nunca la miro y sé apreciar su persona en toda su extensión. Más que nunca reconozco su valor, lo que supone y significa para mí. La miro sin añoranzas del pasado, sin condicionantes absurdos, sin pesares ni penares; y lo que veo me gusta, me satisface, me llena. Más que nunca sé quién eres, y ya que empecé por hablar del matrimonio, corríjame si me equivoco, esto es en lo que de verdad consiste: en conocerse mutuamente. Solo así llegamos a conocernos un poquito a nosotros mismos, por aquello que nos hace ver quién permanece a nuestro lado.

Una vez más, y van ya demasiadas, me pierdo en mis elucubraciones «pseudo-filosóficas», cuando seguramente hubiese sido más sencillo recordarle con dulces palabras de amor nuestro aniversario, porque, en definitiva, es lo que desde el principio me motivó para dedicarle estas pocas palabras: ¡felicidades amor mío!

Afectuosamente Suyo/Tuyo,

rpm' 18

Fornelos de Montes, agosto 2018.

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