«CARTAS DESDE GALIZA»
- RUBENS PINTOS MARTÍNEZ
- 20 may 2018
- 4 Min. de lectura
Actualizado: 6 sept

Mi Muy Querida Hermana.
Imagina un haz de luz, como una farola que alumbra la calle. Debe hallarse, en su centro, el inicio de toda su iluminación, es decir, esa primera chispa luminosa incandescente de la cual parte toda la luz que proyecta, esa primigenia partícula sin la cual luz alguna existiría. Y debe, como no podría ser de otra manera, ser el fotón con más luz – el más luminoso – de todos cuantos devienen a partir del mismo. Sería, entonces, el más perfecto de los miles de millones de cuantos el haz de la farola contiene y proyecta. Y que, al partir del mismo, si no me equivoco, los demás fotones irán rodeando esa partícula pura e inicial, pero, claro está, sin poder ocupar el centro absoluto, sino bordeando y alejándose paulatina y sucesivamente del mismo. Cuanto más cercano a él, mayor luz proyectarán, y cuanto más alejados, menos, y así hasta desaparecer; es decir, de la perfección lumínica inicial a cada vez más imperfección, hasta que esta vaya diluyéndose hasta desaparecer para acabar perdiéndose en la oscuridad.
Disculpa que haya comenzado la presente con esta pobre e insignificante – por ridícula – propuesta filosófica, pero de alguna manera tenía que empezar y no se me ocurrió otra cosa que hacerlo de este modo. El motivo es que al plantarme ante la pantalla en blanco, sin tener nada claro que contarte, de pronto, y no preguntes por qué, me acordé de lo que hace prácticamente un mes le escribía a nuestro – «O Meirande» – hermano mayor. Le hablé de los parecidos que él y yo, supuestamente, tenemos con Papá. Comencé, por ejemplo, por lo orgulloso que me sentía toda vez que tú me hacías notar ese parecido (aprovecho la ocasión para agradecértelo de todo corazón) en esa manera de gesticular que tanto te hace recodar a nuestro padre; o de como nuestras sobrinas discrepaban al respecto adjudicándole tal semejanza a su padre, nuestro hermano. En fin, como tú bien entenderás, es del todo absurdo entrar en debates de tal índole. Pero sí, si me lo permites, quisiera recuperar lo que en esencia quería expresar con lo dejado escrito en mi última «CARTAS DESDE GALIZA» y, por ello, el motivo de mi introducción.
No pretendo, claro está, siquiera intentaría, dar ninguna clase de filosofía. Pero puestos a filosofar, dejemos volar nuestra imaginación, tal como te propongo al comienzo de esta, y hagamos la siguiente analogía. Imaginemos, pues, que Papá sea esa primera partícula de luz, ese fotón originario y que de él devengamos nosotros y demás descendientes. Si nos atenemos a lo expuesto, diremos que cualquiera de nosotros tres ya no puede ser esa luz central primera y perfecta, sino una «degeneración» o «degradación» – disculpa, pero no se me ocurren otras palabras – de esa de la que devenimos. Pues bien, la comparación, ese devenir, mejor dicho, solamente ha sido cotejada en el caso de tus dos hermanos. ¿Y qué pasa contigo? ¿Es que acaso tú no formas parte de ese primogénito fotón? ¡Pues, claro que sí! O, eso al menos, es lo que debería ser. Sin embargo, yo observo, y te propongo, otra consideración.
Sigamos con ese ejercicio imaginativo propuesto, e imaginémonos que somos dos pensadores clásicos desentrañando los vericuetos de los parecidos o semejanzas por descendencia. Yo, por mi parte, estoy de acuerdo con esta primera teoría, si es que como tal pueda considerarse, y de la cual muy resumidamente te he hecho partícipe. Pero quiero ir más lejos y de, alguna manera, fusionarla con lo que a nuestro hermano mayor le decía el pasado día 18 de abril. No voy a repetir lo dicho entonces, pero sí rescatar lo que para esta ocasión pueda encajar con lo que ahora te estoy exponiendo. Podemos, y así lo estamos haciendo, aceptar que las semejanzas con lo primero y primigenio se hacen a modo de como aquí te he descrito, pero también de otras muchas maneras. Por ejemplo, simple y llanamente, de forma científica, recurriendo, que sería lo que en verdad toca, a la genética. Pero yo quiero seguir filosofando contigo, imaginando contigo…
Puede que Marcos y yo hayamos heredado ese parecido físico – y hasta de carácter – de Papá, pero no dejamos de ser una copia – al menos en mi caso – y una copia nunca podrá llegar a ser un original. Tal vez Marcos, sin ser el primer fotón, esté lo suficientemente cerca como para no «degenerarse» o «degradarse» en demasía y ser lo más próximo y lo más parecido a la primera e inicial partícula de luz. Pero las comparaciones también pueden darse por imitación y, tal vez yo, no sea más que esto. Puede que no pase de ser más que otra farola, otro haz de luz que pretende imitar al original… tal vez por ello tan bien lo imite, tal como tú me haces notar toda vez que gesticulo. Y faltas tú, y tú eres la luz en sí, esa que muerta y dejado de ser la prístina, tú te hayas convertido en ella, siendo ella misma en sí y por sí misma. He ahí lo que Papá dejó para ti. Es a modo como algunos filósofos describen la divinidad. Si él era auténtico, nadie puede ser más auténtica que tú.
No me hagas demasiado caso, hermanita mía, mejor ignora mis palabras, pero jamás lo hagas dudando del amor con las que están dichas. ¡Feliz cumpleaños!
Tu hermano que te quiere.
rpm’ 18
Fornelos de Montes, maio 2018.
P. D.: Dile a Joseph Roit Juhtte – que para eso, según me han soplado, tienes confianza con él – que algún día de estos le dedicaré algunas palabras probablemente mal escritas (todavía no le he dado las gracias por lo bien que se portó con Papá).
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