«A quien corresponda»
- RUBENS PINTOS MARTÍNEZ
- 9 jul 2016
- 7 Min. de lectura

No hace mucho tiempo dejaba constancia, a través de las redes sociales en las que tengo cuenta, del remate de mi último manuscrito, «Un ramito de violetas». Nunca podré llegar a compensar las muestras de apoyo que recibo siempre que algo por el estilo dejo por escrito en las ya citadas cuentas de la red de redes: gracias por todo cuanto me hacéis sentir. En esas muestras de apoyo, yo incluyo, más que ningún otro, los comentarios.
Pues bien, uno de los comentarios hecho por un colega que también se dedica a esto de escribir – que no citaré por irrelevante en el caso que nos ocupa –, venía a darme, si la memoria no me engaña, su más sincera enhorabuena y a animarme en la tarea emprendida, ya que hacen falta buenos escritores y buenos libros para demostrar que este país tiene cultura. Si mal no recuerdo, utilizó la expresión, «a raudales». Agradezco, de todo corazón, sus palabras, sus ánimos e intención.
Si lo que pretendía con su comentario era alegrarme el día, desde luego que lo consiguió. Si su intención fue la de catalogarme como buen escritor y que, por tanto, lo que escribo son buenos libros, ni que decir tiene que me siento sumamente halagado, sobre todo proviniendo de un colega más ducho que yo en la materia. Ahora bien, si lo que quiso era dar a entender que este país tiene cultura, debido precisamente a que posee buenos escritores y buenos libros, lamento tener que disentir.
No seré yo quien niegue el talento de muchos de mis conciudadanos: los hay por doquier. Ni tampoco es aquí mi pretensión exponer una lista de todos ellos, o al menos de los más significativos, entre otras cosas por no ser yo la persona adecuada ni estar preparada para ello. Si ese talento lo traducimos en cultura, no cabría la menor duda de que seríamos un país culto. No obstante, el talento no siempre se corresponde con la cultura, incluso cuando ese talento es fruto de una vasta cultura. No soy un entendido, pero me atrevería a citar unas cuantas naciones que poseen mucho talento – como varios premios Nobel – y que, sin embargo, no destacan por ser cultas. Una nación culta es aquella que se cultiva – Perogrullada –, y no por tener un motón de talento, sino precisamente por saber aprovecharse del mismo. Si tenemos buenos escritores y buenos libros, pero pocos nos leen de nada habrá servido. Si lo que más se lee es el diario deportivo «MARCA», la revista «PRONTO», o lo más escuchado y visto sea «SÁLVAME» o lo último de «Kiko Rivera», mal vamos en cuanto a cuestiones culturales. Esto que puede parecer nada más que una apreciación personal conocida por todos, viene a confirmarse por los datos ofrecidos por la O.C.D.E. (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico). No voy extenderme, claro está, con los datos que cualquiera que quiera puede obtener: tan sólo es cuestión de tiempo y consulta.
El bullying, un anglicismo más que nos empobrece más culturalmente (somos el segundo idioma más hablado en el mundo en números absolutos y lo estamos matando), es un fenómeno que ya existía en mi época de estudiante, por entonces conocido como acoso escolar. ¿Os acordáis a quién acosábamos? Pues al mismo de hoy, y el de siempre: al diferente. Al alumno aplicado, al que despreciábamos por «chapón», por sacar buenas notas, o al que destacaba por su sensibilidad e inteligencia. Nada que se cura con la edad. Probad a hablar correctamente, a mostraros cultos, a distinguiros entre vuestros círculos cotidianos tanto sociales como de trabajo y, a excepción de casos muy concretos, notaréis que seguiréis siendo el blanco de todas las collejas que, de físicas, pasaron a ser verbales y mentales. Lo que de verdad se valora, no es al sabio, al culto, al inteligente, al sensible, al que destaca... si no al espabilado de turno, al listillo, al lazarillo, a aquél que sabe sacar provecho de cualquier ocasión y que, cuanto peor le vaya a los demás, mejor. A los que temen a los más fuertes, los poderosos y al mismo Poder; que adulan vergonzosamente y, en muchos casos, pornográficamente. A los que nunca dan la cara ni siquiera para chivarse, siempre amparados en el anonimato, no dudan un sólo instante en apuñalarte traperamente. Esos que no pasan de la mediocridad ética, pero que sin embargo dirigían y siguen dirigiendo el cotarro.
Vaya por delante que ninguna de las opciones políticas (léase partidos) que el pasado día 26 de junio concurrieron a las elecciones al Senado y las Cortes Generales, son de mi agrado, es decir, se aproximan a lo que yo demando políticamente. A pesar de ello, sí he votado. Y no porque lo considere un deber, sino por intentar quimera y simbólicamente dejar constancia de mi poca valorada protesta. No pierdo la esperanza, y espero que algún día este país goce, por fin, de una auténtica democracia. Podría empezarse, por aportar alguna idea, porque el voto en blanco sea sustractivo.
En los tiempos que corren, desde luego, no le faltará razón a quien me tache de iluso. En un país en el que, desde que tenemos democracia, se ha tratado como se ha tratado a la educación (base de cualquier cultura), reformándola caprichosamente prácticamente en cada legislatura, no puede aspirar a ser culto. Lo que pretende el Gobierno de turno (Poder), más que educar, es adoctrinar. Para ello nada mejor que observar cómo, poco a poco, fueron desapareciendo como materias educativas las llamadas humanidades. Entre ellas la filosofía, esa que nos ayuda a pensar, ha sido desahuciada precisamente por ello. Que podamos pensar es peligroso para quienes ejercen el poder. Es peligroso para el mismo Poder.
Nada me extrañan, por tanto, los resultados electorales. Si lo que consentimos es que un sistema clientelar en el que abundan los estómagos agradecidos nos siga robando, es que somos incultos, ninguneando la bella expresión que el mejor antídoto ante los abusos del Poder es la Cultura. Pues hemos dejado, o han dejado, esa minoría que representa la mayoría de poco más de la mitad de las personas con derecho a voto en este país, que sigan siendo ellos los que sigan abusando de nosotros que somos mayoría.
Hay, sin duda, muchas más razones y datos que justifican los citados resultados electorales. Cualquier politólogo de nuevo cuño enumeraría, sin esfuerzo alguno, unas cuantas más que mi corto entender no logra visualizar, sin profundizar, eso sí, en el fondo de la cuestión. Podría apelarse al tan recurrente voto del miedo, que mana, al amapro mi pobre criterio, de nuestra historia: sobre todo la reciente. Otra de las causas, sería el ya mencionado sistema clientelar. Pero lo que nadie hace es entrar de lleno en la reforma total del sistema político actual, en atacar directamente el estado, es decir, lo que hoy conocemos como estado del bienestar, si no más que para destruir lo que tiene de bueno. Creo sinceramente que ha quedado suficientemente demostrado que este sistema, esta forma de estado, está obsoleto: la crisis del 2008 se lo llevó por delante. Es mi humilde opinión, por lo que creo es necesaria una revolución. Y que nadie se escandalice ni se eche las manos a la cabeza ante semejante propuesta: una revolución no tiene por qué ser necesariamente violenta, siquiera traumática (a pesar de que la historia se empeña en llevarme la contraria). Algunos - apostaría por los de siempre -, ventajosa e interesadamente, me acusarán de anti-sistema, descalificativo actualizado del rojillo de siempre en este país.
Entiendo que quien tenga algo que conservar, sea conservador. Pero también deduzco que, quien conserva, para precisamente conservar, se mantiene en el inmovilismo. Lo primero que le exijo a un político es que sea valiente, del mismo modo que entiendo que un pueblo cobarde elija a políticos cobardes. La libertad, la democracia, los derechos y todo lo que una sociedad demande de sus gobernantes no son gratuitos: hay que pelearlos, lucharlos y defenderlos. Toda forma de conservadurismo, por tanto de inmovilismo, conlleva necesariamente a un retraso en el desarrollo de cualquier forma de cultura. Sin embargo, ésta última, es la única capaz de liberarnos del engaño, de los corruptos y de quienes los sostienen.
No podemos presumir de cultos cuando casi el cincuenta por ciento de las personas con derecho a voto en este país se abstuvo. Al igual que en el caso anterior, el politólogo de turno nos expondrá un sinfín de causas y circunstancias de las que, estoy seguro, destacaría la tan cacareada frase hecha como la que sigue: «Y, ¿a quién vas a votar?, si total son todos lo mismo». Hete aquí una muestra más de cobardía, por no luchar contra aquél que quiere que todo siga igual. Él, al menos, sí se pronuncia, y, aunque tenga que ir a votar con la nariz tapada por el hedor que desprende la lista elegida, no renunciará a la misma con tal de salvaguardar sus intereses, en muchos casos, mezquinos.
No me extenderé más, no quisiera herir susceptibilidades y, si me sirve para excusarme, citaré al alguien mucho más sabio y culto que yo, al maestro Silvio Rodríguez, que nos dice cantando: «…No voy a repetir estribillo. Algunos ojos ven con mal brillo. Y estoy temiendo ahora no ser interpretado. Y eso casi siempre sucede cuando se piensa algo malo…» o presentaré mis disculpas ante los susceptibles, pidiéndoles perdón por las heridas cometidas por mis comentarios a sabiendas de que ellos jamás me las presentarán por sus actos ni por obligarme a vivir según sus preceptos e intereses.
Así pues, colega de letras, no me ilusiono con pensar que me vayan a leer porque este país sea culto, ni siquiera porque escriba buenos libros – que no es el caso – porque, de serlo, daría exactamente igual. Me conformaré con la gratificación que da el simple hecho de escribir y con los muchos amantes de la lectura que sé que existen. A ellos, colega, tenemos que remitirnos.
rpm ‘16
Euskadi-Galiza, xullo 2016.
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